De pequeño.
“Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, hasta que descanse en los brazos de Jesús, José y María”. Esta es una oración que me enseñaron desde pequeño y que al hacerme grande he olvidado. Te pido perdón Ángel mío, y te prometo acordarme de ti más a menudo, porque sé que tu intervención en mi vida es tanto más poderosa y eficaz cuanto más te invoco y te rezo. Te pido que me defiendas del enemigo infernal y de los accidentes y males de todo tipo, porque estamos en un tiempo difícil en que el, Infierno se ha desencadenado con toda su furia, y solo los que se confíen a sus ángeles custodios, saldrán ilesos de esta contienda. Desde hoy quiero estrechar más los vínculos de amor entre mi alma y tú, ángel mío, para que en el momento de la muerte esté tranquilo y feliz, habiendo cumplido bien mi misión aquí en la tierra, con tu ayuda eficaz, y así entre dicho al Paraíso que me espera, y al que me habrás ayudado a ganarme con tus cuidados de todo género y tus dulces inspiraciones. Tú, ángel mío, eres mi gran amigo, y estás las veinticuatro horas del día a mi lado, ocupado y preocupado día y noche por mi salvación. Te doy gracias por ello, y te prometo estar más atento a tu voz y a tus directivas, amén...