Cuando el mal se va extendiendo y haciendo más incisivo, también el
Cielo nos da armas para enfrentarlo. Por eso si bien antes no se podía
comulgar todos los días, sino que eso era para algunos adelantados en la
vida espiritual, ahora la Iglesia permite la Comunión diaria, e incluso
se puede recibir la Eucaristía hasta dos veces en el mismo día, siempre
que se participe de la Santa Misa.
Pobres de nosotros si no aprovechamos esta oportunidad que nos da el
Señor, y por nimiedades faltamos a Misa, dejamos de comulgar
frecuentemente, incluso diariamente, porque entonces nos vendrá la
frialdad espiritual, hasta que quizás terminemos en el pecado grave y en
la apostasía, es decir, el abandono de la fe.
Pensemos y meditemos un poco a ver si no estamos dejando de lado la
Comunión sacramental sin motivo suficiente, porque cada vez que
comulgamos recibimos un tesoro infinito. Cada vez que asistimos a Misa
es como ir a un banco a recibir una inmensa fortuna. Y si haríamos
cualquier sacrificio para ir a dicho banco a recibir ese tesoro,
¡también debemos poner todos los medios para ir a la iglesia a recibir a
Jesús Sacramentado!
Si estamos tristes y angustiados porque las cosas van mal, el mundo va
de mal en peor, nuestros seres queridos sufren por muchos motivos,
tenemos la oportunidad de ayudar a todas estas situaciones con nuestra
oración y, sobre todo, yendo a Misa y uniéndonos al Sacrificio de la
Cruz que se actualiza en cada Santa Misa, y al recibir la Comunión,
ofrecerla por todas estas cosas y por las personas más necesitadas, las
que conocemos y las que no conocemos.
Quizás somos personas que no tenemos gran influencia en el mundo, ni
ascendencia entre nuestros parientes como para guiarlos y aconsejarlos
en el bien. Pero si vamos a comulgar todos los días, o lo más
frecuentemente que podamos, estaremos haciendo maravillas por ellos y
por todo el mundo. Y por supuesto estamos haciendo mucho también por
nosotros mismos, porque el que come de la Carne y bebe la Sangre del
Señor, tiene asegurado el Cielo, y ya aquí en la tierra es feliz y
comienza a vivir en el Paraíso.
No oigamos las palabras del tentador que nos pone multitud de pretextos
para que faltemos a Misa: que el sacerdote esto y aquello, que no hace
falta recibir tantas veces la comunión, que no hay que ser tan fanático,
etc., etc. Son todas tentaciones del Maligno que sabe muy bien el
beneficio que es participar mucho en la Santa Misa y recibir en ella la
Santa Comunión.
Nos hace falta más fe, o al menos vivir mejor la fe que tenemos, porque
sabemos muy bien que el Sacrificio de la Misa es independiente de la
santidad o no del sacerdote que la celebra.
Así que no dejemos de comulgar todas las veces que podamos. Y a no creer
que si no tenemos devoción ni “sentimos” algo al recibir a Jesús por
eso debemos dejar de comulgar, sino todo lo contrario, pues la
Eucaristía es como una aspirina, como un remedio, y como tal debemos
recibirlo, aunque no sintamos sensiblemente nada. Mejor si sentimos
arder de amor nuestro pecho al recibir al Señor sacramentado; pero si no
sentimos nada, igual sigamos perseverando en la Comunión diaria.
Cuando tomamos un remedio tampoco sentimos nada, pero el remedio va
trabajando en nuestro organismo y nos devuelve la salud y nos da fuerzas
para mejorar.
También la Eucaristía nos hace bien, aunque no lo notemos, aunque no lo
percibamos ni nadie lo perciba, porque Dios trabaja en lo escondido, en
lo oculto, y aunque aparentemente sigamos siendo los mismos después de
cada Comunión bien hecha, en realidad no somos los mismos, sino que el
Señor nos va transformando milagrosamente, misteriosamente.
Reflexionemos si estamos yendo a Misa y a comulgar todas las veces que podemos, o lo estamos dejando de lado por bagatelas.
