viernes, 30 de junio de 2017

Pecado...

El primero.

El pecado más fácil de evitar es el primero, pues si caemos la primera vez, después se hace más fácil continuar precipitándonos en el mal, hasta que llega el momento en que perdemos la noción del bien y del mal, y así, si no ocurre casi un milagro y volvemos a Dios, nos esperará el abismo infernal.
El primer pecado es como una grieta en la roca; parece que es una cosa de nada, pero en esa grieta puede entrar la cuña de Satanás que, a golpes de martillo parte la piedra. También cuando cometemos el pecado más “pequeño” es como que le abrimos esa grieta al demonio, y así él tiene forma de entrar y de apoderarse luego de nuestra alma.
A veces todo comienza con una mirada peligrosa, y se termina consumando un adulterio; o se tiene una crítica o falta de caridad, y se termina siendo un asesino.
“Por algo se empieza”, dice el dicho popular, y también en el camino del mal ésta es una gran verdad.
Si nos pusiéramos a revistar por qué cayó un alma que estaba en el buen camino, veremos que ha caído porque se descuidó y cedió a los pecados “pequeños” y luego se fue precipitando.
Así que tengamos bien presente esta verdad y hagamos el propósito de no cometer jamás ningún pecado deliberado. Cuando notamos que algo que vamos a hacer está mal, no lo hagamos, por pequeño que nos parezca e inofensivo, pues de esa forma si lo hacemos, estaremos dando ingreso al demonio en nuestra vida para que, a golpes de su martillo penetre en nuestra alma y se apodere de ella.
Veamos cómo es la travesía de un barco, que por poco que mueva el timón en la dirección equivocada, aunque esa primera maniobra sea insignificante, terminará llevando el barco a otro destino.
También cometiendo el primer “pecadito” estamos equivocando el camino, y si bien al principio casi nadie nota nada, con el paso del tiempo nos veremos envueltos en las espirales de Satanás y se nos hará muy difícil salir. Pensemos en ello.