domingo, 18 de junio de 2017
sábado, 17 de junio de 2017
Perseverar...
Perseverar.
La perseverancia siempre tiene su premio. Dios ama a quien persevera en
el bien, en la oración, en la recepción de los sacramentos.
Efectivamente primero tenemos que hacer el propósito de perseverar en la oración, y luego también perseverar en recibir con frecuencia la santa Comunión. Si hacemos así, entonces las demás perseverancias se nos harán fáciles, y tendremos la ayuda de Dios con nosotros, que fortificando nuestra voluntad, nos hará adelantar en el camino del bien.
La salvación se consigue con perseverancia. Y todo en realidad se consigue con perseverancia, puesto que los bienes arduos raramente se nos conceden de buenas a primeras, sino que los obtenemos después de trabajar duro por ellos.
Primero debemos perseverar en la oración, porque la ayuda de Dios es necesaria y la obtenemos rezando. Quien deja la oración, no espere obtener la perseverancia en el bien, ni la perseverancia final en gracia de Dios para salvarse.
A veces tenemos muchas iniciativas pero solemos abandonar los proyectos y asuntos por cualquier motivo. Recordemos que la virtud se alcanza con la repetición de actos buenos, de acciones virtuosas. Si todos los días repetimos y repetimos las mismas cosas buenas, lograremos llegar a ser virtuosos y santos.
Pero es que en todo orden de la vida se necesita la perseverancia para lograr el objetivo. Hasta los malos y pecadores perseveran en el mal y logran sus objetivos malvados. Nosotros, perseveremos en el bien para alcanzar un día el Paraíso, pero ya la felicidad aquí en la tierra.
Tenemos que trabajar nuestra voluntad y por eso el Señor nos dice que debemos negarnos a nosotros mismos. No podemos decir “no tengo ganas” cuando sabemos que debemos hacer algo, sino que tenemos que levantarnos y hacer lo que debemos hacer. Y eso a cada hora, a cada momento, es una constante renuncia a la pereza y a la comodidad, es un continuo vencerse a uno mismo, recordando aquellas palabras de Jesús en el Evangelio: “Quien persevere hasta el fin, se salvará”.
Comencemos hoy mismo, ahora mismo. Este tiempo de vida que tenemos no es tiempo de quedarnos dormidos y sin hacer nada, sino que es tiempo de lucha, de dar batalla al mundo, al demonio y a la carne que es nuestro orgullo, y entablar el buen combate.
No esperemos grandes ocasiones para ser santos, sino que tenemos que aprovechar las cosas de todos los días para perseverar: en el trabajo, en el estudio, en el matrimonio, en la familia, en la comunidad, en la iglesia.
Dios premia grandemente a quien persevera, especialmente a quien persevera en la oración, como lo podemos constatar en el pasaje del Evangelio de la mujer cananea, que importunaba a todos con sus gritos, y hasta parece que Jesús la rechaza, pero interiormente está admirado de la fe de esta extranjera.
Hagamos también nosotros así con Dios. Importunémoslo, pidamos hoy, mañana y pasado mañana, que grande es el premio que nos quiere conceder el Señor por nuestra perseverancia en todo.
Efectivamente primero tenemos que hacer el propósito de perseverar en la oración, y luego también perseverar en recibir con frecuencia la santa Comunión. Si hacemos así, entonces las demás perseverancias se nos harán fáciles, y tendremos la ayuda de Dios con nosotros, que fortificando nuestra voluntad, nos hará adelantar en el camino del bien.
La salvación se consigue con perseverancia. Y todo en realidad se consigue con perseverancia, puesto que los bienes arduos raramente se nos conceden de buenas a primeras, sino que los obtenemos después de trabajar duro por ellos.
Primero debemos perseverar en la oración, porque la ayuda de Dios es necesaria y la obtenemos rezando. Quien deja la oración, no espere obtener la perseverancia en el bien, ni la perseverancia final en gracia de Dios para salvarse.
A veces tenemos muchas iniciativas pero solemos abandonar los proyectos y asuntos por cualquier motivo. Recordemos que la virtud se alcanza con la repetición de actos buenos, de acciones virtuosas. Si todos los días repetimos y repetimos las mismas cosas buenas, lograremos llegar a ser virtuosos y santos.
Pero es que en todo orden de la vida se necesita la perseverancia para lograr el objetivo. Hasta los malos y pecadores perseveran en el mal y logran sus objetivos malvados. Nosotros, perseveremos en el bien para alcanzar un día el Paraíso, pero ya la felicidad aquí en la tierra.
Tenemos que trabajar nuestra voluntad y por eso el Señor nos dice que debemos negarnos a nosotros mismos. No podemos decir “no tengo ganas” cuando sabemos que debemos hacer algo, sino que tenemos que levantarnos y hacer lo que debemos hacer. Y eso a cada hora, a cada momento, es una constante renuncia a la pereza y a la comodidad, es un continuo vencerse a uno mismo, recordando aquellas palabras de Jesús en el Evangelio: “Quien persevere hasta el fin, se salvará”.
Comencemos hoy mismo, ahora mismo. Este tiempo de vida que tenemos no es tiempo de quedarnos dormidos y sin hacer nada, sino que es tiempo de lucha, de dar batalla al mundo, al demonio y a la carne que es nuestro orgullo, y entablar el buen combate.
No esperemos grandes ocasiones para ser santos, sino que tenemos que aprovechar las cosas de todos los días para perseverar: en el trabajo, en el estudio, en el matrimonio, en la familia, en la comunidad, en la iglesia.
Dios premia grandemente a quien persevera, especialmente a quien persevera en la oración, como lo podemos constatar en el pasaje del Evangelio de la mujer cananea, que importunaba a todos con sus gritos, y hasta parece que Jesús la rechaza, pero interiormente está admirado de la fe de esta extranjera.
Hagamos también nosotros así con Dios. Importunémoslo, pidamos hoy, mañana y pasado mañana, que grande es el premio que nos quiere conceder el Señor por nuestra perseverancia en todo.
viernes, 16 de junio de 2017
Prueba...
Reflexionando con la Biblia
La prueba.
Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y lo llevó al jardín de Edén, para que
lo labrara y lo cuidase. Y mandó Dios Yahvé al hombre, diciendo: “De
cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol del conocimiento
del bien y del mal, no comerás; porque el día en que comieres de él,
morirás sin remedio”. (Génesis 2, 15-17)
Reflexión:
Dios no creó el mal, sino que éste nació solo cuando Lucifer se rebeló.
Dios no tienta con el mal, pero el mal está ahí, y es necesario saber
vencerlo. Dios había dado un mandato al hombre para que no cayera en
pecado, porque el hombre debía ser libre y permanecer libre y amoroso a
los mandatos de Dios. Tenemos que saber que Dios no destruye el mal.
¿Por qué no destruyó a Lucifer cuando éste se rebeló y se convirtió en
demonio? Simplemente porque Dios no destruye lo que ha creado. Como
tampoco destruirá a quien se condene para siempre en el Infierno. Dios
sabe sacar del mal, un bien espiritual para las almas, y por eso el
demonio, al fin del mundo, deberá reconocer que con todo el mal que
quiso hacer, solo habrá ayudado a los santos, a los elegidos, a alcanzar
el Paraíso. Entonces el mal existía y el hombre tenía que saber
rechazarlo siguiendo el mandado y consejo del Señor, permaneciendo fiel
para que luego Dios lo confirmara en gracia porque había vencido,
superando la prueba necesaria.
jueves, 15 de junio de 2017
Srparación...
Matar el error, amar al que yerra
Separarnos de los malos.
Jesús comía y bebía con los pecadores. Pero Él era Él, y nosotros somos débiles, y no podemos hacer lo mismo que hacía el Señor, porque por nuestra debilidad terminaríamos imitando a los pecadores.
Debemos cuidar nuestra fe y tenemos que separarnos de los que cometen el mal, para no contagiarnos.
No se trata de despreciarlos, ya que no hay que despreciar a nadie, pero sí se trata de cuidarnos y separarnos de ellos para no ser contagiados con el mal que sale de ellos.
Solo quien esté bien formado y tenga la misión de convertir almas, puede acercarse a los pecadores con la esperanza de poderlos convertir. Pero nosotros, simples cristianos, simples fieles, no debemos estar en sus reuniones porque terminaremos abandonando la fe y siendo traidores a Cristo y al Evangelio.
Hoy hay una falsa idea, que incluso se predica desde los púlpitos por los sacerdotes, de que tenemos que amar a todos y juntarnos con todos, sean buenos o malos, porque hay que “amarse”.
Sí, está bien que hay que amarse, pero primero debemos amarnos a nosotros mismos, y como dice el dicho: “Alma por alma, salvo la mía”, es decir que primero debemos cuidar nuestra salvación. Y el amor que debemos demostrar a los hermanos debe ser un amor sobrenatural, rezar por ellos, ofrecer sacrificios por ellos, pero no compartir su vida de pecado para no contagiarnos, porque una manzana podrida pudre todo el cajón de manzanas.
No nos creamos fuertes, porque esa es la astucia del demonio, hacernos creer que somos fuertes y que “a nosotros no nos va a pasar nada”, y es entonces ahí cuando caemos miserablemente en el pecado.
Siempre hay que tener prudencia y caridad, y ser vigilantes y orantes, siendo astutos como serpientes y sencillos como palomas.
miércoles, 14 de junio de 2017
Seguir...
Seguir adelante.
Persevera y triunfarás” dice el dicho popular. Y es cierto que quien persevera, siempre triunfa. Quizás no en el logro del objetivo, pero al menos ha logrado perseverar, y eso es muy importante.
Los demonios viven en el miedo, y quieren infundirnos miedo para que nos descorazonemos y dejemos las cosas que hemos emprendido. Ellos, los diablos, tienen miedo de que nos escapemos de sus manos y nos salvemos, y por eso nos meten miedo y nos pintan las cosas de manera muy negra.
Si bien a veces las cosas pueden ponerse difíciles o ser en sí mismas difíciles, tenemos que reconocer también allí la participación de los demonios que trabajan sobre nuestra imaginación, poniendo muy negro todo.
Pero es ahí donde debemos poner a trabajar nuestra fe en Dios, porque el Señor no se olvida de nosotros y de quienes amamos, y no hay nada imposible para Dios. Basta que nosotros creamos en Él, y que sigamos adelante en lo bueno que hemos emprendido, y adelante en la vida, aunque se ponga difícil, puesto que Dios no permitirá que seamos probados y tentados más allá de nuestras fuerzas y, con su ayuda divina, podremos sortear todos los obstáculos.
No nos descorazonemos ante las sugerencias diabólicas del Maligno, que quiere que nos acobardemos y dejemos de luchar, dejemos de andar y caminar, porque entonces sí que comenzaremos a ser derrotados, y el miedo se apoderará de nosotros.
Recordemos ese salmo tan hermoso de la Escritura que dice: “Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tu vara y tu bastón me infunden confianza”.
Sepamos que Dios está con nosotros y jamás puede permitir algo más allá de lo que Él quiere. “Nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre”, ha dicho Cristo. Siendo esto así, armémonos de coraje y avancemos por la vida sin miedo y con esperanza, porque el triunfo es de quienes perseveran y confían en Dios y en su ayuda.
Aunque todo parezca perdido, aunque ya no haya más esperanzas, humanamente hablando, para Dios sí la hay, y para los hijos de Dios también la hay, porque el Señor cuida de nosotros, y si deja que a veces seamos heridos, Él mismo cura nuestras heridas con sus manos benditas y nos da ánimos para seguir adelante.
Persevera y triunfarás” dice el dicho popular. Y es cierto que quien persevera, siempre triunfa. Quizás no en el logro del objetivo, pero al menos ha logrado perseverar, y eso es muy importante.
Los demonios viven en el miedo, y quieren infundirnos miedo para que nos descorazonemos y dejemos las cosas que hemos emprendido. Ellos, los diablos, tienen miedo de que nos escapemos de sus manos y nos salvemos, y por eso nos meten miedo y nos pintan las cosas de manera muy negra.
Si bien a veces las cosas pueden ponerse difíciles o ser en sí mismas difíciles, tenemos que reconocer también allí la participación de los demonios que trabajan sobre nuestra imaginación, poniendo muy negro todo.
Pero es ahí donde debemos poner a trabajar nuestra fe en Dios, porque el Señor no se olvida de nosotros y de quienes amamos, y no hay nada imposible para Dios. Basta que nosotros creamos en Él, y que sigamos adelante en lo bueno que hemos emprendido, y adelante en la vida, aunque se ponga difícil, puesto que Dios no permitirá que seamos probados y tentados más allá de nuestras fuerzas y, con su ayuda divina, podremos sortear todos los obstáculos.
No nos descorazonemos ante las sugerencias diabólicas del Maligno, que quiere que nos acobardemos y dejemos de luchar, dejemos de andar y caminar, porque entonces sí que comenzaremos a ser derrotados, y el miedo se apoderará de nosotros.
Recordemos ese salmo tan hermoso de la Escritura que dice: “Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tu vara y tu bastón me infunden confianza”.
Sepamos que Dios está con nosotros y jamás puede permitir algo más allá de lo que Él quiere. “Nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre”, ha dicho Cristo. Siendo esto así, armémonos de coraje y avancemos por la vida sin miedo y con esperanza, porque el triunfo es de quienes perseveran y confían en Dios y en su ayuda.
Aunque todo parezca perdido, aunque ya no haya más esperanzas, humanamente hablando, para Dios sí la hay, y para los hijos de Dios también la hay, porque el Señor cuida de nosotros, y si deja que a veces seamos heridos, Él mismo cura nuestras heridas con sus manos benditas y nos da ánimos para seguir adelante.
martes, 13 de junio de 2017
Preparados...
Estar preparados.
Jesús nos dice en su Evangelio que debemos estar siempre vigilantes y preparados para partir hacia la eternidad. Y con ello nos quiere decir que debemos vivir constantemente en gracia de Dios, en amistad con Él, y jamás en pecado mortal o grave.
El mundo está lleno de muertes improvisas, violentas, instantáneas, que no dejan tiempo para prepararse a bien morir ni para confesarse. Por eso debemos tener siempre lo que se llama la preparación remota, es decir, acostumbrarnos a vivir habitualmente en gracia de Dios, y entonces, cuando llegue la muerte, rodeada de las circunstancias que sean, estaremos preparados para dar el salto a la eternidad y nos salvaremos.
No se trata de dejar de hacer las cosas de todos los días y ponernos a pensar, temblando, en el momento de la muerte que cada vez se avecina más. Sino de vivir tranquilos y confiados en Dios, pero mantenernos siempre en gracia de Dios.
Si hacemos así, si vivimos siempre en gracia de Dios, entonces dediquémonos con tranquilidad a las cosas de cada día, que aunque estemos absorbidos en lo cotidiano e improvisamente nos llegue la muerte, estaremos bien preparados para pasar de este mundo al otro.
Si tuvimos la desgracia de pecar gravemente, no nos quedemos en ese estado hasta el momento de confesarnos con el sacerdote, sino hagamos un acto de contrición perfecta, con el propósito de confesarnos cuanto antes con un sacerdote, y entonces ya no estaremos en pecado grave, y si nos tocara morir, estaríamos preparados.
El acto de contrición perfecta se hace pidiéndole perdón a Dios por el pecado cometido, no tanto por el miedo al infierno merecido, sino porque con ese pecado Le hemos causado mucho dolor al Señor, lo hemos contristado.
Entonces ni bien tenemos la desgracia de pecar mortalmente, hagamos el acto de contrición, añadiendo el propósito de ir a confesarnos cuanto antes, y ya estaremos otra vez en regla por si tuviéramos que partir de este mundo.
Claro que luego deberíamos no postergar indefinidamente la confesión sacramental, ni tampoco durante ese lapso nos podemos acercar a la comunión eucarística. Pero si morimos, nuestra salvación estará asegurada.
Ya el Señor nos ha dicho que Él vendrá a la hora menos pensada, a la hora del ladrón. Y es un aviso de Dios que tenemos que asimilarlo y poner todos los medios para estar siempre preparados.
Jesús nos dice en su Evangelio que debemos estar siempre vigilantes y preparados para partir hacia la eternidad. Y con ello nos quiere decir que debemos vivir constantemente en gracia de Dios, en amistad con Él, y jamás en pecado mortal o grave.
El mundo está lleno de muertes improvisas, violentas, instantáneas, que no dejan tiempo para prepararse a bien morir ni para confesarse. Por eso debemos tener siempre lo que se llama la preparación remota, es decir, acostumbrarnos a vivir habitualmente en gracia de Dios, y entonces, cuando llegue la muerte, rodeada de las circunstancias que sean, estaremos preparados para dar el salto a la eternidad y nos salvaremos.
No se trata de dejar de hacer las cosas de todos los días y ponernos a pensar, temblando, en el momento de la muerte que cada vez se avecina más. Sino de vivir tranquilos y confiados en Dios, pero mantenernos siempre en gracia de Dios.
Si hacemos así, si vivimos siempre en gracia de Dios, entonces dediquémonos con tranquilidad a las cosas de cada día, que aunque estemos absorbidos en lo cotidiano e improvisamente nos llegue la muerte, estaremos bien preparados para pasar de este mundo al otro.
Si tuvimos la desgracia de pecar gravemente, no nos quedemos en ese estado hasta el momento de confesarnos con el sacerdote, sino hagamos un acto de contrición perfecta, con el propósito de confesarnos cuanto antes con un sacerdote, y entonces ya no estaremos en pecado grave, y si nos tocara morir, estaríamos preparados.
El acto de contrición perfecta se hace pidiéndole perdón a Dios por el pecado cometido, no tanto por el miedo al infierno merecido, sino porque con ese pecado Le hemos causado mucho dolor al Señor, lo hemos contristado.
Entonces ni bien tenemos la desgracia de pecar mortalmente, hagamos el acto de contrición, añadiendo el propósito de ir a confesarnos cuanto antes, y ya estaremos otra vez en regla por si tuviéramos que partir de este mundo.
Claro que luego deberíamos no postergar indefinidamente la confesión sacramental, ni tampoco durante ese lapso nos podemos acercar a la comunión eucarística. Pero si morimos, nuestra salvación estará asegurada.
Ya el Señor nos ha dicho que Él vendrá a la hora menos pensada, a la hora del ladrón. Y es un aviso de Dios que tenemos que asimilarlo y poner todos los medios para estar siempre preparados.
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