Modo de confesarse.
Después de hecho el examen de conciencia
y rezado de corazón el Acto de Contrición, te acercas al confesionario.
Si hay tiempo, y tienes a mano una Biblia sería bueno que leyeses algún
pasaje que te ayude al arrepentimiento.
Cuando te llegue el turno, te santiguas, te diriges al confesor y, de
pie o de rodillas (según sea la costumbre) le saludas diciendo: Ave
María Purísima. Él te contestará: Sin pecado concebida. (Ritual de
Penitencia, nº 16. 1975)
Enseguida dirás con humildad, sinceridad y arrepentimiento: Hace... (el
tiempo que haya pasado poco más o menos desde la última confesión) que
no me he confesado. Cumplí (o no cumplí) la penitencia. No callé ningún
pecado grave (o callé a sabiendas un pecado, dos o tres, etc.). Tampoco
me olvidé de ninguno (o me olvidé de estos pecados: díselos al
confesor). Desde entonces he cometido los pecados siguientes:: ( Dile
los que recuerdes según el orden de los mandamientos, añadiendo siempre
las circunstancias agravantes y cuántas veces has cometido cada pecado
grave. Si no recuerdas el número exacto, puedes decirlo aproximadamente,
por ejemplo, cuántas veces al día, a la semana o al mes.
Si, gracias a Dios, no tienes pecados graves, al final puedes decir: «Me
acuso también y me arrepiento de todos los pecados de mi vida pasada,
principalmente de los que he cometido contra la pureza, paciencia y
caridad».
Es mejor que te confieses tú solo; pero si no te atreves, dile al Padre
que te ayude. Y si, al terminar el confesor de preguntarte, te acuerdas
de algún otro pecado grave, díselo tú mismo.
No tengas miedo de decírselo todo. El confesor no se extrañará de nada y
te guardará el secreto, aunque le cueste la vida. Además, tiene
obligación de recibir con cariño y misericordia -como hacía el mismo
Jesucristo- a todos los pecadores arrepentidos. Si lo dices todo, te
quedará una gran paz en el alma. Si no, el remordimiento no te dejará
vivir tranquilo.
Si no estás en disposición de confesarte con arrepentimiento de todos
los pecados graves que has cometido, es preferible que no te confieses.
Si te confiesas mal, no sólo no alcanzarás el perdón de ningún pecado,
sino que añades otro terrible, que se llama sacrilegio.
Tienes obligación de decir -aunque el confesor no te lo pregunte- todos
los pecados graves no confesados todavía o confesados mal. Si callaste
algún pecado por olvido, no te preocupes: la confesión vale. Pecado
olvidado es pecado perdonado. Basta con que lo digas, si fue grave, en
la próxima confesión.
Expón al confesor los problemas que tengas para vivir bien tu fe.
Atiende a los consejos que el confesor te dé para ayudarte. Si te queda
alguna duda, pregúntasela.
Fíjate en la penitencia que te impone. Si no sabes o no puedes cumplirla, díselo para que te imponga otra distinta.
Mientras el Padre te da la bendición para perdonarte tus pecados, reza
el «Señor mío Jesucristo»; y si no lo sabes, golpéate el pecho, diciendo
varias veces de corazón: «¡Dios mío, perdóname!»
Terminada la confesión, procura cumplirla cuanto antes la penitencia. Si
se te ha olvidado, pregúntasela otra vez al confesor. Y si esto ya no
es posible, si quieres, puedes hacer lo que en casos semejantes te
suelen poner. Pero basta que en la próxima confesión le digas al
confesor lo que te ha ocurrido.
Si terminaste de preparar tu confesión y tienes todavía tiempo, podrías meditar alguna de estas frases:
«Perdóname, que soy un pecador» (Lucas, 18: 13).
«Tus pecados quedan perdonados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz» (Lucas,7:49).
«No vuelvas a pecar más» (Juan, 8: 11).
«Yo soy el Buen Pastor» (Juan, 10:11).
«Arrojaré tus pecados al fondo del mar»(Miqueas, 7: 19)
«Perdonaré su culpa y no recordaré más sus pecados» (Profeta Jeremías, 31:34).
«Dios quiere que todos se salven» (Primera Carta a Timoteo, 2: 4).