sábado, 16 de febrero de 2013

Discernir...


El discernimiento en la vida personal

Vamos ahora a la guía del Espíritu en el camino espiritual de cada creyente. Se sitúa bajo el nombre de discernimiento de espíritu. El primer y fundamental discernimiento de espíritu es el que permite distinguir "el Espíritu de Dios" del "espíritu del mundo" (Cf. 1 Co 2, 12). San Pablo brinda un criterio objetivo de discernimiento, el mismo que había dado Jesús: el de los frutos. Las "obras de la carne" revelan que cierto deseo viene del hombre viejo, pecaminoso; "los frutos del Espíritu" revelan que viene del Espíritu (Cf. Ga 5, 19-22). "La carne de hecho tiene deseos contrarios al Espíritu y el Espíritu tiene deseos contarios a la carne" (Ga 5, 17).

Sin embargo a veces este criterio objetivo no basta, porque la elección no es entre el bien y el mal, sino entre un bien y otro bien, y se trata de ver qué es lo que Dios quiere en una circunstancia precisa. Sobre todo para responder a esta exigencia, san Ignacio de Loyola desarrolló su doctrina sobre el discernimiento. Invita a mirar sobre todo una cosa: las propias disposiciones interiores, las intenciones (el "espíritu") que están detrás de una elección.

San Ignacio sugirió los medios prácticos para aplicar estos criterios. Uno es el siguiente. Cuando se está ante dos posibles opciones, es útil detenerse primero en una, como si hubiera que seguirla sin duda; permanecer en tal estado durante uno o más días; entonces valorar las reacciones del corazón frente a tal elección: si da paz, si armoniza con el resto de las propias elecciones, si algo en ti te alienta en esa dirección, o, al contrario, si el tema deja un poso de inquietud... Repetir el proceso con la segunda hipótesis. Todo en un clima de oración, de abandono a la voluntad de Dios, de apertura al Espíritu Santo.

Una disposición habitual de fondo a realizar, en cualquier caso, la voluntad de Dios, es la condición más favorable para un buen discernimiento. Jesús decía: "Mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 5, 30).

El peligro, en algunas formas modernas de entender y practicar el discernimiento, es acentuar hasta tal punto los aspectos psicológicos, que se olvide que el agente primario de todo discernimiento es el Espíritu Santo. Hay una profunda razón teológica en ello. El Espíritu Santo es Él mismo la voluntad sustancial de Dios, y cuando entra en un alma "se manifiesta como la voluntad misma de Dios para aquel en quien se halla".


El fruto concreto de esta meditación podría ser una renovada decisión de confiarse en todo y para todo a la guía interior del Espíritu Santo, como en una especie de "dirección espiritual". Está escrito que "cuando la Nube se elevaba de encima de la Morada, los israelitas levantaban el campamento. Pero si la Nube no se elevaba, ellos no levantaban el campamento" (Ex 40, 36-37). Tampoco nosotros debemos emprender nada si no es el Espíritu Santo -de quien la nube, según la tradición, era figura- quien nos mueve y sin haberle consultado antes de cada acción. 

Tenemos el ejemplo más luminoso de ello en la propia vida de Jesús. Jamás emprendió nada sin el Espíritu Santo. Con el Espíritu Santo fue al desierto; con el poder del Espíritu Santo regresó e inició su predicación; "en el Espíritu Santo" eligió a sus apóstoles (Cf. Hch 1,2); en el Espíritu oró y se entregó a sí mismo al Padre (Cf. Hb 9, 14).

Santo Tomás habla de esta conducción interior del Espíritu como de una especie de "instinto propio de los justos": "Igual que en la vida corporal el cuerpo no es movido más que por el alma que lo vivifica, así en la vida espiritual cada movimiento nuestro debería provenir del Espíritu Santo" . Es así como actúa la "ley del Espíritu"; es lo que el Apóstol llama "dejarse guiar por el Espíritu" (Ga 5, 18).

Debemos abandonarnos al Espíritu Santo como las cuerdas del arpa a los dedos de quien las toca. Como buenos actores, tener el oído atento a la voz del apuntador escondido, para recitar fielmente nuestra parte en el escenario de la vida. Es más fácil de cuanto se piensa, porque nuestro apuntador nos habla dentro, nos enseña toda cosa, nos instruye en todo. Basta a veces un simple vistazo interior, un movimiento del corazón, una oración. De un santo obispo del siglo II, Melitón de Sardes, se lee este bello elogio que desearía que se pudiera repetir de cada uno de nosotros después de morir: "En su vida hizo todo movido por el Espíritu Santo"

Fuente:
"EL ESPIRITU SANTO HABLA A TRAVÉS DE LA CONCIENCIA"
3ra Predicación de Cuaresma
Padre Raniero Cantalamessa, OFMCap, predicador de la Casa Pontifica

Marzo 27.2009
  
Mis cariños y bendiciones,
Itzel Paz de Silgado
Si haces planes para un año, siembra arroz;
si los haces para dos lustros, planta árboles;
si los haces para toda la vida, educad a una persona.
Proverbio de Japón