martes, 8 de marzo de 2016

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Rayos de Fe

Creemos.
Así comienza el Credo compuesto por Pablo VI y, en general, también los otros Credos.
¿Qué es creer? Es confiar en la veracidad de lo que nos dice alguien, en este caso Dios, que no puede mentir, que no puede engañarnos ni engañarse. Que es infinitamente digno de ser creído.
La Fe es una virtud teologal infundida por Dios en el alma en el momento del Bautismo, es decir que es un regalo de Dios, un don de Dios.
Pero la fe es también un esfuerzo del hombre por aceptar las verdades que Dios reveló para que creamos en ellas. Es un acto de su voluntad libre que quiere aceptar las verdades que Dios reveló.
La fe debe transformar enteramente la vida de un hombre, porque es completamente distinto el hombre que tiene fe, de aquél que vive sin fe. Pues el hombre que realmente tiene fe, informa toda su vida con ella y actúa de acuerdo a esa fe, y su obrar es agradable a Dios, como ya dijo el Apóstol que sin la fe es imposible agradar a Dios, ya que por más cosas buenas que hagamos, si no tenemos fe, son inútiles.
La fe debe estar acompañada de las obras que se hacen de acuerdo a esa fe, porque si decimos que creemos en Dios y en las verdades que nos ha revelado, pero en la práctica hacemos lo contrario, entonces nuestra fe está muerta y es solo teórica, no una fe práctica. Hoy abundan mucho los que son ateos prácticos, es decir, dicen que creen pero sus obras son malas, o sea que no cumplen los Diez Mandamientos ni las enseñanzas de Jesús en el Evangelio, no viven en gracia de Dios, y así son víctimas del Dragón rojo de que habla el Apocalipsis, que es el ateísmo teórico y práctico, en definitiva es Satanás.
La fe la podemos perder si nos exponemos voluntariamente al error, leyendo libros malos o mirando malos programas de televisión. Pero lo más grave es que a veces hasta dentro de la misma Iglesia Católica se enseña el error, incluso sacerdotes y hasta obispos. Por eso es necesario, es imprescindible, es urgente que nos formemos y alimentemos nuestra fe con la sana doctrina. No nos quedemos con el catecismo que aprendimos al tomar la primera Comunión, sino profundicemos en las verdades de nuestra Santa Religión Católica, porque Dios nos manda que le amemos, pero nadie ama lo que no conoce. Entonces tenemos que conocer a Dios a través del estudio y de la oración, para poder amarlo como Él merece.
Y lo que tenemos que hacer también en estos tiempos tan difíciles, es lo que el mismo Señor Jesucristo nos ha mandado: “Vigilad y orad”. Hay que vigilar, porque el enemigo del alma se introduce por cualquier parte, y nunca debemos sentirnos tranquilos y seguros como si ya hubiéramos alcanzado la perfección, porque Satanás es muy astuto y cuando se hace el muerto es ahí cuando se vuelve más peligroso. Así que ¡atención, vigilancia y mucha oración para desbaratar los planes homicidas del demonio!, que busca hacernos caer en pecado y alejarnos de Dios.
No debemos perder la fe aunque nos sucedan cosas terribles en la vida. Y esto lo lograremos si confiamos en Dios ciegamente, sabiendo que Él todo lo que quiere o permite que nos suceda, siempre, siempre, siempre es para nuestro bien. Aunque sean cosas tremendas y que aparenten que Dios nos odia o nos ha castigado. No desconfiemos de Dios y de su Bondad infinita. Dejemos que pase el tiempo y veremos que lo que nos había parecido tan terrible fue para nuestro bien y el bien de otros. No dejemos que Satanás nos convenza de que Dios es malo, porque es Satanás el que hace sufrir, el que causa todos los males que hay en el mundo; y Dios permite a veces ese mal para sacar de él un bien mayor.
Digamos siempre como el padre aquél del Evangelio: “Creo Señor, pero aumenta mi fe”.