lunes, 1 de febrero de 2016

Humildad...

La humildad conquista a Dios.

¡Cuánto vale la humildad a los ojos de Dios! Si sabemos humillarnos ante el Señor, lo conseguiremos todo de Él, porque Dios da sus gracias y dones a los humildes, y en cambio rechaza a los soberbios. 
Despojémonos de nuestro orgullo y digámosle al Señor que solos no podemos, que necesitamos su ayuda constante, pues si nos deja un momento de su mano, caemos en el mal y el pecado, que somos débiles, y que por nosotros mismos somos menos que nada. 
Entonces Dios, que humilla a los soberbios, pero que eleva a los humildes, nos elevará a su presencia y nos dirá: “Pide lo que quieras y lo tendrás”. 
Dios ama la humildad, y Satanás tiene terror de las almas humildes. Por lo tanto nos conviene sobremanera ser humildes. 
La humildad nace de compararnos con Dios, comprobando nuestra nada, y viendo el Todo que es Dios. De esa manera brota en nosotros la humildad y el vernos necesitados de todo, en especial, de la ayuda de Dios y de su asistencia continua, que si Dios nos dejara de sostener en la existencia, volveríamos a la nada. 
A veces queremos hacer las cosas solos, sin contar con la ayuda de Dios, y caemos por orgullo. Pero a no desanimarnos, porque si nos humillamos y reconocemos el error, si reconocemos que hemos querido ser autosuficientes y le decimos a Dios que nos tienda su mano, entonces hasta el mismo pecado o error nos servirá para hacernos mejores, porque nos dará la medida de nuestra miseria, y nada vale tanto como humillarnos ante la mano poderosa del Señor. 
Si queremos conquistar el Corazón de Dios, seamos muy humildes y el Señor hará maravillas por nosotros y por aquellos que amamos.