viernes, 19 de febrero de 2016

Cuidar...

Cuidar todo.

Así como cuidamos las cosas de nuestros seres amados, por ejemplo si vemos que viene tormenta, ponemos al reparo la plantita que tanto ama nuestra madre. Así también debemos cuidar de todo, porque todo es de Dios. 
¡Y cuánto más debemos cuidarnos los unos a los otros, porque todos somos obras de Dios! Y si amamos mucho a Dios, entonces también deberemos amar sus “cosas” amadas, que son todas las creaturas, pero de manera especial el hombre. 
También debemos cuidar nuestra vida, nuestra salud, y todo lo que Dios nos ha confiado en tutela, pues en realidad no somos dueños absolutos de nada, sino que todo es de Dios y a Él debemos retornarlo después de haberlo cuidado, embellecido y hecho fructificar. 
Seamos buenos con todos. Porque si nos detenemos a mirar a cada uno, lo que hace o dice, entonces se nos hará muy difícil amar. Pero si pensamos que todos los hombres son cosas amadas por Dios, entonces por amor a Dios las cuidaremos y les procuraremos todos los bienes. 
Como dice el Señor en el Evangelio, no es ninguna hazaña ser buenos con quien es bueno con nosotros, con quien nos cae simpático, con quien nos agrada. Lo importante y heroico es ser buenos con todos, especialmente con quienes no nos caen bien, o con aquellos que incluso nos ofenden o al menos no nos tienen en cuenta. 
En el Cielo todo volverá a su orden, y quien no notó lo bueno que hicimos por él en este mundo, deberá reconocerlo en el más allá. Y lo que realmente vale es lo que pasa en el más allá, pues es lo que dura para siempre. 
Recordemos a Jesús, que soportó a Judas durante toda su vida pública, y no lo arrojó, sino que no dejó de hacerle el bien. 
Que Dios nunca nos tenga que decir que hemos dejado de hacerle el bien a alguien por desinterés o porque nos pagaron mal. Recordemos que Dios es remunerador, y sabrá pagarnos con creces lo que hemos hecho por los demás y por todas las creaturas de Dios. 
No juzguemos porque no sabemos lo que pasa por la mente de quien nos molesta. Quizás no tuvo una buena infancia, o sufre por escondidas razones, o actúa así por alguna causa. Que Dios no tenga que decirnos alguna vez que hemos sido duros por no ser buenos con los hermanos, porque en el más allá nos podemos llevar sorpresas y entender muchas cosas que aquí en la tierra no entendemos. 
Hagamos el bien a todos y a ninguno el mal. Cuidemos y tratemos a todos como si del mismo Cristo se tratase. Entonces Dios nos ayudará siempre y tendrá su oído atento para escucharnos, y sus manos repletas de dones para socorrernos a nosotros, a los que amamos y a todos.