martes, 20 de noviembre de 2012

Paciencia...


Paciencia

Debes aprender que, con paciencia, puedes
mejorar tu destino. Debes saber que, mientras
más tenaz sea tu paciencia, más segura será
tu recompensa.

No existe ningún gran logro que no sea el resultado
de un trabajo y de una espera pacientes.
La vida no es una carrera. Ningún camino será
demasiado largo para ti si avanzas sin prisa.

Evita, como la peste, todo carruaje que haga
un alto para ofrecerte un rápido viaje a la riqueza,
la fama y el poder. La vida tiene condiciones
tan duras, hasta en sus mejores momentos,
que las tentaciones, cuando hacen su aparición,
pueden destruirte. ¡Camina! Puedes hacerlo.

La paciencia es amarga, pero su fruto es dulce.
Con paciencia puedes soportar cualquier
adversidad y sobrevivir a  cualquier derrota.
Con paciencia puedes controlar tu destino
y tener lo que desees.

 
La paciencia es la clave de la satisfacción
para ti y para los que deben vivir contigo.
Comprende que no puedes apresurar el éxito
del mismo modo que los lirios del campo
no pueden florecer antes de la primavera.

¿Qué pirámide se construyó alguna vez
si no fue piedra sobre piedra?
¡Cuán pobres son los que no tienen paciencia!
¿Qué herida sanó alguna vez a no ser poco a poco?
Todos los inapreciables atributos que los hombres
prudentes proclaman como necesarios para alcanzar
el éxito, son inútiles si no tienes paciencia.

El ser valiente sin paciencia puede matarte.
El ser ambicioso sin paciencia puede destruir
la carrera más prometedora. El esforzase
por alcanzar la riqueza sin paciencia no hará
sino separarte de tu magra bolsa.

El perseverar sin paciencia es siempre algo imposible.
¿Quién puede dominarse, quién puede perseverar
sin la espera que es uno de sus atributos?
Empléala para robustecer tu espíritu, para dulcificar
tu carácter, para calmar tu enojo, para sepultar
tu envidia, abatir tu orgullo, frenar tu lengua,
contener tu mano y entregar todo tu ser,
a su debido tiempo, a la vida que mereces.


Mes de la Virgen María...


DÍA CATORCE (20/NOV)
Del amor al prójimo
CONSIDERACIÓN. – El Divino Maestro, nos dice, en el Evangelio, que el primer mandamiento es
amar a Dios sobre todas las cosas y que el segundo, en todo semejante al primero, es amar al prójimo
como a nosotros mismos, por el amor de Él.
María, nuestra Madre, no dejó nunca de practicar, con gran perfección, esta bella virtud de la
caridad. Ella amaba al prójimo puesto que amaba a Dios; veía el prójimo en Él y más tarde, llevó este
amor a la sublimidad, puesto que, al pie de la Cruz, aceptó la muerte de su divino Hijo, por la salvación
del género humano.
No basta reconocer, de un modo general, que debemos amar a nuestros hermanos; es necesario, en
la práctica, probarles ese amor y esto nos será más fácil, cuanto más nos dejamos guiar por la fe, porque
de este modo, viendo, como veía la Santa Virgen, a Dios en nuestros hermanos, los amaremos a pesar de
todos sus defectos y podremos triunfar de las antipatías y aversiones naturales que tantas veces perjudican
la paz en las familias.
San Juan, llegado a una edad muy avanzada, se hacía llevar a la asamblea de los fieles y les repetía
sin cesar: “mis pequeños hijos, amaos los unos a los otros”, resumiendo así, esta sublime doctrina de la
caridad, de la cual fue el apóstol toda la vida.
Los primeros cristianos habían comprendido bien esto: estaban tan unidos los unos a los otros, que
los paganos se admiraban de sus virtudes y decían: “¡Ved cómo se aman!” Sus bienes eran comunes y
ponían en práctica este mandamiento del Salvador: “Amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos”.
EJEMPLO. – En un invierno tan riguroso que mucha gente moría de frío, San Martín encontró en
una de las puertas de la ciudad de Amiens, a un pobre harapiento. Movido a compasión, viendo que nadie
había reparado en su miseria, pensó que Dios se lo había reservado particularmente para aliviarlo. Mas
¿qué podría hacer habiendo distribuido ya todo su dinero en obras de esta naturaleza y no teniendo más
que una capa con la cual se hallaba cubierto?
Cortó en dos partes la capa con su espada y reservándose la más pequeña dio la otra al pobre, para
revestirse.
la noche siguiente, cuando San Martín dormía, se le apareció Jesús, cubierto con esta parte de la
capa y oyó estas palabras: “Aunque Martín no sea aún más que catecúmeno, me ha dado, sin embargo,
este vestido”.
Recordando así, que es Él mismo, a quien nosotros vestimos o alimentamos en la persona del pobre.
PLEGARIA DE SAN BUENAVENTURA. – Pueda ¡oh María! arder siempre mi corazón y
consumirse mi alma por Vos.
Jesús, mi Salvador y María, mi tierna Madre, acordadme, por vuestros méritos, amaros tanto como
sois dignos. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Asistiré a los pobres tanto como pueda y veré a nuestro Señor sufriendo, en
ellos.
JACULATORIA. – Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos