jueves, 6 de diciembre de 2012

Paz perfecta...


Paz perfecta

En lo más profundo de tu alma,
hay un refugio de paz y quietud:
el lugar secreto del Altísimo.
Allí encuentras descanso de las tribulaciones
y la confusión del mundo.
Allí sientes serenidad, tranquilidad, inspiración y guía.
En este lugar secreto, te das cuenta de tu unidad con la vida,
la luz y la bondad abundante de Dios en ti.

Toma tiempo cada día para entrar
en el lugar secreto de Dios en ti para orar y meditar.
Cuando estás a solas con Dios, sintiendo Su presencia,
aguardando Su inspiración
y receptivo a Su poder próspero y sanador,
tu vida y circunstancias se transforman.

Al centrarte en la presencia de Dios,
permites que Su paz fluya a través de ti.
Puedes liberar todo pensamiento tenso o ansioso
y abrir tu mente para recibir
sólo pensamientos de paz y bondad.
Al hacer esto imbuyes tu energía creativa
con pensamientos y palabras afirmativos
que abren el camino a perfecta salud, felicidad
y prosperidad para que entren a tu vida.

A medida que mantienes tu mente centrada
tranquila y confiadamente en el espíritu de Dios en ti,
la luz de la paz de Dios ilumina tu camino,
la corriente de curación de la paz de Dios
se impregna y restaura cada parte de tu cuerpo,
y el poder próspero de la abundante paz de Dios
se encarga de tus necesidades.
Quizás hayas sentido antes el deseo
de decir a Dios cómo obrar en tu vida,
ahora estás dispuesto a permitir que el bien de Dios
fluya a ti de la mejor manera posible.

Permite que tus oraciones por paz interna
antecedan cualquier oración que hagas por otros.
Primero abre tu corazón a la paz de Dios
y afirma su presencia en ti.
Cuando estés tranquilo y firme en tu fe,
entonces afirma la bondad de Dios
para la persona a quien deseas ayudar.
Bien sea necesidad de curación, guía, amor,
liberación, empleo o provisión,
cree en que la respuesta correcta llega en el momento correcto.
Confía en las palabras de Jesús:
“Todo lo que pidáis orando,
creed que lo recibiréis, y os vendrá” 
(Mc 11, 24)

Tu momento de comunión con el espíritu de Dios en ti
te permite volver renovado a tu día,
sintiendo la paz perfecta de Dios
que te sostiene con fe y serenidad.
Según piensas, hablas, actúas y sirves
con el único propósito de vivir en armonía con Dios,
todo lo que sucede es para tu bien.
Al permanecer en la paz de Dios atraes sólo amor,
aceptación, gozo y éxito a tu vida.

“Tú guardarás en completa paz a aquel
cuyo pensamiento en ti persevera, 
porque en ti ha confiado.” (Isaías 26, 3)


Mes de la Virgen María...


DÍA TREINTA (6/DIC)
El Cielo
CONSIDERACIÓN. – Somos, aquí abajo, nada más que pobres desterrados; gemimos, sufrimos en
este valle de lágrimas; nuestra verdadera patria es el Cielo donde gozaremos de la presencia de Dios y de
una felicidad tal, que nuestras débiles inteligencias no pueden alcanzar a comprender.
El apóstol San Pablo, que fue arrebatado al tercer cielo, confiesa su imposibilidad de contarnos las
maravillas de las que ha sido, por un instante, feliz testigo. “Los ojos no han visto, el oído no ha
escuchado y el corazón del hombre no sabría comprender lo que Dios reserva a aquellos que ama”.
A medida que avanzamos en edad, el vacío se va haciendo a nuestro alrededor; perdemos a los seres
queridos y dejándonos Dios mucho tiempo sobre la tierra, la tristeza, consecuencia inevitable de las
crueles separaciones, invadirá nuestra alma.
Tendremos sed de reposo, de calma, de consuelo y de luz.
¡Paciencia! Llegará el momento en que un día nuevo se levantará sobre nosotros; las puertas de la
Jerusalén celeste se abrirán y contemplaremos a nuestro Dios cara a cara. Veremos también a María,
nuestra Madre bienamada.
Para nosotros, sus hijos, ¡qué felicidad, qué gloria, rodear su trono, cantar sus alabanzas, contemplar
sus rasgos, oír su voz!
Después, en el Cielo, volveremos a ver a nuestros padres, a nuestros amigos que nos han precedido
en la Patria y esta beatitud no dejará lugar a ningún deseo; tan completa será. Nadie podrá arrebatárnosla;
los días sucederán a los días, los años a los años, los siglos a los siglos y la eternidad no hará más que
comenzar.
EJEMPLOS. – San Agustín había hablado tan frecuentemente a su pueblo de Hipona del reino de
los cielos, que habiéndosele dicho, a este pueblo: “Supongamos que Dios os prometiera vivir cien años,
mil años aun, en la abundancia de todos los bienes de la tierra, mas a condición de no reinar jamás con
Él”... un grito se elevó en toda la asamblea: ¡que todo perezca y nos quede Dios!
Tales son los sentimientos que deberían animar a todos los cristianos y nosotros los encontramos en
el alma simple y recta de un pobre obrero que hemos conocido: Esteban Carrete perdió a su esposa
cuando sus hijos se hallaban en la primera infancia. Después de largos años de penosa labor para educar a
su numerosa familia, llegó a una extrema vejez sin ningún recurso. No podía trabajar más y sus hijos no
lo ayudaban sino en forma insuficiente.
Casi continuamente enfermo, solo, abandonado, parecía no obstante, verdaderamente feliz, sus
rasgos denotaban calma, alegría y cuando le preguntaban qué necesitaba, respondía invariablemente:
“Aquí abajo, nada, pues no deseo más que el Cielo”. Y ese hombre sin instrucción hablaba entonces
de la felicidad que le esperaba después de su muerte, con un ardor, una fe y, ¿por qué no decirlo? , con
una elocuencia que sorprendía a las personas que lo visitaban.
“El Cielo, decía, es la patria, el gozo de Dios, es allí donde reinaremos durante la eternidad. Yo, tan
pequeño, tan pobre, tan desconocido, entraré pronto en posesión de esa felicidad, de esa gloria de la cual
no podemos siquiera formarnos una idea”.
“¡Oh, cómo Dios es bueno, repetía frecuentemente, de haber preparado tan magnífica recompensa a
los elegidos!”
PLEGARIA DEL BIENAVENTURADO LUIS DE GRANADA. – Os suplicamos, ¡oh Madre
nuestra! tomarnos bajo vuestra protección y defender nuestra causa ante el tribunal de vuestro Hijo bien
amado, a fin de que cuando Él juzgue a los vivos y a los muertos, seamos libertados por vuestra
intercesión, de la muerte eterna y colocados a su diestra, en compañía de aquellos que deben reinar con Él
por los siglos de los siglos. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Me consolaré de las penas y tristezas de esta vida, con el pensamiento del Cielo.
JACULATORIA. – María, Puerta del Cielo, rogad por nosotros.