Días después, el
caballo blanco volvió junto a un hermoso caballo salvaje, y la gente saludaba al anciano
diciéndole: ¡Qué bendición!, a lo que Don Cipriano replicaba: "Quizás una
desgracia o quizás una bendición".
A los pocos días,
el hijo adolescente, mientras montaba el caballo salvaje para domarlo, fue derribado y se
fracturó una pierna, a raíz de lo cual empezó a cojear, y la gente le decía al
anciano; ¡Qué desgracia la suya, buen hombre!, a lo que él replicaba: "Quizás una
desgracia o quizás una bendición".
Días después se
inició una guerra y todos los jóvenes del pueblo fueron llevados al frente de batalla,
pero a su hijo no lo llevaron por su cojera, y toda la gente del pueblo saludaba al
anciano y le comentaba: ¡Qué bendición la suya, Don Cipriano!. Y él, con su fe
inquebrantable, contestó una vez más diciendo: "Sólo Dios lo sabe, quizás sea una
bendición o quizás una desgracia".
Efectivamente,
sólo Dios sabe, y Él nunca se equivoca.
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