lunes, 14 de abril de 2014

Ya...

PROMEDIANDO EL DÍA

¡Ya!

Estamos transcurriendo este día que la Providencia amorosa de Dios nos ha concedido, y podemos tener la tentación de decir que mañana haremos tal cosa, mañana seremos mejores, mañana perdonaremos, etc. Pero debemos pensar que el mañana quizás no se nos conceda, por eso tenemos que comenzar a hacer las cosas hoy, ahora, ya.
Hay un dicho que dice: “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, y es una gran verdad, especialmente en lo que respecta a nuestra conversión y santificación. Hoy estamos vivos, pero mañana ¿quién sabe si amaneceremos?
Al menos, si vamos a programar el futuro, digamos: Mañana, si Dios quiere, haré tal cosa, iré a tal lugar, etc.
Pero comencemos hoy mismo a ser más buenos, más santos. ¡Ya! tenemos que hacer lo poco o mucho que el Señor nos permite hacer, con alegría y dándole gracias que estamos vivos para poder obrar de acuerdo a su voluntad.

Santidad...

Ser santos
Aprovechar los reveses.
Si estuviéramos realmente convencidos de que todo ocurre para bien de los que aman a Dios, no tendríamos tanto miedo, y andaríamos por la vida, más tranquilos y con paz en el alma, suceda lo que suceda. Porque si sabemos que Dios permite el mal pero para sacar un bien para nosotros, y que no deja que la tentación y la prueba sean superiores a lo que podemos soportar, entonces tendríamos más confianza en el Señor, y los reveses de la vida, que hacen tropezar y caer a quienes no confían en Dios, a nosotros nos ayudarían a avanzar en el camino de nuestra santificación.
Si todo nos fuera bien en la vida, entonces seguramente nos olvidaríamos de Dios, de que necesitamos su protección constante, y así dejaríamos de rezar y nos anclaríamos a esta vida y a este mundo, con detrimento de la vida eterna y peligro de perdernos para siempre.
Tengamos más bien temor cuando todo nos sale bien, no tenemos ninguna contradicción ni sufrimiento, porque será señal de que el demonio nos está dejando tranquilos, ya sea porque Dios nos protege mucho –ojalá eso sea así- , o porque no le importamos nada al diablo, ya que nos tiene atrapados y sabe que nosotros mismos, solitos, nos vamos hundiendo en la inercia espiritual.
Los reveses de la vida nos ayudan a despertarnos y espabilarnos, y nos hacen recordar que no estamos todavía en el Cielo, sino en el valle de lágrimas que es la Tierra, en la prueba de la vida. Pero nuestros reveses no sólo nos despiertan, sino que, al padecerlos, comprendemos mejor a quienes sufren y nos hacemos misericordiosos y amorosos, indulgentes con todos, y entonces sí que adelantamos a pasos de gigante en el camino de la santidad.