martes, 3 de julio de 2012

Evangelio del día...

martes 3/JUL/12

Evangelio del día 

Jn 20, 24-29. 
Santo Tomás, apóstol. 
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Bienaventurados los que creen sin haber visto!”. 
Reflexión: 
A veces decimos: ¿Por qué a mí no se me aparece Jesús o la Virgen? ¿Por qué no me sucederá algún milagro extraordinario? Y aquí Jesús nos da tal vez una respuesta: “¡Bienaventurados los que creen sin haber visto!”. Esa bienaventuranza está dirigida especialmente a nosotros, los que no hemos visto al Señor ni tal vez sus milagros, pero creemos igual. Y esto tiene mucho mérito a los ojos de Dios. Hoy Tomás tuvo que ver y tocar para creer y así perdió mucho mérito. Por eso si tenemos alguna manifestación del Señor, bienvenida sea; pero si no la tenemos, recordemos que hay una bienaventuranza prometida a los que creen sin ver.
Pidamos a la Santísima Virgen la gracia de creer sin pedirle a Dios que nos dé una prueba de su existencia con algo extraordinario.
Jesús, María, os amo, salvad las almas.

Coldplay - Princess Of China ft. Rihanna

Meditación...


MEDITACIÓN DE HOY
Conquistar las almas. 
San Francisco de Sales, con su trato amable, conseguía cuanto pretendía, hasta llevar a Dios a los pecadores más empedernidos. Igual hacía San Vicente de Paúl, que solía decir a los suyos: “La afabilidad, el amor y la humildad tienen una fuerza maravillosa para conquistarse los corazones e inducirlos a abrazar hasta lo más repugnante a la naturaleza.” Cierto día encomendó a uno de sus misioneros la conversión de un gran pecador; mas el padre, por más esfuerzos que hizo, no consiguió nada, por lo que rogó al santo que le dirigiera él algunas palabras; hízolo así San Vicente y lo convirtió. El pecador en cuestión afirmaba después que le había cautivado el corazón la dulzura y caridad del P. Vicente. Por eso el santo no podía tolerar que sus misioneros tratasen a los penitentes ásperamente, asegurándoles que el Demonio se sirve del rigor para llevar las almas al Infierno.
 “Práctica de amor a Jesucristo” – San Alfonso María de Ligorio 
Comentario: 
Y esto no es otra cosa que lo que el Señor ha dicho en el Evangelio, que tenemos que poner en práctica. Efectivamente Jesús nos dijo que no hagamos a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros. Y entonces, si nos hiere y nos desagrada cuando alguien nos reprende con rigor y ásperamente, así tampoco debemos hacerlo nosotros con los demás.
Veamos los ejemplos de Jesús con los pecadores, cómo los trata, como los prefiere y los defiende contra la maledicencia del mundo, que después de hacer pecar a los hombres, se burla de ellos, y cuando éstos vuelven a Dios, los escarnecen.
Un ejemplo de la dureza contra los pecadores y los hombres en general, lo tenemos en el trato que daban los doctores de la ley, sacerdotes, escribas y fariseos del tiempo de Jesús, a sus prójimos. Y de ello debemos sacar la conclusión de que éste no era el modo correcto de proceder, porque ¿qué fruto de conversión y salvación cosecharon estos hombres en las almas de los hermanos? Ninguno, sino que se cumplía en esto aquella palabra del Señor, de que buscaban por cielo y tierra un fiel, y cuando lo convencían, lo hacían más digno del Infierno que ellos mismos.
Es que con el modo áspero o rigorista, apagamos la mecha humeante y quebramos la caña cascada, cosa que no hizo ni hace jamás Nuestro Señor. Porque a quien está caído o cayendo, no se le debe empujar todavía más al fondo, sino que hay que sostenerlo y levantarlo; y con el trato duro lo hundimos más.