Vuelve a empezar
Ley de gravedad.
Si un cuerpo cae hacia abajo, no hay fuerza natural que lo detenga, sino
que sólo una fuerza de orden superior podría invertir el movimiento de
caída y convertirlo en movimiento de elevación.
Así también nos sucede a nosotros cuando decaemos en el ánimo y estamos
abatidos. Necesitamos una Fuerza superior que nos eleve. Y esa Fuerza es
Dios. Por eso para quien está desalentado o desanimado, es necesario
que rece, pues por medio de la oración se obtiene la ayuda de Dios, que
es esa Fuerza que lo puede elevar.
Ya lo dice el Apóstol que sin la ayuda de Dios no podemos decir ni
siquiera que Jesucristo es el Señor. Por eso más cuando estamos
abatidos, tenemos que buscar a Dios, invocar su ayuda, para que sea Él
quien nos levante, que nos resucite como lo hizo con Lázaro.
No dejemos de rezar nunca. Y si no podemos rezar con oraciones ya
hechas, hablemos con Dios. Y si tampoco podemos hablar con Dios porque
todo nos causa tristeza, al menos recostemos nuestra cabeza sobre el
Corazón de Jesús, y estémonos así, para tomar fuerzas. Y por supuesto
vayamos al Sagrario, porque el Señor ha prometido -y es promesa de un
Dios-, que consolará y aliviará a los que van a Él fatigados y
agobiados.
Si hemos caído, seamos astutos y aprovechemos esa caída para crecer en
humildad y en amor a Dios, para aferrarnos mucho más al Señor,
despreciando las cosas del mundo, recordando que sólo Dios nos puede
hacer felices ya desde la tierra.