miércoles, 17 de mayo de 2017

Día por día...

En el día a día.

A veces esperamos las grandes ocasiones para servir a Dios y demostrarle que lo amamos y que somos fieles a Él, pero descuidamos las cosas comunes y sencillas de todos los días, descuidamos el ser fieles en lo poco y cotidiano, y es ahí donde le tenemos que demostrar al Señor que lo amamos y que somos fieles. Porque puede ser fácil quizás guardar la fidelidad en alguna obra importante. Lo difícil quizás es ser fieles, honestos, buenos, mansos en lo cotidiano, cuando se presenta la tentación, casi inadvertida, de hacer algo que está mal, o no tan bien, y muchas veces caemos y obramos mal. 
No hagamos así, porque si bien quizás lo malo que obramos no llegue a pecado grave, hay que saber que las grandes caídas siempre comienzan con caídas pequeñas, con descuidos mínimos, que luego van haciendo al alma más proclive a los asaltos del mal, y poco a poco vamos como perdiendo noción de lo que está bien y está mal, y nuestra conciencia se va ofuscando y así perdemos el norte. 
No descuidemos las cosas de todos los días, porque la tentación se presenta constantemente a nuestro alrededor, y aunque creamos que nadie nos ve, en realidad todo lo que hacemos, decimos y pensamos, está ante la mirada de Dios y de todo el Cielo; y en el Juicio Final será puesto en evidencia ante toda la creación. 
Por eso, para no tener vergüenza en aquél momento terrible y temible del Juicio Final, hagamos todo bien, sabiendo que Dios nos está mirando constantemente. Comportémonos como si estuviéramos ante una cámara de seguridad que nos filma, porque algo similar es lo que ocurre en nuestra vida, ya que lo que se dice o hace en secreto, algún día quedará patente ante todo el universo. 
Es una buena ayuda el saber que Dios nos mira porque lo importante es no pecar, por temor al castigo, pero también por amor a Dios, pues el pecado Le ofende. 
Así que recordemos: cuando nos llegue el momento de la tentación, de una propuesta indecente, de una ganancia ilícita, de una murmuración contra el prójimo, de un negocio turbio, etc., etc., seamos fieles a Dios, recordemos que se nos pedirá cuenta hasta de la más mínima palabra ociosa que hayamos pronunciado, como dice Jesús en el Evangelio. 
Si hacemos así, entonces quizás perdamos muchos “negocios” y “oportunidades”, pero ganaremos en tranquilidad de conciencia y, aunque quedemos un poco más pobres, o menos ricos, y parezcamos tontos ante los ojos de los que nos tientan, digamos “¡NO!” a la tentación. 
Es cierto que es una lucha constante que produce cansancio, y a veces nos puede costar sangre de nuestro corazón por el gran esfuerzo que deberemos hacer al rechazar la propuesta que podrá venir del prójimo, del demonio, del mundo o de nosotros mismos. Pero ése es el combate que debemos entablar en la tierra para, al final del camino, merecer el Cielo prometido a los que perseveraron en ser fieles en lo pequeño y cotidiano. Y así seremos fieles también en lo mucho, porque ya lo dice el Apóstol: “Resistidles al diablo firmes en la fe, y luego huirá de vosotros”. Es decir que el demonio, luego de intentar seducirnos, al no lograrlo, nos dejará tranquilos relativamente, aunque igual siempre deberemos estar atentos y vigilantes.