lunes, 17 de julio de 2017

Evangelio del día...

Evangelio del día.

Lunes 17/JUL/17.
Mt 10, 34-11, 1.
Perder la vida.
Jesús dijo a sus apóstoles: “No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá; y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que los recibe a ustedes me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a Aquél que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo no quedará sin recompensa”. Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.
Reflexión:
Jesús dice en este Evangelio: “El que encuentre su vida la perderá; y el que pierda su vida por mí la encontrará”. Esto debemos tenerlo siempre presente a nuestra inteligencia porque esta vida que tenemos es un tiempo de prueba para adquirir la Vida con mayúscula que es el Cielo. Y si nosotros nos aferramos a esta vida y queremos disfrutarla y aprovecharla según los criterios del mundo, es decir, si queremos divertirnos y pasarlo bien en este mundo, entonces lamentablemente perderemos el Cielo, pues ya habremos tenido todos los consuelos en esta tierra. En cambio si en esta vida renunciamos a las comodidades y gustos para seguir la Voluntad de Dios, parecerá a los mundanos que nuestra vida es desaprovechada e inútil, pero nosotros sabemos que de esa forma la conservaremos para la eternidad dichosa.
Pidamos a la Santísima Virgen la gracia de darnos cuenta que esta vida es una prueba y una sala de espera para entrar a la eternidad, y según cómo la aprovechemos será nuestro destino eterno.
Jesús, María, os amo, salvad las almas.