Fijemos nuestra mirada sobre el Padre y Creador del mundo entero; acojamos sus dones de paz y sus beneficios, magníficos, incomparables. Contemplemos con el pensamiento y consideremos con los ojos del alma la gran paciencia con sus designios; reflexionemos cómo actúa pacíficamente con su creación... Porque derrama sus beneficios sobre toda la creación, pero a nosotros nos los prodiga sobreabundantemente cuando recurrimos a su misericordia...
Pero, amados mío, vigilad que sus numerosos beneficios no se transformen en condena para nosotros si no vivimos de manera digna de él... Consideremos cuán próximo está de nosotros, y que no se le escapa ninguno de nuestros pensamientos ni de nuestras deliberaciones interiores. Es, pues, justo que no abandonemos nuestro puesto contra su voluntad... Que no se nos dirija a nosotros la palabra que dice: «Malditos los que tienen el alma dividida, los que dudan en su corazón, los que dicen: ‘Eso, ya lo escuchábamos en tiempo de nuestros padres; y he aquí que hemos envejecido y nada de esto nos ha ocurrido’. ¡Oh insensatos! Comparaos a un árbol, mirad la planta de una vid. Primero pierde sus hojas, después nace una yema, después una hoja, después una flor, y después de todo ello, el racimo verde, y después llega el racimo maduro.». Fijaos como en poco tiempo ha madurado el fruto del árbol. En verdad ¡así será de rápido y súbito el cumplimiento de su designio! La Escritura da testimonio de ello cuando dice:«Vendrá rápidamente; no tardará» (Is 13,22) y :«El Señor vendrá a su Templo repentinamente, el Santo que esperáis» (Ml 3,1).
Pero, amados mío, vigilad que sus numerosos beneficios no se transformen en condena para nosotros si no vivimos de manera digna de él... Consideremos cuán próximo está de nosotros, y que no se le escapa ninguno de nuestros pensamientos ni de nuestras deliberaciones interiores. Es, pues, justo que no abandonemos nuestro puesto contra su voluntad... Que no se nos dirija a nosotros la palabra que dice: «Malditos los que tienen el alma dividida, los que dudan en su corazón, los que dicen: ‘Eso, ya lo escuchábamos en tiempo de nuestros padres; y he aquí que hemos envejecido y nada de esto nos ha ocurrido’. ¡Oh insensatos! Comparaos a un árbol, mirad la planta de una vid. Primero pierde sus hojas, después nace una yema, después una hoja, después una flor, y después de todo ello, el racimo verde, y después llega el racimo maduro.». Fijaos como en poco tiempo ha madurado el fruto del árbol. En verdad ¡así será de rápido y súbito el cumplimiento de su designio! La Escritura da testimonio de ello cuando dice:«Vendrá rápidamente; no tardará» (Is 13,22) y :«El Señor vendrá a su Templo repentinamente, el Santo que esperáis» (Ml 3,1).