miércoles, 5 de diciembre de 2012

Viene el Señor...


Pregón del Adviento en el Año Santo de la Fe

¡Viene el Señor! ¡Vendrá el Señor!
Si permanecemos atentos y vigilantes.
Si, nuestros ojos, miran hacia el cielo,
y no solamente se pierden en la tierra.

Viene el Señor, vendrá el Señor,
si la alegría anida en nuestro corazón
y, allá donde brota la tristeza,
la combatimos con la fuerza de nuestra esperanza.

¡Viene el Señor! ¡Vendrá el Señor!
Si le hacemos un lugar en la posada de nuestras almas.
Si, además de creer en Él,
intentamos conocerle y amarle con todas nuestras fuerzas.

¡Viene el Señor! ¡Vendrá el Señor!
Si la fe nos sirve para sacudir de nosotros
la angustia y el pesimismo, la desesperanza y la tibieza.

¡Necesitamos tanto, que venga el Señor!

Porque creemos en Dios,
preparémonos al inmenso amor
que nos regala en Belén.

Porque creemos en Cristo,
abramos las puertas de nuestra existencia
y, por ellas, entre la humildad del que se hace Niño.

Porque creemos en el Espíritu
que, el soplo de su presencia,
nos empuje a mantenernos atentos, en pie,
y siempre dispuestos a dar razón de nuestra vida cristiana.

¡Viene el Señor! ¡Vendrá el Señor!
Para rescatarnos de oscuridades y falsedades,
para recuperarnos de nuestras constantes caídas,
para dar solidez a nuestra fe,
para compartir nuestra débil humanidad,
para redimirnos y llamarnos a una vida nueva.
¿No lo sientes? ¿No tienes ganas de recibir a Dios?

Viene en persona…a vernos.
Se presenta pequeño… para hacernos grandes.
Se escucha en silencio… para acallar nuestros ruidos.
Nace en la noche… para ver cómo son nuestros días.
Llega con amor… para disipar nuestros odios.
Trae palabras… para confortarnos y darnos esperanza.
¿No lo sientes? ¿No tienes ganas de recibir a Dios?
¡Sólo te pide…FE!

P. Javier Leoz


Mes de la Virgen María...


DÍA VEINTINUEVE (5/DIC)
La muerte
CONSIDERACIÓN. – Jesús es el autor de la vida y por redimir nuestras faltas, por resucitarnos a la
gracia que habíamos perdido por le pecado, ha querido pasar por la muerte y por el sepulcro.
La Santísima Virgen, su Madre, ha seguido también la ley común y para cada uno de nosotros
llegará el momento en que Dios permitirá a la muerte llamarnos; no obstante, no pensamos en ello.
“Insensato, nos dice el autor de La Imitación, ¿por qué pensar vivir mucho, cuando no tenéis ni un día
seguro? ¡Cuántos han sido equivocados y súbitamente arrancados de la vida! ¡Cuántas veces habéis oído
decir: Este hombre ha sido muerto con una espada; ese otro, se ha ahogado; aquél se ha roto la cabeza
cayéndose; aquel otro, murió comiendo; otro, jugando; tal, ha perecido por el fuego; tal, por un arma;
uno, por la peste; otro, en manos de ladrones! El fin de todos es la muerte y la vida del hombre pasa tan
rápida como una sombra”.
La muerte es el castigo del pecado; pero, para el cristiano que ha vivido bien, es el comienzo de la
vida. Todos nuestros esfuerzos deben, pues, tender a prepararnos para ese paso del tiempo a la eternidad.
Debemos siempre estar dispuestos, porque ignoramos el momento en que Dios nos llamará a su juicio; si
lo hemos amado y servido ¿qué podemos temer de Él?
El más hermoso día de la vida de la Santísima Virgen fue el de su muerte, porque la reunió con su
Hijo para la eternidad y los santos suspiraban por ese trance, que llamaban su liberación.
EJEMPLO. – Como le preguntaran un día, a un santo, cuál era el mejor medio de preparación para
la muerte, él respondió: “Pensad cada mañana, que es ese vuestro último día y cada noche, que podéis
morir antes de que ésta termine; vos no pecaréis jamás”.
Así, debemos prepararnos a morir cristianamente y no ser sorprendidos por el llamado de Dios.
Los últimos momentos de los que han servido al Señor, no tienen, por lo demás, nada de espantoso.
Suárez, religioso de la Compañía de Jesús, decía, cuando estaba por expirar: “No sabía que fuera tan
dulce, morir”.
Pudiéramos nosotros, en esta hora suprema, exclamar como San Luis muriendo: “Señor, entraré en
vuestra casa. os adoraré en vuestro templo, glorificaré vuestro santo nombre”.
PLEGARIA DE SAN BUENAVENTURA. – Virgen santa, cuando mi alma salga de mi cuerpo,
dignaos venir a su encuentro para recibirla, os lo suplico por la gloria de vuestro santo Nombre ¡oh María!
no le rehuséis entonces la gracia de sostenerla con vuestra dulce presencia; sed su escala y su vía para
subir al Cielo. Así sea.
RESOLUCIÓN. – Ejecutaré cada una de mis acciones, como si debiera morir al punto.
JACULATORIA. - ¡Oh María! protectora de la buena muerte, rogad por nosotros