jueves, 22 de febrero de 2018

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Prédicas...

Dios misericordioso

Abajarse.
La Misericordia de Dios es el abajamiento de Dios hacia la criatura que padece, ya sea en el cuerpo o en el alma.
Justamente la misericordia es compadecerse en el corazón de las miserias ajenas. Y así Dios tiene misericordia con sus criaturas, y especialmente con los pobres pecadores, que son los más miserables, pues han perdido, con el pecado, toda su riqueza, que es la gracia santificante, que es Dios mismo.
Por eso la Encarnación del Verbo es sobre todo una obra de misericordia que tuvo Dios con los hombres, porque el Señor vino a la tierra para rescatar a los hombres extraviados y engañados y atrapados por Satanás, que los tenía esclavizados para siempre.
Y si pensamos que Dios ha hecho esto por nosotros, entonces no podemos desconfiar de la Misericordia de Dios, que si realizó semejante prodigio de hacerse hombre y morir crucificado, no nos dejará ahora a merced del enemigo.
La Misericordia divina necesita miserias para quemar. Así que los mayores pecadores son los que más derecho tienen a recibir esta Misericordia y los que más la pueden aprovechar.
Necesita miserias.
La Misericordia de Dios necesita miserias para consumir y ser fecunda. Recordemos siempre esto para no entristecernos si en la vida hemos cometido muchos pecados o los seguimos cometiendo, puesto que si esto es así, entonces somos los que tenemos más derecho a la Misericordia de Dios, ya que ella necesita muchas miserias que consumir y quemar para volvernos santos de tal magnitud que hasta los mismos ángeles se asombrarán.
Sólo Dios es Santo. Sólo Dios es perfecto, y los hombres, quién más, quién menos, somos todos pecadores. Por eso el Señor ha querido envolver a todos los hombres en su Misericordia. Quien cree no necesitar de la Misericordia divina, se pone en peligro de condenarse, porque como la parábola del publicano en el Templo y el fariseo, así quien se cree limpio y no necesita del perdón de Dios, corre el riesgo de quedar afuera de la salvación.
Nosotros, como criaturas de Dios, no tenemos absolutamente nada que sea nuestro, porque todo nos lo ha dado Dios. Pero en realidad sí tenemos algo que es propiamente nuestro: los pecados, las miserias. Y esto es lo que Dios quiere que le entreguemos para convertirlos, por su Misericordia, en joyas de inestimable valor.