Mensaje espiritual
Dios es bueno.
Nunca meditaremos lo suficiente en esta
verdad de que Dios es bueno. Porque a veces, incluso en la Sagrada Escritura,
vemos como un rostro desfigurado de Dios, como alguien que castiga. Y no pocas
veces podemos atribuir a Dios todas nuestras desgracias y las desgracias de
quienes amamos. Pero hay que saber que el mal, de cualquier naturaleza que sea,
nunca, jamás puede venir de Dios, porque el mal es una imperfección, y de Dios
no sale nada imperfecto ni hay nada que sea imperfecto.
Entonces ¿de dónde sale tanto mal que hay
en el mundo y en nuestras vidas? La fuente de todo mal es Satanás y sus
demonios. Es el pecado y todas sus consecuencias. Porque por el pecado vienen
todas las desgracias y adversidades.
Entonces cuando veamos que alguien sufre,
pensemos que sufre por causa del pecado, suyo o de otros, y por obra de los
demonios, y acertaremos.
El mismo diluvio universal no fue enviado
por Dios, sino causado por el demonio y los pecados de los hombres. Porque Dios
no puede hacer positivamente el mal, sino que Él a veces lo permite como castigo
misericordioso para que entremos en razón y, al menos en medio del sufrimiento,
levantemos los ojos al Cielo y pidamos misericordia.
Dios es bueno, y por eso Jesús en el
Evangelio nos dice que nadie conoce al Hijo sino el Padre, y que nadie conoce al
Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. Pues bien, el
Señor nos está revelando que el Padre es bueno, que no nos hace el mal, sino que
todos los males del mundo vienen de otra fuente muy distinta.
Entonces, ¡qué grande debe ser nuestra
confianza y amor al Padre eterno, sabiendo que Él quiere y busca sólo nuestro
bien!
Pero tenemos que rezar mucho, para no ser
vencidos por la prueba, y para que Dios no permita ciertas cosas y desgracias
que nos dejarían abatidos. Por ello es que la oración es tan importante,
porque Dios quiere ayudarnos, pero ha condicionado mucho su ayuda a que nosotros
se la pidamos. Si no le rogamos a Dios, entonces el mal y el Maligno nos
estropearán los mejores planes, y al final terminaremos en un rotundo fracaso:
el infierno eterno.