jueves, 30 de agosto de 2018

Mensaje...

Mensaje sobre el apostolado

b) LA VIDA INTERIOR REPARA LAS FUERZAS DEL APÓSTOL
Hemos dicho que únicamente el hombre santo, en medio del trajín de sus negocios, y a pesar del roce constante que tiene con el mundo, puede preservar su espíritu interior y dirigir siempre sus pensamientos e intenciones a Dios. Todo desgaste de actividad exterior está en él tan sobrenaturalizado e inflamado de amor, que, lejos de aminorar sus fuerzas, le produce un aumento de gracia. En las demás personas, aunque fervorosas, cuando se han entregado por algún tiempo a las obras, la vida sobrenatural se resiente. Su corazón, preocupado con exceso de hacer bien al prójimo o absorbido por una compasión no del todo sobrenatural hacia las miserias que demandan alivio, lanza a Dios llamaradas no muy puras, porque las oscurece el humo de numerosas imperfecciones. Dios no castiga estas flaquezas con una disminución de su gracia ni es riguroso con estos desfallecimientos, si ve serios esfuerzos de vigilancia y oración durante las obras, y que el alma, al terminar el trabajo, corre a Él para descansar y reponer sus fuerzas. Ese perpetuo volver a empezar, ocasionado por las interferencias de la vida activa y de la vida interior, alegra su corazón paternal.
Por otra parte, estas imperfecciones de los que luchan van siendo menos profundas y frecuentes, a medida que el alma sabe recurrir sin desmayos a Jesús, siempre dispuesto a decirle: Ven a mí, pobre ciervo jadeante, sediento por la fatiga del camino. Ven a encontrar en la fuente de aguas vivas el secreto de una agilidad desconocida para las carreras que te esperan. Retírate un instante del tráfago de las gentes que no pueden ofrecerte el alimento que tus fuerzas agotadas necesitan: Venite seorsum et requiescite pusillum .
En la calma y en la paz de que gozarás junto a mi has de encontrar el vigor perdido, y aprenderás también a hacer más, cansándote menos. Elías, agotado y sin esperanzas, sintió, al comer un pan misterioso, volverle las perdidas energías. Así, apóstol mío, para que puedas cumplir esa envidiable tarea de corredentor que me plugo imponerte, te ofrezco mi palabra, que es vida, y mi gracia, que es mi sangre, para orientar nuevamente tu espíritu en la dirección de los horizontes celestiales, y renovar un pacto de intimidad entre nuestros corazones. Ven; yo te consolaré de las tristezas y desengaños del viaje, y en el fuego de mi amor volverás a templar el acero de tus resoluciones: Venite ad me omnes qui laboratis et onerati estis et ego reficiam vos .
(De "El alma de todo apostolado", Dom Chautard)