miércoles, 23 de septiembre de 2015

Confianza...

Confiar en Dios.
24 DE AGOSTO DE 1922
Jesús dice a Sor Josefa:
“Escribe cómo Mis almas darán a conocer Mi Corazón de Padre a los pecadores”.
Josefa escribe arrodillada delante de la mesa mientras Jesús va hablando:
“Conozco el fondo de las almas; sus pasiones y el atractivo que sienten por el mundo, por el placer. Yo sabía desde la eternidad cuántas almas amargarían Mi Corazón y que para muchas, Mis sufrimientos y Mi Sangre serían inútiles… pero no es el pecado lo que más hiere Mi Corazón… lo que más lo desgarra es que no vengan a refugiarse en El después que lo han cometido”.
Comentario:
Aquí el Señor claramente dice que hay algo que le hiere más que el mismo pecado, y es la desconfianza del alma, que después del pecado, en lugar de echarse en los brazos de Dios, huye de Él.
Así también nosotros, como Adán después del pecado, tenemos miedo de Dios cuando sabemos que hemos pecado, y en lugar de acercarnos a la Misericordia divina, huimos de Dios. Pero lamentablemente lejos de Dios sólo está Satanás, que se aprovecha de nuestro miedo y desconfianza en Dios, y nos arrastra cada vez más hondo en el pecado.
Siempre debemos tener presente, con respecto a nuestro pecado, que Dios ya sabía desde toda eternidad que efectivamente íbamos a cometer ese pecado, que quizás nos parece tan grave y que tal vez lo sea. Pero también Dios, que es sapientísimo y previsor, ha provisto, también desde toda eternidad, el remedio para anularlo. De modo que no debemos tener miedo de que hayamos hecho algo que es irreparable y que ya no tenemos perdón, porque no es así, pues Dios sabía desde siempre que nosotros haríamos eso, y ha preparado también de antemano la medicina para arreglar nuestro error.
De modo que jamás debemos pecar. Pero si pecamos, sepamos que Dios sabía que pecaríamos y de antemano ha preparado su amor para colmarnos de él, cuando vayamos llorando a sus pies. De manera que no debemos temer nunca, jamás debemos tenerle miedo a Dios, sino todo lo contrario, una santa confianza en su perdón y amor. Y lógicamente no debemos abusar de la misericordia de Dios, entendiéndose ello como el pecar abiertamente y sin reparos por maldad, porque Dios es bueno pero no quiere que nos hagamos daño, y pecando nos hacemos mucho daño.
Vayamos con mucha confianza a confesarnos con el sacerdote católico, en quien está el mismo Jesús esperándonos lleno de compasión y amor, para restaurarnos la gracia y volvernos amorosamente al redil.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.