domingo, 7 de abril de 2013


hola para toda la audiencia, les doy mis buenos días y les deseo un feliz domingo y muchas bendiciones, amén...

hello to every audience, I give my good morning and wish you a good Sunday and many blessings, amen ...


Reflexiones del Evangelio...


Los Padres de la Iglesia nos iluminan
Ustedes saben tan bien como yo que nuestro Señor y Salvador Jesucristo es el médico de nuestra salud eterna, y que asumió la enfermedad de nuestra naturaleza, para que nuestra enfermedad no fuera sempiterna. Asumió, en efecto, un cuerpo mortal, para en él matar la muerte. Y si es verdad que fue crucificado por nuestra debilidad —como dice el Apóstol—, vive ahora por la fuerza de Dios.
Del mismo Apóstol son estas palabras: Ya no muere más, la muerte ya no tiene dominio sobre él.Todo esto es bien conocido de la fe de ustedes. Pero debemos también saber que todos los milagros que obró en los cuerpos tienen por blanco el hacernos llegar a lo que ni pasa ni tendrá fin. Devolvió a los ciegos unos ojos que un día había de cerrar la muerte; resucitó a Lázaro, que nuevamente debería morir. Y todo cuanto hizo por la salud de los cuerpos, no lo hizo para hacerlos inmortales, bien que tuviera la intención de otorgar incluso a los cuerpos, al final de los tiempos, la salud eterna. Pero como no eran creídas las maravillas invisibles, quiso, por medio de acciones visibles y temporales, levantar la fe hacia las cosas invisibles.
Nadie, pues, diga, hermanos, que en la actualidad ya no obra nuestro Señor Jesucristo los milagros que antes hacía y, en consecuencia, prefiera los primeros tiempos de la Iglesia a los presentes; pues en cierto lugar el mismo Señor pone a los que creen sin ver sobre los que creyeron por haber visto. En efecto, la fe de los discípulos era por entonces en tal modo vacilante, que, aun viendo resucitado al Maestro, necesitaron palparlo para creer.
No les bastó verlo con los propios ojos: quisieron palpar con las manos su cuerpo y las cicatrices de las recientes heridas; hasta el punto de que el discípulo que había dudado, tan pronto como tocó y reconoció las cicatrices, exclamó: ¡Señor mío y Dios mío! Aquellas cicatrices eran las credenciales del que había curado las heridas de los demás.
¿No podía el Señor resucitar sin las cicatrices? Sin duda, pero sabía que en el corazón de sus discípulos quedaban heridas, que habrían de ser curadas por las cicatrices conservadas en su cuerpo. Y ¿qué respondió el Señor al discípulo que, reconociéndole por su Dios, exclamó: Señor mío y Dios mío? Le dijo: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
¿A quiénes llamó dichosos, hermanos, sino a nosotros? Y no solamente a nosotros, sino a todos los que vengan después de nosotros. Porque no mucho tiempo después, habiéndose alejado de sus ojos mortales para fortalecer la fe en sus corazones, cuantos en adelante creyeron en él, creyeron sin verlo, y su fe tuvo gran mérito: para conquistar esa fe, movilizaron únicamente su piadoso corazón, y no el corazón y la mano deseosa de comprobar.
P. Max Alexander

Buen Fin de Semana
Saludos