Las verdades de siempre.
El prurito de oír siempre novedades no viene de Dios sino del Maligno.
Porque Dios quiere que meditemos día y noche en las verdades eternas, en
las verdades de siempre. En cambio el demonio nos sugiere que busquemos
lo nuevo, la novedad. Y no pocos teólogos le siguen la corriente al
diablo y elaboran doctrinas perniciosas, difíciles de entender y de
explicar, con palabras difíciles y errores doctrinales, siendo que Dios
es simple, y la doctrina cristiana también es simple como lo es Dios.
De modo que no vayamos tras la novedad, sino aprendamos a asombrarnos al
meditar las verdades de siempre, las que están contenidas en el Santo
Evangelio, en la Sagrada Escritura toda, en el Catecismo de la Iglesia
Católica, y en los escritos de los Santos.
Si hacemos así, entonces un río de luz iluminará nuestra mente y
corazón, y no sólo iremos comprendiendo la verdad y descubriendo algunas
facetas de los Misterios de la fe, sino que sobre todo nos
enardeceremos en el amor a Dios y a los hermanos, pues de eso se trata
la doctrina católica: de amar.
Volvamos a las fuentes. Meditemos siempre en las verdades eternas, en el
Cielo, en el Infierno, en la muerte, en el Juicio, en los atributos de
Dios, y así iremos haciéndonos sabios y descubriendo hermosuras que
están escondidas para quienes no acostumbran a reflexionar.
En estos tiempos en que parece que no hay maestros en ninguna esfera,
debemos hacernos discípulos predilectos del Espíritu Santo y que Él nos
vaya guiando en el conocimiento de la Verdad, custodiada y enseñada por
la Iglesia Católica.
No busquemos leer libros de dudosos teólogos, sino más bien volvamos a
las fuentes, a la sólida doctrina, y meditemos día y noche en las
verdades de nuestra fe, para que la fe que tenemos se acreciente y así
podamos hacer apostolado y vivir felices, porque quien bebe del agua
viva de la Verdad, no volverá a tener sed jamás. Vayamos a beber del
agua pura y viva de la Verdad, y no deambulemos tratando de beber de
otras fuentes dudosas y “novedosas”, porque morirá nuestra fe.