viernes, 25 de abril de 2014

La Caridad...

Mensaje espiritual 

La caridad. 
“Sería un error pensar que en el juicio final se nos examinará exclusivamente sobre la práctica de las obras de caridad. Es cosa clara e indiscutible, que tanto en nuestro juicio particular, como en el juicio universal, se nos juzgará acerca de todo el conjunto de la Ley de Dios, sin excluir ninguno de sus mandamientos. Pero no olvidemos que, en cierta ocasión, los escribas y fariseos preguntaron al mismo Cristo: “Maestro, dinos: ¿Cuál es el primero y más importante de los preceptos de la Ley? Y Jesucristo contestó, sin vacilar: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo, semejante a éste, es: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la ley y los profetas” (Mt 22, 35-40).
Con esta respuesta, Cristo quiso poner de manifiesto que, ante todo y sobre todo, la ley evangélica es una ley de caridad. Por eso aludirá a ella especialísimamente en la fórmula del juicio universal. Se nos examinará, sin duda alguna, de toda la ley y los profetas; pero, ante todo, y sobre todo, de la caridad, que es su resumen y compendio.
Se nos preguntará, principalmente, si hemos dado de comer al hambriento y de beber al sediento; si hemos visitado a los enfermos y presos; si hemos vestido al desnudo y hospedado a los peregrinos; si hemos enseñado al que no sabe, corregido al que yerra y dado buenos consejos al que los necesitaba; si hemos consolado al triste y hemos sufrido con paciencia los defectos de nuestros prójimos.
Señores, ante todo, y sobre todo, la caridad. Hay mucha gente que está completamente equivocada; son legión los que han falsificado el cristianismo. No sin alguna razón nos echan en cara por esos mundos de Dios a los católicos españoles que hemos falsificado el catolicismo, que lo hemos transformado en una serie de cofradías y capillitas, de procesiones y desfiles espectaculares, y nos hemos olvidado de la verdad, de la justicia y de la caridad. Esto es lo que habría que hacer, sin omitir aquello, como dice el Señor en el Evangelio. Todo aquello está muy bien. Benditas cofradías, benditas procesiones, benditos escapularios y medallas. Pero esto sólo, ¡no! Esto sólo, no es el catolicismo.
El catolicismo es, ante todo, y sobre todo, caridad, amor, compenetración íntima en Cristo de los de arriba y de los de abajo y de los del medio: “Ya no hay judío ni griego; ya no hay esclavo ni libre; ya no hay hombre ni mujer; todos sois uno en Cristo” (Gal 3, 28).
Este es el verdadero cristianismo. Ante todo, y sobre todo, caridad. Que hay muchos cristianos, señores, que pertenecen a todas las cofradías, que andan cargados de escapularios y de medallas y no tienen caridad. Y cometen con ello un gravísimo escándalo, porque hacen odiosa la religión a los fríos e indiferentes y esterilizan la sangre de Cristo sobre tantos y tantos desgraciados.
Señores: ante todo, y sobre todo, la caridad. La salvación del mundo, la salvación de esta sociedad pagana y alejada de Dios, no podrá venir de otra manera que por una auténtica y desbordada inundación de caridad por parte de todos los católicos del mundo. Mientras no practiquemos la caridad no seremos auténticamente cristianos, no podremos llevar al mundo el auténtico mensaje de Cristo. La caridad por encima de todo.”
(De “El Misterio del más allá” – P. Royo Marín)

Rayos de Fé...

Rayos de Fe

Resurrección de Cristo. 
Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe, dice el Apóstol. Y hoy, por muchos, incluso dentro de la misma Iglesia Católica, es negada esta verdad de fe: que Cristo resucitó.
Tengamos cuidado porque el racionalismo es una peste que lo corrompe todo, y así se va metiendo en nosotros incluso sin que nos demos cuenta. Por eso el Señor ha dicho en su Evangelio que debemos hacernos como niños, que creen fácilmente en lo que le dicen sus mayores. Y si bien a veces los mayores mienten, incluso con buenas intenciones; debemos saber que Dios no miente, y que lo que nos ha dicho y transmitido en su Palabra, es verdadero, y por eso tenemos que fiarnos de Él.
El Señor ha resucitado realmente y en este misterio descansa toda nuestra fe católica. Porque la herencia del pecado era la muerte, corporal y espiritual, material y eterna. Pero cuando Cristo resucita, es señal de que la muerte ha sido vencida y que todos los hombres, al fin del mundo, resucitaremos; unos para eterna vida, y otros para la confusión eterna.
Nos suele pasar que decimos que creemos estas verdades de la Fe, pero a veces vivimos como si no las creyéramos. Porque, por ejemplo, si creyéramos firmemente que al fin del mundo habrá un Juicio Final en que TODO quedará descubierto a la faz del mundo, no viviríamos engañando y siendo hipócritas, ni obteniendo ganancias dudosas en los negocios y demás, porque estaríamos convencidos de que todo lo que hoy hacemos en secreto, un día quedará descubierto ante el universo entero.
Y cosas como éstas nos suceden siempre, que decimos creerlas, pero vivimos como dormidos, como soñando, y creyendo que “quizás a mí no me toque”, o también, “quizás no sea tan grave lo que hago, ni se descubra algún día”. ¡Cuidado!, porque estamos viviendo una fe teórica pero no práctica, y somos ateos prácticos, porque decimos que creemos, pero luego, en los hechos, negamos lo que creemos.
Pero a veces es porque somos un poco necios, y no pensamos las cosas. Hagamos como hacían los Santos, que noche y día pensaban que tendrían que dar cuenta hasta de la mínima acción, hasta de la menor palabra, ante Dios y el mundo todo, y entonces sí que obraremos bien.