jueves, 22 de septiembre de 2016

Frutos...

Sin cruz no damos frutos.

Es lógico que los hombres esquivemos el sufrimiento e intentemos vivir cómoda y placenteramente, huyendo del dolor. Sin embargo el Señor nos ha dicho en su Evangelio, y con toda su vida, que por la cruz se logra llegar al Paraíso.
Si nos pusiéramos a pensar un poco, descubriríamos que el sufrimiento, la cruz, es lo que produce frutos de vida eterna.
Los Santos pedían sufrimientos y hacían grandes penitencias, porque habían descubierto esta verdad: de que el padecer obtiene favores del Cielo, para nosotros y para quienes amamos.
Nosotros, que comparados con los Santos, somos menos que nada, no debemos pedir sufrimientos; pero al menos tenemos que aceptarlos con amor cuando se nos presentan en la vida, sabiendo que el padecer es semillero de gracias y dones de todas clases, para nosotros y para todos, porque Dios premia el sufrimiento.
Es el demonio el que hace sufrir. Y si estamos cerca de Dios, quizás sufriremos más, porque el diablo nos causará dolor y padecimientos. Pero Dios hará fructificar esas cruces, y seremos muy prolíficos en frutos espirituales y hasta materiales.
Algunos Santos pensaban que el día que no tenían alguna contrariedad o padecimiento, era un día perdido para ellos, porque no habían producido frutos, los frutos que se logran con el padecer. En cambio nosotros huimos de la cruz y el dolor, pero quizás es porque no sabemos el valor casi infinito de la cruz.
Es difícil sufrir. Pero cuando caemos en la cuenta de que nuestro dolor alivia los dolores de los demás, ayuda a los hermanos a curarse, a salvarse, a mejorarse, etc., entonces ya padecemos más tranquilos, incluso con un cierto gozo, porque sabemos que nuestra cruz tiene un fin, tiene un objetivo.
No caigamos en la tentación de querer un cristianismo sin cruz, porque el camino que nos ha trazado el Señor es el de la cruz, y por ese camino regio es que somos útiles para el Reino, porque ganaremos nosotros el Cielo, y se lo haremos ganar a innumerables almas.
Recordemos que debemos completar lo que falta a la Pasión del Señor, y así somos pequeños corredentores con Cristo Redentor. Participamos aquí abajo en Su dolor, para disfrutar en el Cielo –e incluso ya desde la tierra- el premio merecido de la Gloria eterna.