jueves, 27 de diciembre de 2012

Aprender a rezar...

Los Papas hablan de la oración
Aprender a rezar.

Pero sabemos bien que rezar tampoco es algo que pueda darse por supuesto. Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). (Beato Juan Pablo II - Novo Millennio Ineunte)

Comentario:

Tenemos que aprender a rezar, porque de la oración y de su eficacia depende nuestra vida y la vida de nuestros seres queridos y del mundo entero. Efectivamente en esta vida necesitamos constantemente de la ayuda de Dios para salir victoriosos de todas las pruebas que nos pone el demonio. Y entonces tenemos que recibir gracias de Dios, y éstas se obtienen ordinariamente por la oración, ya que Dios así lo ha dispuesto. Si no rezamos, no esperemos obtener nada de Dios, no esperemos salir vencedores en las pruebas de la vida. Pero para rezar, hay que rezar. Y no es un juego de palabras, sino que a rezar se aprende rezando, no hay otra forma.
Se puede decir que la oración es ese tesoro escondido en un campo, que encuentra un hombre, y vende todo lo que posee y compra aquel campo. Porque con la oración lo tenemos todo resuelto, y cuanto mejor oremos, tantas más cosas obtendremos para nosotros, para los nuestros y para la tierra entera, porque quien ora tiene al mismo Dios consigo, y es en cierta manera omnipotente, porque la oración bien hecha obtiene todo de Dios.
Toda nuestra vida debe ser un crecer en la oración, un avanzar en el trato personal y amoroso con Dios, ya que eso es la oración, que a veces se hace con palabras y oraciones ya hechas, y a veces sólo con palabras nuestras o simples suspiros del corazón, miradas de amor al Santísimo, besos a los crucifijos, y todo acto de amor a Dios y al prójimo es oración.
Un soldado que está en la guerra debe aprender a usar bien sus armas. Un cristiano está en guerra contra el Infierno, y una de las armas más eficaces que debe aprender a usar es el arma de la oración.


Escuchar...


¡Escuchad! En el Año de la Fe
 
Apaguemos las luces del mundo, para que allá al fondo,
en la oscuridad de la vida, aparezca la estrella.
 
¿Qué tengo que ver yo contigo, Señor?
pregunta la estrella a Dios
Tendrás mucho que ver, si guías a los hombres
al que es Salvación.
Encendamos pues, hermanos, la estrella de la fe;
dejémonos guiar y seducir por ella,
su resplandor nos dejará cara a cara con Cristo.
 
¡Luce! ¡Brilla en lo más alto divina estrella!
Para que, mirándote a ti, sólo a ti,
no vea ni descubra a nadie que no sea sino a Dios.
Apaguemos, disipemos las luces del mundo,
todo lo que distorsiona nuestras miradas,
aquello que distrae nuestro buscar al Señor.
Viene el Señor y, lo bueno de todo,
es que se arrima pequeño, humilde y humanado.
El Dios que tanto habló a los reyes y a los profetas,
en Belén, en esta hora misteriosa,
no silabea, no dice nada… pero lo dice todo: AMOR
Amor por el hombre: y baja del cielo.
Amor por el hombre: y nace en la tierra.
Amor por el hombre: y gime en un portal.
 
¡Escuchad, hermanos, oíd!
Son los ángeles que anuncian la gran noticia
a un mundo que, hoy como entonces,
a Dios le cuesta acoger y recibir.
Son los ángeles quienes, con trompetas afinadas,
con diapasón angelical,
nos marcan el sendero que conduce hasta Belén.
 
¡Vayamos! ¡Corramos! ¡Postrémonos y adoremos!
Amortigüemos las luces del mundo,
porque, las luces artificiales,  frente al lucero divino,
no son nada, son inseguras y nos alejan de Dios.
Que, en este Año Santo de la Fe,
el Señor, aguarda con más pequeñez que nunca:
nuestra fe y nuestra adoración,
nuestra confianza en Él y nuestra inquietud apostólica.
Que, en este Año de la Fe,
el Niño busca pregoneros de su presencia y de su amor,
para que su MISTERIO nunca se olvide.
 
P. Javier Leoz