martes, 14 de mayo de 2013

Purgatorio...


Promesa para librarnos del Purgatorio

DOBLE NOVENA DE COMUNIONES REPARADORAS

Dice Sor Natalia Magdolna: 
El 15 de agosto de 1942, Jesús me dio una enorme gracia. Durante una visión me dio una gran promesa para aquellos que hicieran una novena en honor de su Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María. Me dijo:
-Hija mía, mira a tu Madre como Reina del Mundo. Ámala y trátala con la confianza de un niño. Esto lo quiero de ti y de todos.
Entonces levantó un poco el manto de su Madre, me mostró su Inmaculado Corazón y, volteándose hacia el mundo, dijo:
-He aquí el Corazón Inmaculado de mi Madre en el que he puesto mis gracias para el mundo y para las almas. Este Corazón es la fuente de mis gracias, del que fluyen la vida y la santificación del mundo. Como el Padre celestial Me lo dio todo a Mí, del mismo modo Yo le di mi victorioso poder sobre el mundo y sobre el pecado al Inmaculado Corazón de mi Madre. A través de mi hija, Margarita María Alacoque, la prometí al mundo grandes cosas, pero como mi bondad es infinita ahora ofrezco todavía más.
-Si la gente desea ganar los beneficios de mis promesas debe amar y venerar el Inmaculado Corazón de mi Madre. La señal más grande de esta veneración es que comulguen, bien preparados y arrepentidos en nueve sábados primeros, paralelamente con los nueve viernes primeros. Sus intenciones deberán consolar a mi Corazón al mismo tiempo que al Corazón Inmaculado de mi Madre.
Entendí que Jesús estaba pidiendo lo mismo para su Madre que lo que había pedido a santa Margarita para sí mismo. Le pregunté a Jesús:
-¿Debemos consolar también a tu Madre, ya que ella recibe tantas ingratitudes?
Jesús respondió:
-Querida hija, si alguien me hiere, esta persona hiere también a mi Madre. Si alguien me consuela, consuela al mismo tiempo a mi Madre, porque mi Madre y Yo somos uno en el amor.
Cuando el Salvador me dijo esto, entendí muchas cosas sobre la unidad de los dos Sacratísimos Corazones.
Jesús me dijo también que si alguien se confiesa con regularidad una vez por mes, no hace falta que se confiese para ir a la comunión, si no ha cometido ningún pecado mortal desde la última confesión. Jesús me enseñó esta oración para los primeros sábados:
«Sacratísimo Corazón de Jesús,
te ofrezco esta santa comunión
por medio del Corazón Inmaculado de María,
para consolarte por todos los pecados
cometidos contra Ti».

El Don de la Piedad...


El Don de piedad
I. Al llegar a la plenitud de los tiempos, Jesucristo nos enseñó el tono adecuado en el que debemos dirigirnos a Dios. Cuando oréis habéis de decir: Padre... ( Lucas, 11, 2). En todas las circunstancias de la vida debemos dirigirnos a Dios con esta filial confianza: Padre. El sentido de la filiación divina, efecto del don de piedad, nos mueve a tratar a Dios con la ternura y el cariño de un buen hijo con su padre, y a los demás hombres como a hermanos que pertenecen a la misma familia. Dios quiere que le tratemos con entera confianza, como hijos pequeños y necesitados. Toda nuestra piedad se alimenta de este hecho: somos hijos de Dios.
II. El cristiano que se deja mover por el espíritu de piedad entiende que nuestro Padre Dios quiere lo mejor para cada uno de sus hijos: Todo lo tiene dispuesto para nuestro mayor bien. Por eso la felicidad consiste en ir conociendo lo que Dios quiere de nosotros en cada momento de nuestra vida y llevarlo a cabo sin dilaciones ni retrasos. De esta confianza en la paternidad divina nace la serenidad y la alegría, porque sabemos que aun las cosas que parecían un mal irremediable contribuyen al bien de los que aman a Dios (Romanos 8, 28).
El don de piedad nos ayuda a ver a los demás hombres como hijos de Dios porque los ha redimido con la sangre de su Hijo derramada en la Cruz, a compadecernos de sus necesidades y a tratar de remediarlas, En ellos vemos al mismo Cristo, a quien rendimos esos servicios y ayuda. También la piedad hacia los demás nos lleva a tratarlos con benignidad, y nos dispone a perdonar con facilidad las posibles ofensas recibidas. El perdón generosos e incondicional es un buen distintivo de los hijos de Dios.
III. Este don del Espíritu Santo nos mueve y nos facilita el amor filial a nuestra Madre del Cielo, la devoción a los ángeles, especialmente a nuestro ángel custodio, y a los santos, particularmente a aquellos que ejercen un especial patrocinio sobre nosotros; a las almas del purgatorio necesitadas de nuestros sufragios, el amor al Papa, como Padre común de todos los cristianos. El sentido de la filiación divina nos impulsa a querer y a honrar cada vez mejor a nuestros padres, cuya paternidad viene a ser una participación y un reflejo de la de Dios.
Este don nos inclina a rendir honor a las personas constituidas legítimamente en alguna autoridad y a los ancianos. Su campo de acción abarca aun las cosas creadas, "consideradas como bienes familiares de la Casa de Dios" (M.M.PHILIPON, Los dones del Espíritu Santo). Consideremos hoy muchas veces durante el día que somos hijos de Dios.