jueves, 8 de agosto de 2013

La pobreza...

Meditando una bienaventuranza
Felices los pobres.
Muchas veces creemos que la felicidad en la vida está en tener cada vez más cosas con las que creemos ser más felices, y a veces es lo contrario, pues cuando las poseemos nos damos cuenta de que allí no estaba la felicidad.
Es que los hombres tenemos hambre de infinito, hambre de Dios, y sólo Dios podrá satisfacernos plenamente en la eternidad. Como bien lo ha dicho San Agustín: “Nos has creado para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”
Y Jesús comienza sus Bienaventuranzas con: “Felices los pobres de espíritu, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos”. Y Jesús se refiere a los que están desapegados de los bienes terrenos, y con las alas libres para volar en el camino de Dios.
El dinero y los bienes materiales muchas veces son graves obstáculos para nuestra salvación y santificación, por eso a veces el tener riquezas es un gran dolor de cabeza, ya que vivimos más preocupados por no perder lo que tenemos, y por acrecentar los bienes, de modo que nunca estamos satisfechos, y vivimos amargados y angustiados.
Demos a cada cosa el valor justo, y el dinero debe valorarse como un medio y no como un fin. Un medio para hacer buenas obras, para mantenernos y mantener a los nuestros, pero que no nos aparte del amor de Dios, porque eso es ya ser infelices en este mundo, y luego quizás también en el otro.
Por algo el Señor, siendo que podría haber tenido todas las riquezas del mundo, prefirió ser pobre y vivir pobremente, aunque manejó mucho dinero, ya que un río de oro pasó por sus manos.
Pensemos en estas cosas y escudriñemos nuestro corazón, porque el Señor también nos dice que nuestro corazón estará allí donde esté nuestro tesoro. Pensemos ¿dónde está nuestro tesoro?