viernes, 20 de enero de 2017
San José...
San José.
Afirma Santo Tomás de Aquino que "hay tres cosas que Dios no podría
haber hecho más sublimes de lo que son: la Humanidad de Nuestro Señor
Jesucristo, la gloria de los elegidos y la incomparable Madre de Dios,
de quien se dice que Dios no pudo hacer ninguna madre superior. Podéis
acrecentar una cuarta cosa, en loor de San José. Dios no pudo hacer un
padre más sublime que el Padre adoptivo del Hombre-Dios".
A lo que agrega el melifluo San Bernardo: "Ya que todo lo que pertenece a
la esposa pertenece también al esposo, podemos pensar que José puede
distribuir como le parezca los ricos tesoros de gracia que Dios confió a
María, su casta Esposa".
"Además, en el transcurso de los años pasados en Nazaret, Jesús colmó el
corazón de San José con ternura de amor tal como jamás ningún padre
creado la sintió ni sentirá, 'no
sólo - como dice el Padre Huguet- para que José lo pudiese amar como
Hijo, sino para que pudiese amar a todos los hombres como a sus hijos,
pues, del mismo modo que todos somos hijos de María, así lo somos
también de San José. (...) Y
después de la devoción a la Santísima Virgen, nada hay más agradable a
Dios ni más provechoso para nuestras almas que la devoción al santo
Patriarca San José'".
"Habiéndosele concedido a Santa María Magdalena de Pazzis -una de las
más gloriosas Santas hijas de Nuestra Señora del Escapulario- contemplar
en un éxtasis la gloria de San José, exclamó: 'José, unido como está a
Jesús y a María, es como una estrella resplandeciente que protege a las
almas que bajo el estandarte de María, traban la batalla de la vida'".
"Cuando Santa Teresa fundó el primer monasterio de la Reforma del Carmelo, le dijo Nuestro Señor: 'Deseo
que sea dedicado a San José y lleve su nombre. Este santo guardará una
de las puertas y la Santísima Virgen la otra y Yo estaré entre
vosotras'".
"Otra vez, se encontraba Santa Teresa en una sencilla iglesia de los
Padres Dominicos, cuando sintió que alguien le colocaba sobre los
hombros un hermosísimo manto. Durante unos instantes, no vio quién se lo
ponía, pero poco después reconoció a la Santísima Virgen y a Su bendito
Esposo San José. La Santa experimentó en su corazón una gran alegría.
María habló y mientras Santa Teresa escuchaba esa voz celestial, tuvo la
impresión de apretar en su mano la de la Virgen. 'Estoy tan satisfecha de que lo hayas consagrado a San José [a su primer convento de la reforma carmelitana] que puedes pedir lo que quieras para tu convento, con la certeza absoluta de que lo recibirás'.
Los dos Santos Esposos colocaron entonces en las manos de Teresa una
piedra preciosa de gran valor y dejaron a la Santa inundada de la más
pura alegría y del más ardiente deseo de ser enteramente consumida por
la fuerza del amor divino".
"Un día, al salir de su monasterio, dos religiosos carmelitas
encontraron a un venerable anciano que avanzaba en dirección a ellos. Se
puso entre los dos y les preguntó de dónde eran. El mayor respondió que
eran Carmelitas.
-Padre- preguntó entonces el desconocido- ¿por qué vosotros, los Carmelitas, tenéis tanta devoción a San José?
El religioso dio varias razones, subrayando principalmente que Santa
Teresa había tenido esa devoción y la había inculcado en aquellos que la
siguieron. Cuando el padre terminó de hablar, el desconocido dijo:
-'Hacedme caso y tened a San José la misma devoción que tuvo Santa Teresa; todo cuanto le pidiereis, lo alcanzaréis'.
Y diciendo esto, desapareció".
No me acuerdo hasta ahora, decía Santa Teresa, de haberle suplicado cosa a San José que haya dejado de hacer.
Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este Bienaventurado Santo.
No he conocido de persona que deveras le sea devoto que no la vea más
aprovechada en virtud, porque aprovecha en gran manera a las almas que a
él se encomiendan.
Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no lo creyere y verá por
experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y
tenerle devoción.
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