lunes, 28 de julio de 2014

Miradas...

No mirar hacia atrás 

Ya lo ha dicho el Señor en el Evangelio, que quien pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios.
Hagamos el propósito de mirar siempre hacia adelante, dejando el pasado en las manos de Dios, porque nadie pudo jamás cambiar el pasado, y su recuerdo nos tortura y a veces no nos deja vivir bien el presente.
La esposa de Lot se convirtió en estatua de sal por mirar hacia atrás para ver la destrucción de Sodoma. Nosotros también a veces quedamos como petrificados para el bien, por mirar hacia atrás en el tiempo, hacia nuestro pasado y ver los errores que hemos cometido o los males que hemos hecho o nos hicieron a nosotros. De modo que estamos como atrofiados para el bien, para ser felices.
Necesitamos que venga el Arcángel San Rafael y nos saque de la angustia y la desesperación como lo hiciera antiguamente con Sara, la que sería esposa de Tobías.
Hagamos el propósito, a partir de hoy, de mirar hacia adelante. Y cada vez que nos vengan recuerdos negros del pasado, hagamos el esfuerzo de pensar en que Dios nos ama y quiere que estemos bien y contentos para la misión que ahora mismo Él nos tiene preparada, que puede ser una gran misión apostólica, o simplemente cuidar al esposo o esposa, a los hijos, los nietos, compartir con los que necesitan, y tantas, tantas otras hermosas (y todas importantes) misiones que Dios tiene reservadas para sus hijos.

Seguridad...

Seguridad.

Los hombres buscamos siempre seguridades, porque al ser criaturas, somos limitados y cambiantes, y necesitamos algo que sea firme y seguro. Por eso tenemos que anclarnos en Dios, que no cambia y permanece para siempre.
Y una de las seguridades en que debemos basar nuestra vida, es justamente el creer que Dios nos ama. Pero que nos ama mucho, infinitamente. Y no dudar jamás de esta verdad tan consoladora, aún en medio de las pruebas más amargas.
Si confiamos en Dios y estamos convencidos de que Él nos ama, entonces ya seremos felices en este mundo, porque el sabernos amados por Dios, es ya remedio para todas nuestras tristezas y amarguras.
¡Pobre el hijo que sabe que su padre o su madre no lo aman! ¡Qué triste es para una criatura humana el saber que sus padres no lo quieren!
Pero nosotros, todos los hombres, sabemos que Dios es un Padre Bueno, y nos ama hasta el punto de haber entregado a su propio Hijo a la cruz, para salvarnos del Infierno al que todos íbamos si Cristo no hubiera venido a salvarnos.
Entonces no dudemos de la bondad y el amor de Dios hacia nosotros, y que esta convicción sea nuestra mayor seguridad en esta vida.
¡Bendito sea Dios!