sábado, 9 de abril de 2016

Mensaje...

Mensaje a los Ciberapóstoles

Ejemplo 13.
Llegó a Carmelita Descalzo después de tropiezos mundanos
En una gran ciudad de un país hispanoamericano, un niño acudía todos los domingos a la Catedral, a la que los Hermanos Maristas enviaban esos días dos Hermanos para la enseñanza de la Doctrina, labor de caridad muy necesaria en una nación donde la escuela laica prescindía de toda instrucción religiosa.
Un día, el Hermano Macario, que era el catequista del grupo en que figuraba el niño a que nos referimos, les habla de rezar a la Virgen tres Avemarías...
“Si las rezáis todos los días –dice–, la Virgen os salvará... ¿Vosotros queréis ir al cielo? Pues comenzad a rezarlas esta misma noche al acostaros...”
Aquella afirmación de protección salvadora fijó la atención del pequeño oyente, y le determinó a dar comienzo a su rezo aquel día.
Meses después dejaba el niño la asistencia a la Doctrina. Y luego cursó el Bachillerato y pasó a la Universidad.
El ambiente incrédulo que halló en ésta y las tentaciones de un mundo tropical, sofocaron las prácticas de piedad, y cayó en las tinieblas del error y en el desenfreno de la vida...
Sólo quedaron las tres Avemarías.
Las sostenía aisladas, a veces pendientes del hilo de una perseverancia casi imposible. Hasta que una noche se enfrentó con aquellas tres Avemarías, diciendo:
“¿para qué? Dejemos esta carga...”
Pero en ese instante sintió un estremecimiento, y, como por instinto, con ansiedad ciega, se dijo: “No, no... las rezaré. ¡Virgen María, que tú me salves!”. Y se agarró a ellas como a un último lazo, que si se desataba se hundía. Y en medio de la noche de su vida persistieron las tres Avemarías.
El propio interesado nos dirá ahora lo sucedido pocos años más tarde:
“Fue un mes de mayo. Una extraña inclinación, un impulso interior que me sorprendía, me inclinaba a ir al templo y asistir a las Flores de Mayo. Era esto, en mis circunstancias, una aberración, además de inquietarme los respetos humanos. Y, sin embargo, la inclinación me llevó. Entré en el templo del Carmen...
A la salida entablé conversación con un señor, que por su amplia cultura se me hizo grato. Nos despedimos hasta el siguiente día, y nos reunimos también los sucesivos del mes de mayo. De nuestras charlas acerca de los temas religiosos volvió la luz y recuperé la fe...
Entonces las tres Avemarías brillaron como tres estrellas de la mañana. Un convencimiento íntimo me ha afirmado siempre que la luz de esa mañana brotó a través de ellas en los ojos misericordiosos de la Señora. Los ojos que sentí fijarse cada vez más insistentemente, más maternalmente en mi alma. Y en su dulce mirada hubo una insinuación sublime, y... su deseo se hizo realidad, con mi ingreso en la Orden del Carmen Descalzo...
Arraigada tengo la convicción de que el lazo salvador que me ató al cielo sobre el abismo, lazo por algún tiempo único, fueron las tres Avemarías, el lazo bíblico triplemente trenzado de Poder, de Sabiduría y de Amor de Madre, que no falla, que no dejo jamás y donde guardo sujeta una esperanza tan inmensa como la misericordia de la Señora”. (P. Fr. Juan Alberto de los Cármenes, O. C. D.)