viernes, 6 de abril de 2018

El Señor...

« ¡Es el Señor!»

Nosotros somos lentos en darnos cuenta de esta gran y sublime verdad que Cristo camina aún, de cierta manera, en medio de nosotros, y con su mano, su mirada o su voz nos hace señas para que le sigamos. Nosotros no comprendemos que este llamado de Cristo es una cosa que se realiza todos los días, tanto ahora como en el pasado. Creemos fácilmente que era común en los tiempos de los apóstoles, pero no lo creemos posible cuando nos concierne, no estamos atentos a buscarle cuando se trata de nosotros. Ya no tenemos los ojos para ver al Maestro- todo lo contrario del apóstol amado que pudo reconocer a Cristo, aun cuando los demás discípulos no lo reconocían. Y sin embargo estaba allí, de pie en la orilla; era después de su resurrección, cuando estaba ordenando de echar la red en el mar; fue entonces que el discípulo que Jesús amaba dijo a Pedro: « ¡Es el Señor!»

Lo que quiero decir, es que los hombres que llevan una vida de creyentes perciben de vez en cuando las verdades que todavía no habían visto, o sobre las cuales su atención jamás había sido atraída. Y de repente, se elevan hacia ellos como un llamado irresistible. Sin embargo, se trata de verdades que comprometen nuestro deber, que toman el valor de preceptos y que exigen la obediencia. Es de esta manera, o por medio de otras formas, que Cristo nos llama ahora. No hay nada milagroso o extraordinario en esta manera de hacer. Cristo actúa por medio de nuestras facultades naturales y de las circunstancias mismas de la vida.