domingo, 16 de septiembre de 2018

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Mensaje...

Mensaje sobre la oración

Lo más importante: la oración.
Hablo así, porque veo, por una parte, la absoluta necesidad que tenemos de la oración, tan inculcada en las sagradas Escrituras y por todos los Santos Padres; y por otra, el poco cuidado que los cristianos tienen en practicar este gran medio de salvación. Y lo que me aflige todavía más es ver que los predicadores y confesores poco hablan de esto a sus auditorios y a sus penitentes; y que los libros piadosos que andan hoy en manos de los fieles no hablan abundantemente de este tema, pese a que todos los predicadores, confesores y todos los libros no deberían insistir en otra cosa con la mayor premura y calor que ésta de la oración. Por cierto que ellos inculcan tantos buenos medios para el alma de conservarse en gracia de Dios, la huida de las ocasiones, la frecuencia de los sacramentos, la resistencia a las tentaciones, el oír la palabra de Dios, el meditar las Máximas Eternas y muchos otros más. ¿Quién niega que sean todos ellos utilísimos para ese fin? Pero, digo yo, ¿de qué sirven las prédicas, las meditaciones y todos los otros medios que dan los maestros de la vida espiritual sin la oración, cuando el Señor ha dicho que no quiere conceder sus gracias sino al que reza? Petite et accipietis – Pedid y recibiréis.
“El gran medio de la oración” - San Alfonso María de Ligorio.
Comentario:
La oración alimenta el alma, alimenta el espíritu y provee lo necesario también para el cuerpo, porque Dios, que cuida hasta de los pajarillos, no puede menos que atendernos cuando le pedimos en la oración que nos socorra, no sólo en lo espiritual, sino también en lo temporal y material.
Si no tenemos fortuna espiritual o material, es porque no rezamos, o rezamos mal, porque si rezáramos, Dios nos concedería lo necesario para vivir, si no ricamente, al menos sí con decoro y sin que nos falte lo imprescindible, y hasta tendremos de sobra para socorrer a los necesitados.
Hagamos la prueba y dejemos de lado los pasatiempos inútiles y comencemos a rezar el Rosario todos los días. Y cada día, si podemos, recemos más, ya sea algún Rosario más, o la Coronilla de la Divina Misericordia, o la oración que más nos guste y más nos mueva. O ¿por qué no?, si queremos hablar con Dios o con la Virgen, como con nuestros mejores Amigos, también eso es oración, ¡y qué admirables frutos encontraremos al practicar esta oración de trato amistoso con el Señor y su Madre!
A rezar se aprende rezando. Aquí sucede como en la vida cristiana. Cristo no nos dice de antemano lo que nos va a pasar ni lo que vamos a encontrar en el camino. Como dijo a los primeros discípulos que le preguntaron dónde vía, Él les respondió: “Vengan y lo verán”.
Es necesario que empecemos a rezar, y así iremos aprendiendo a rezar cada vez más, y luego después iremos descubriendo en la oración la felicidad y todos los bienes nos vendrán por medio de ella.
Pero para eso tenemos que empezar, y perseverar, perseverar, perseverar. Porque quien pide, recibe; a quien llama, se le abre, y quien busca, encuentra. Es promesa del Señor.