jueves, 2 de julio de 2015

Conservar...

Conservar la paz.

La regla de oro para vivir felices en este mundo es conservar la paz del alma, porque es lo primero que tratará de robarnos el demonio: la paz. Pues el diablo bien sabe que un corazón sin paz, con inquietudes, es presa fácil para él, ya que si todavía no ha pecado, pronto lo hará.
Lo cantaron los ángeles en Belén: “Paz a los hombres de buena voluntad”.
Entonces tenemos que hacer como nos aconseja San Padre Pío de Pietrelcina: “Reza, ten fe y no te preocupes”. Es decir, tenemos que rezar para que Dios nos asista y ayude, y luego dejar todo confiadamente en las manos de Dios, que sabemos nos cuida y cuida de todo lo nuestro.
Para tener paz hay que observar algunas cosas, y en primer lugar tendremos que poner nuestra alma en paz con Dios, por medio de una sincera y completa confesión con el sacerdote. Luego también debemos perdonar de corazón a quienes nos ofendieron o creemos que nos han ofendido, porque quien guarda odio o rencor, jamás tendrá paz.
Además, también debemos seleccionar lo que miramos, lo que leemos y lo que hacemos, para que todo eso no nos quite la paz, pues si miramos noticieros con malas noticias, catástrofes y crímenes, es lógico que quedemos un poco perturbados. Si no podemos evitar mirar estas cosas, tenemos que acostumbrarnos a conservar la paz siempre. Es que generalmente los medios masivos de comunicación están manejados por el Maligno, a través de sus hijos fieles, y siembran la turbación en los corazones y en las almas, en las familias, en las naciones y en el mundo entero. Tenemos que aprender a defendernos de ello, rezando y encomendando todo a Dios que, sabemos, cuida de todo y es quien permite que sucedan todas las cosas, porque sabe sacar bienes de los males.
Hagamos el propósito, con la ayuda de Dios -especialmente con el rezo del Rosario cada día, que es fuente de paz- de mantener nuestra alma en paz a pesar de todo lo que nos pasa a diario, y entonces gustaremos del Paraíso en la tierra.
Recordemos que el Infierno es esencialmente la falta total y absoluta de paz. Y los condenados tienen tanto menos paz, cuanto más malvados han sido en vida.
No imitemos a los condenados, ni queramos vivir el infierno anticipado, perdiendo la paz por cualquier cosa, sino tratemos de conservar la paz en todo momento, para que no merezcamos del Señor aquél reproche que les dio en plena tormenta en el lago a sus discípulos.
Por supuesto que nuestra paz estará en proporción a la confianza y fe que tengamos en Dios y en la Virgen, porque sólo viviremos en profunda paz sabiendo que Ellos gobiernan todas las cosas, absolutamente todas las cosas.