jueves, 13 de agosto de 2015

Tres Ave María...


Mensaje a los Apóstoles de la Inmaculada

Ejemplos del rezo de las Tres Avemarías.
Ejemplo 19.
La pecadora que dejó de serlo...
Una mujer que, joven y rica, quebrantó los Mandamientos de Dios abandonándose al pecado, y bajo apariencias normales y aún devotas escondió un corazón corrompido y un alma sin vida, formuló en 1945, en una revista mariana, esta pública declaración:
“¡Ah; yo quisiera que nadie hiciera lo que necia y locamente hice yo...
Quisiera que los jóvenes, y más todavía las jóvenes, atendieran este grito mío:
¡Velad!; cuidado con ceder la primera vez, porque es muy difícil detenerse en esa pendiente resbaladiza del placer...
Se comienza por poco; se entrega a la pasión titubeando la primera vez; ya la segunda, con menos miedo, y luego..., luego se rueda insensiblemente muy hondo, muy hondo.
Si tuviera medio de hacerme oír de todas las jóvenes, les gritaría: ¡Sed celosas de vuestro corazón; no lo deis al primer pretendiente. Sed celosas de vuestra pureza; la joya más preciosa que poseéis!...
Guardaos y huid de toda persona que constituya un peligro para vuestra alma. Quien os ame, ha de amaros amando, sobre todo, a Dios. A quien vosotras améis ha de ser sin menoscabo del supremo amor a Dios.
Que el amor con que os distingan sea tan verdadero, que nunca ofenda a Dios. Y que el amor que vosotras sintáis sea tan limpio, que lo bendiga siempre Dios.
El amor que divierte no es amor.
El amor que se esconde a los padres es, por lo menos, dudoso.
El amor que empieza con señales de afecto sensible es nocivo.
El amor que concede lo que no debe concederse es pecaminoso.
¡Oh, jóvenes, no pequéis!
A medida que crece el pecado, disminuyen las fuerzas para vencerle, para rectificar, para retroceder y para enmendarse.
Hay como una impotencia para salir del mal en que nos arrojamos.
Cierto que la oración sería medio de reacción; pero cuando las malas pasiones han triunfado, es muy difícil saber utilizar la oración, y el desaliento y la desgana para ella anula el recurso.
Yo confieso que ya no tenía esperanza. Estaba cierta de mi condenación.
Por eso me daba más a los placeres, a una vida de locura, para ahogar los remordimientos y alejar el recuerdo de la muerte...
Sólo seguí rezando mañana y noche las tres Avemarías, si bien muchas veces las rezaba distraída y maquinalmente.
Pero, aun entonces, la Virgen escuchaba mi súplica: “Ruega por nosotros, pecadores...”
Hasta que un día, ¡oh, misericordia de María!, me sentí invadida de un vivo aliento para salir del pecado, confesar mis culpas y cambiar de vida... ¡La Virgen Santísima había obrado mi conversión!... ¡Ella..., Ella me ha salvado!”.
¡Ave María Purísima! 
¡Sin pecado concebida!