miércoles, 7 de enero de 2015

Mensaje...


Mensaje sobre el apostolado

Dios nos ayudará.
Se dice que en los primeros tiempos, el apóstol, suele hacer más mal que bien, porque el apóstol no está bien preparado y entonces tiene falta de tacto o de otras cualidades. Pero para no asustarnos con esta verdad, que nos impida empezar de una vez por todas a ser apóstoles del Señor, tenemos que recordar que Dios escribe derecho en líneas torcidas, y que si tenemos buena voluntad y ponemos lo mejor de nosotros, el Señor nos ayudará y tendremos éxito en la misión.
Si esperáramos a estar perfectamente formados para comenzar a evangelizar, entonces no empezaremos jamás a hacer apostolado.
Tengamos presente que Jesús no esperó a Pentecostés, cuando los apóstoles estuvieron perfectamente formados, para mandarlos de dos en dos; sino que ya los envió durante los tres años de vida pública de Jesús, cuando los discípulos sabían sólo los rudimentos de la fe. Y por ello el Señor, cuando los envía a las gentes, les dice que no entren en tierra de paganos o samaritanos; no porque ello fuera una deshonra, sino porque los discípulos y apóstoles eran todavía muy humanos y poco perfectos, y habrían despreciado a esas personas o se hubieran escandalizado.
Hay cosas que no entenderemos de entrada, sino que las comprenderemos con el paso del tiempo, como el Señor se lo da a entender en la Última Cena a sus apóstoles.
Entonces, cuando tengamos lo básico de la doctrina católica ya más o menos sabido, lancémonos al apostolado, que Dios nos ayudará, y con la misma misión iremos aprendiendo a ser apóstoles.

martes, 6 de enero de 2015

Catecismo...


CATECISMO PARA NIÑOS

Bendición.
Hay que enseñarles a los niños a recibir la bendición de sus padres. Los padres deberían bendecirlos cada vez que salen de casa o cuando se retiran a descansar.
Es sencilla la forma de bendecir. Simplemente se traza con el dedo pulgar una cruz en la frente del niño, diciendo: “Que Dios te bendiga”. Mucho mejor si se hace la bendición mojando primero el dedo en agua bendita, pero no es necesario.
También sería bueno tener en casa un pequeño recipiente donde mojar los dedos en agua bendita para hacernos la señal de la cruz frecuentemente, antes de salir de casa, al levantarnos, al acostarnos, etc., y que los niños aprendan esta santa costumbre, para que luego la lleven consigo cuando crezcan.
El mundo se burla de los sacramentales como el agua bendita y la señal de la cruz. Pero el diablo se burla mucho más de quienes se burlan de ello.
El demonio sigue temiendo los sacramentales, cuando éstos son usados por personas que tienen fe.
Inculquemos a los niños la conveniencia de utilizar los sacramentales y la señal de la cruz, porque así evitarán muchos peligros de cuerpo y de alma, accidentes, pecados, etc.

Mensaje...

Mensaje de confianza

La vista del crucifijo debe reanimarnos en la confianza 

Si alguna vez, en las luchas interiores, sintieren flaquear la confianza, mediten los pasajes del Evangelio que acabo de indicar. Miren demoradamente el Crucifijo.

Contemplen esa Cruz ignominiosa, sobre la cual expira el Salvador. Miren su pobre cabeza coronada de espinas, que pende inerte sobre el pecho; consideren los ojos vidriosos, la faz lívida donde se coagula la preciosísima sangre. Miren los pies y las manos traspasadas, el cuerpo rasgado. Fíjense sobre todo en el Corazón amantísimo que acaba de ser abierto por la lanza del soldado: de él corren unas pocas gotas de agua ensangrentada. ¡Nos dio todo! ¿Cómo será posible desconfiar de ese Salvador?

Él espera nuestra retribución.

En nombre de su amor, en nombre de su martirio, en nombre de su muerte, tomen la resolución de evitar de ahora en adelante el pecado mortal.

La debilidad es grande, bien lo sé, pero Él los ayudará. A pesar de toda la buena voluntad, tal vez tengan caídas y reincidencias en el mal, pero el Señor es misericordioso. Sólo pide que no se dejen adormecer en el pecado, que no se empantanen en los malos hábitos. Prométanle confesarse pronto y nunca pasar la noche teniendo sobre la conciencia un pecado mortal.

¡Felices ustedes, si mantuvieran valerosamente esa santa resolución! Jesús no habrá derramado por ustedes, en vano, su preciosa sangre. Tranquilícense con respecto a sus disposiciones interiores. Tendrán así el derecho de afrontar con serenidad el angustioso problema de la predestinación: llevarán sobre la frente la señal de los elegidos. 

(De "El Libro de la Confianza", P. Raymond de Thomas de Saint Laurent) 

Comentario: 

Los santos no son quienes nunca cayeron en pecado, sino más bien son quienes jamás se cansaron de levantarse una y otra vez de él.

No vivamos en pecado mortal, y si hemos tenido la desgracia de cometer un pecado grave o mortal, confesémonos enseguida con el sacerdote, haciendo antes un acto de contrición perfecta para ya ponernos en gracia de Dios hasta que vayamos al sacerdote.

Y aunque caigamos mil veces, otras tantas debemos levantarnos. Y si nuestras caídas nos sirven para hacernos humildes, ¡tanto mejor! Porque está aquel dicho popular que dice: “Puros como ángeles, y soberbios como demonios”. ¿De qué nos serviría no caer nunca en pecado siendo unos soberbios? Por eso a veces Dios permite que caigamos del pedestal en que nos creemos situados, y que cometamos los pecados más vergonzosos, para hacernos humildes, porque palpamos nuestra nada y miseria, y entonces no hay peligro de que nos ensoberbezcamos.

Ojalá no pequemos ya mortalmente. ¡Pero atención! atribuyámoslo más a Dios que nos cuida siempre, que a nosotros, porque si bien tenemos buena voluntad, también es cierto que si Dios nos dejara un instante de su mano, caeríamos en las culpas más graves.

Pensemos en estas cosas para no creernos santos, sino que si ya no pecamos mortalmente es por gracia de Dios, y quizás los demás no tienen esta gracia, y debemos compadecerlos.

Siempre la humildad es buena para todo, ya sea que seamos culpables o inocentes, lo que Dios quiere de nosotros es que nos mantengamos en la humildad.

domingo, 4 de enero de 2015

Diario vivir...

Diario vivir

Separaciones. 
No estamos en el Cielo todavía, y por eso aquí en la vida de la tierra hay separaciones. Los hijos que se marchan de junto a sus padres, los hermanos que van cada cual por su camino. Y esa es la ley de la vida. No podemos estar siempre juntos, como cuando éramos pequeños y nos reuníamos todos alrededor de nuestros padres y nuestros abuelos y tíos. Pero nos queda el consuelo de que alguna vez estaremos reunidos ya para siempre en el Cielo, si hacemos las cosas bien y cumplimos los Mandamientos.
¡Qué grandísima alegría tendremos aquel día, cuando ya nada ni nadie, nos podrá volver a separar jamás! Para siempre unidos a quienes amamos entrañablemente.
Pensemos en ese momento, suspiremos por ese encuentro anhelado, porque para eso nos ha creado Dios, y si Él permite las separaciones aquí en la tierra, es porque sabe que un día no muy lejano nos dará la verdadera unión y comunión con nuestros seres queridos, amigos, parientes, vecinos, etc.
La muerte también nos arrebata a quienes amamos, pero recemos para que esa muerte no sea definitiva, sino que sea sólo una separación transitoria para que después, en la eternidad, nos volvamos a encontrar unidos para siempre.
Jesús, que es Dios, también quiso pasar, Él más que ninguno, el dolor de las separaciones. Primero y principal se tuvo que separar de Dios Padre. El Verbo eterno tuvo que dejar el Cielo para venir a la Tierra a sufrir y a morir de la muerte más atroz.
También el Señor, al comenzar su vida pública tuvo que dejar a su Madre sola. Y antes padeció la pérdida de su Padre adoptivo, San José, que murió antes de que Jesús se manifestara al mundo.
Y así, quienes vamos viviendo y hemos pasado ya la adolescencia y la juventud, vamos cayendo en la cuenta de que esta vida terrena es una sucesión de separaciones. Pero ¡tengamos ánimo!, porque esto no quedará así, sino que Dios nos tiene preparado el banquete eterno, las vacaciones para siempre, donde ya no habrá llanto, ni luto, ni tristeza alguna, y todo será felicidad y alegría por los siglos de los siglos.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

viernes, 2 de enero de 2015

La Palabra...

Fragmento del Diario de Santa Faustina Kowalska,
"La Divina Misericordia en mi alma", con comentario

La Palabra. 
584 Cuando contemplas en el fondo de tu corazón lo que te digo, sacas un provecho mucho mayor que si leyeras muchos libros. Oh, si las almas quisieran escuchar Mi voz cuando les hablo en el fondo de sus corazones, en poco tiempo llegarían a la cumbre de la santidad. 
Comentario: 
Estas palabras del Señor son muy ciertas porque a veces los cristianos nos olvidamos de que Dios es Palabra, y que siempre se ha comunicado con los hombres, desde antiguo por los Profetas, y ahora por la Iglesia Jerárquica y por los videntes de diferentes apariciones.
Pero, además, Dios se comunica con cada alma en la medida de que el alma está a la escucha de Dios.
Por eso quien se aleja del mundo y se sepulta en las cuevas como los ermitaños, nunca estará solo porque Dios le hablará a su corazón y así se hace soportable la soledad.
Tratemos de apagar todos los ruidos que cotidianamente entorpecen la escucha de la Voz de Dios, porque Dios siempre nos habla, especialmente en el silencio, ya que Dios no suele hablar en el bullicio. Entonces hagamos silencio, interior y exterior, y escuchemos con atención lo que Dios quiere decirnos hoy, porque la delicia del Señor es estar con los hijos de los hombres, como dice la Sagrada Escritura.
No hacen falta muchos libros para ser sabios y vivir de acuerdo a la voluntad de Dios, porque con sólo el Santo Evangelio, la vida que vivimos y la palabra que Dios nos va revelando día a día en la oración, en la meditación y en los coloquios que tenemos con el Señor, ya podemos alcanzar altas cimas de santidad.

Jesús, en Vos confío.

jueves, 1 de enero de 2015

Ahora...

¡Este año sí!

Este año que hemos comenzado es la gran oportunidad que nos da Dios para que seamos santos. Este año sí debemos ser santos, porque no sabemos si quizás sea el último de nuestra vida aquí en la tierra.
El Cardenal Newman decía que uno debe situarse en el momento de la muerte, del paso de este mundo al más allá, cuando ya no queda tiempo para nada, ni para pedir perdón a Dios, ni para hacer buenas obras ni hablar con Dios y rezar.
Si hacemos así, es decir, si miramos todo como si ahora mismo, en este instante termina nuestra vida en este mundo, entonces ¡qué agradecidos estaremos con Dios, que nos da este nuevo año con todos sus instantes, para no desaprovechar ninguno de ellos, haciendo buenas obras, arrepintiéndonos de nuestros pecados y rezando y hablando con Dios!
Es un buen ejercicio éste de situarse uno en el último instante de vida, para tomar el serio propósito de aprovechar mejor el tiempo, para gloria de Dios, salvación de las almas y, especialmente, para nuestra propia salvación.
Nos daremos cuenta, entonces, que hay un tesoro que vale más que el dinero, que la salud, que los afectos, y es el tiempo, pues efectivamente el tiempo es la mayor riqueza que nos da Dios para que, aprovechándolo bien, ganemos no bienes materiales, sino una gloria imperecedera, y también para que hagamos ganar el Cielo a innumerables almas.
Éste es el año que Dios nos concede. No sabemos si lo viviremos todo completo o quedará truncado. Quizás vengan otros años más, quizás no. Pero este año tenemos que aprovecharlo, porque para Dios sólo cuenta el momento presente y en él tenemos que ser santos.
Pero vamos a necesitar de constancia y perseverancia, porque todo bien grandioso se suele alcanzar con tesón, perseverando, y para ello necesitamos de la vida de oración y de los sacramentos, es decir, de la Gracia.
Nuestra buena voluntad unida a la ayuda de Dios, harán milagros en este nuevo año. No dejemos escapar esta oportunidad única e irrepetible, porque el tiempo que pasa no vuelve, y la gracia que se nos da en el presente instante no será la misma que la que se nos brinda en el instante siguiente, de allí la necesidad de aprovechar cada instante.
¡Que Dios bendiga estos buenos propósitos que hoy hacemos, para que cuando realmente llegue nuestra muerte, estemos con las manos llenas de méritos!

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Fin de año...

Se termina el año 
Autor: P. Jorge Loring SJ | Fuente: Catholic.net
 
El día de hoy podríamos considerar tres cosas:
a) El tiempo pasa.
b) La muerte se acerca.
c) La eternidad nos espera.

El tiempo pasa volando. Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios las satisfacciones. El pasado deja huella en la biografía que Dios tiene de mí.

La muerte se acerca. Cada día que pasa estoy más cerca de ella. Es necio no querer pensar esto. Muchos de los que murieron el año pasado se creían que iban a seguir vivos en éste, pero se equivocaron. Puede que este año sea el último de nuestra vida. No es probable, pero sí posible. Debo tenerlo en cuenta. En ese momento trascendental, ¿qué querré haber hecho? ¿Qué NO querré haber hecho? Conviene hacer ahora lo que entonces me alegraré de haber hecho, y no lo que me pesará haber hecho.
La eternidad nos espera. Nos preocupamos mucho de lo terrenal que va durar muy poco. Nos preocupamos de la salud, del dinero, del éxito, de nuestra imagen, etc. Todo esto es transitorio. Lo único que va a perdurar es lo espiritual. El cuerpo se lo van a comer los gusanos. Lo único que va a quedar de nosotros es el alma espiritual e inmortal.

Con la muerte no termina la vida del hombre: se transforma, como dice el Prefacio de Difuntos. Palabras de Santo Tomás Moro sobre la morada en el cambio de destino.

Los que niegan la vida eterna es porque no les conviene. Pero negarla no es destruirla. La verdad es lo que Dios nos ha revelado.
Hoy es el momento de hacer balance. No sólo económico, sino también espiritual y moral.

Hagamos examen del año que termina.

Sin duda que habrá páginas maravillosas, que besaremos con alegría.

Pero también puede haber páginas negras que desearíamos arrancar. Pero eso ya no es posible. Lo escrito, escrito está.

Hoy abrimos un libro nuevo que tiene todas las páginas en blanco. ¿Qué vamos a escribir en él?

Que al finalizar este año que hoy comienza, podamos besar con alegría cada una de sus páginas.

Que no haya páginas negras que deseemos arrancar.

Puede que en ese libro haya cosas desagradables que no dependen de nosotros.

Lo importante es que todo lo que dependa de nosotros sea bueno.

Pidamos a Dios que dirija nuestra mano para que a fin de año podamos besar con alegría todo lo que hemos escrito.
También es el momento de examinar todas las ocasiones perdidas de hacer el bien.

Ocasiones irrecuperables. Pueden venir otras; pero las perdidas, no se recuperarán.

Finalmente, demos gracias a Dios de todo lo bueno recibido en el año que termina.

De la paciencia que Dios  ha tenido con nosotros.

Y de su gran misericordia.
 
 
Paz y Bien,

Itzel Paz de Silgado