lunes, 16 de mayo de 2016

Catecismo...

Repasando el Catecismo

2. ¿Por qué late en el hombre el deseo de Dios?
27-30 
44-45
Dios mismo, al crear al hombre a su propia imagen, inscribió en el corazón de éste el deseo de verlo. Aunque el hombre a menudo ignore tal deseo, Dios no cesa de atraerlo hacia sí, para que viva y encuentre en Él aquella plenitud de verdad y felicidad a la que aspira sin descanso. En consecuencia, el hombre, por naturaleza y vocación, es un ser esencialmente religioso, capaz de entrar en comunión con Dios. Esta íntima y vital relación con Dios otorga al hombre su dignidad fundamental.
(Del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica)
Comentario:
El hombre busca la felicidad porque ha sido creado por Dios para ser feliz eternamente. Por eso los hombres quieren ser felices a toda costa, incluso equivocando el camino y siguiendo las apariencias de felicidad en el pecado, que lo dejan vacío y con más hambre de felicidad. El demonio mismo se aprovecha de este deseo de felicidad que está en el corazón del hombre, para arrastrarlo al pecado, prometiéndole que con el pecado será feliz, y el hombre cae, y cada vez es más infeliz, hasta que se condena para siempre en el Infierno, en la Infelicidad eterna.
Dios sabe cómo estamos hechos porque Él mismo nos ha creado. Entonces es lógico que sigamos las instrucciones que Él mismo nos da para llegar a ser felices, no solo en el Cielo, sino también ya desde aquí de la tierra. Confiemos entonces en Dios, que nos ha creado para Sí, y como dice San Agustín, nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en Dios. Porque todo lo que nos acerca a Dios es bueno, y lo que nos aleja de Dios es malo.
No desilusionemos a nuestra alma, que tiene hambre infinita de felicidad, que solo Dios podrá colmar, y que nos reprochará por toda la eternidad si nos condenamos.
Si queremos ser felices debemos seguir lo que nos ha mandado Dios, Jesús: “El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz cada día y me siga”.
Entonces lo que debemos hacer es cumplir los Diez Mandamientos, que Dios ha puesto porque es lo mejor para nosotros, lo que nos hará felices en la tierra y en el Cielo. No prestemos oídos al Maligno, que nos odia y quiere llevarnos a su antro infernal para torturarnos allí por los siglos de los siglos, vengándose de Dios en nosotros.
Y recordemos también que la felicidad completa no puede estar nunca en la tierra, sino que está en el Cielo. Por eso tengamos presente un refrán popular que dice que “aunque tengas todas las cosas en la tierra, nunca te olvides de mirar hacia el Cielo”. Y a veces comprobamos que los que son muy felices en la tierra, se olvidan del Paraíso, y al final también se pierden. En cambio los que sufren en este mundo, piensan más en el Cielo, porque saben que aquí en la tierra no pueden ser del todo felices. Así que lo que para unos puede ser un castigo, o sea el sufrimiento, para otros se vuelve una fuerza que ilumina la esperanza y que hace pensar en el Cielo.
Los pecadores no quieren sufrir, porque quieren gozar la vida, tener salud para encharcarse en la lujuria y la impureza, y muchas veces lo obtienen porque Dios da a sus corazones lo que desean. Pero otras veces el Señor permite sufrimientos que hacen meditar y reflexionar, y hacen desear el Cielo que nos espera después de este valle de lágrimas.
De cualquier forma, ya sea que estemos felices o infelices por algo, nunca dejemos de pensar en el Cielo y de obrar en la tierra de modo que merezcamos al final de nuestra vida ir a gozar de Dios para siempre, nuestra Felicidad con mayúscula.
¡Alabado sea Dios!