lunes, 4 de septiembre de 2017

Causas...

Causa de nuestra alegría.

Hace unos días hemos enviado un mensaje donde hablábamos de la alegría constante que debíamos tener, acompañada de la confianza en Dios. 
Y hoy queremos decir cuál es la fuente de la alegría. 
Y para ello partiremos de hechos del Evangelio. 
Santa Isabel estaba embarazada, y al recibir la visita de María, el niño que llevaba en su seno saltó de alegría, e Isabel se llenó del Espíritu Santo y gritó de júbilo. Porque María llevó la alegría a esa mujer, a esa casa, ya que en su vientre estaba Jesús. 
También en las Bodas de Caná amenazaba aguarse la fiesta de bodas por la escasez de vino, estaba por faltar la alegría que da el vino al corazón. Y fue María que intervino para que Jesús convirtiera el agua en vino, y así reinara la alegría nuevamente en la fiesta. 
Así que la Causa de nuestra alegría, como invoca a María las Letanías Lauretanas, es la Santísima Virgen, pues con Ella siempre está Jesús, y allí donde está Jesús reina la alegría porque está el mismo Dios. 
Así que si estamos tristes y abatidos, es porque no nos hemos encomendado a María, porque no la hemos tomado por Madre, ni nos hemos consagrado a Ella. Pues quien se consagra a la Virgen ya vive en una serena y constante alegría del alma, ya que con María está Jesús, está Dios, y nada le falta a esa alma. 
Pero es que el mismo Dios ha confesado en varias revelaciones privadas, que la causa de su Alegría eterna y constante, es la Obra maestra que Él mismo ha creado: María Santísima. Efectivamente Dios contempla a esta Virgen y se regocija para siempre en Ella. 
Y a quienes Dios quiere regalarles la alegría perenne, los hace muy devotos de María para que no sufran más de angustias y tristezas, puesto que sobre el pecho de la Virgen todo tiene solución y allí se encuentra el consuelo y la paz. 
Por eso hoy queremos decir cuál es el secreto de estar siempre alegres a pesar de las contrariedades de la vida: confiar en María, amarla, entregarnos a Ella y vivir con Ella. Quien no lo crea así, que haga la prueba y verá por sus propios medios que esta es una gran verdad. 
¡Viva la Virgen!