martes, 27 de septiembre de 2016

Prédicas...

No sólo de pan vive el hombre.

Así le respondió el Señor en el desierto a la tentación que le hacía el demonio, para que convirtiera las piedras en panes y saciara su apetito. Pero el Señor le respondió que no sólo de pan vive el hombre.
Porque el hombre es un compuesto de cuerpo y alma, de mente y espíritu, y si bien necesita de lo material para subsistir, también es cierto que sólo lo material no le alcanza para ser feliz.
Sin embargo esto es lo que nos quiere hacer creer el mundo de hoy: que teniendo cada vez más “cosas” y “aparatos” seremos felices. Pero ya son muchos los que descubren que esto no es así, porque el hombre de hoy, alejado de Dios, siente un gran vacío que trata de llenarlo con lo que le viene a la mano, pero esto no lo hace feliz, pues el único que puede colmar nuestras ansias de felicidad es Dios y las cosas de Dios.
Es la tentación de siempre: el demonio sugiere al hombre diciéndole que será como Dios, con la técnica y la ciencia, y así el hombre en medio de todos los avances tecnológicos se cree poco menos que un dios.
Pero este adelanto en la técnica ha significado también un inmenso retroceso en lo espiritual y moral, de modo que los hombres hemos venido a menos en vivir felices la vida, porque la felicidad humana no puede estar en las cosas, sino en la unión con Dios, en alimentarnos con la Palabra de Dios y con las corrientes espirituales que vienen del Cielo.
El diablo ha vuelto materialistas a gran parte de los hombres, y el que se cree a salvo de este funesto error, quizás puede ser uno de los más afectados, porque el materialismo es como un gas inodoro que nos va penetrando sin que nos demos cuenta, y luego terminamos pensando como los mundanos, buscando como fin supremo el dinero y los bienes terrenos.
Está bien que usemos los medios modernos que la ciencia y la técnica nos van descubriendo y ofreciendo, pero sin descuidar el alimento del alma, leyendo la Biblia, recibiendo los Sacramentos, rezando, meditando, leyendo buenos libros, y amando a Dios y a los hermanos. De este modo no seremos atrapados por el demonio que, con el materialismo, lleva como a un desierto a las almas y las deja morir allí de hambre espiritual, llevándolas a la desesperación y al suicidio.
Todos los hombres tenemos un altar en nuestra alma, y sobre ese altar debemos poner a Dios, y quitar todo lo demás. Si no hacemos así, arriesgamos nuestra felicidad en este mundo y en venidero.