lunes, 31 de marzo de 2014

Mensaje...

Mensaje sobre la reparación

El Reparador. 
Jesús fue y es el Reparador por excelencia, porque con su obra de redención vino a reparar lo que estaba dañado y perdido, y en la Santa Misa se sigue ofreciendo para reparar todo el pecado del mundo.
También la Virgen es Reparadora, porque con su obediencia borró la desobediencia de Eva, y con su vida perfecta, reparó la maldad de nuestros primeros padres.
Por eso si queremos hacer reparación, sólo tenemos que mirar a estos Dos grandes: Jesús y María, y de Ellos sacar el modo cómo hacer reparación.
En la liturgia de semana santa se nos dice que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia; y ¡feliz culpa que nos mereció tan gran Redentor! Siendo las cosas así, no tengamos miedo de haber hecho una cosa realmente irreparable, porque todo tiene reparación en los planes de Dios, basta que queramos reparar guiados por el Señor.
¡Qué felicidad que nada de lo malo o equivocado que hemos hecho en la vida es irreparable, sino que todo tiene forma de reparación, al menos mientras vivimos en este mundo!
Aprovechemos el tiempo de vida que Dios nos concede, no para desperdiciarlo en vanidades y entretenimientos superfluos, sino para borrar, con una vida santa, nuestros errores y pecados pasados. Es lo que se llama “hacer penitencia”. Y sobre todo, amemos a Dios, porque la mejor reparación es el amor, ya que todo pecado y todo mal es una falta de amor a Dios y a los hermanos, y se repara con el amor

Perdonar...

EL PERDÓN

Pocas veces somos ofendidos; muchas veces nos sentimos ofendidos.
Perdonar es abandonar o eliminar un sentimiento adverso contra el hermano.
¿Quién sufre: el que odia o el que es odiado?
El que es odiado vive feliz, generalmente en su mundo.
El que cultiva el rencor se parece a aquél que agarra una brasa ardiente o al que atiza una llama; pareciera que la llama quema al enemigo, pero no, se quema uno mismo.
El resentimiento sólo destruye al resentido.
El amor propio es ciego y suicida; prefiere la satisfacción de la venganza al alivio del perdón, pero es locura odiar: es como almacenar veneno en las entrañas.
El rencoroso vive en una eterna agonía.
No hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de descanso y alivio que se siente al perdonar, así como no hay fatiga más desagradable que la que produce el rencor.
Vale la pena perdonar, aunque sea sólo por interés, porque no hay terapia más liberadora que el perdón.
P. Ignacio Larrañaga