viernes, 16 de febrero de 2018
Mensajes...
Mensaje de confianza
Confianza para obtener.
Sin embargo, Jesucristo nos pide esta fe especial y concreta. Él la
exigía otrora como condición indispensable para sus milagros; y también
la espera de nosotros, para concedernos sus beneficios.
(De "El Libro de la Confianza", P. Raymond de Thomas de Saint Laurent)
Comentario:
Jesús pedía fe y confianza a quien quería obtener milagros de Él. Y
ahora también a nosotros nos pide esa fe y esa confianza para obrar en
nuestra vida.
Tenemos que reconocer que en este punto estamos flacos y desprovistos de
esa confianza ciega y sencilla, como la de los niños en sus padres, y
que debemos tener nosotros para con Dios.
El Señor ya nos ha dicho que en la oración, cuando pidamos algo, creamos
en el fondo del corazón que ya lo hemos obtenido, y entonces lo
obtendremos. ¿Pero quién reza hoy de esta forma? Pocos o nadie.
Entonces pongámoslo en práctica nosotros y pidamos con esta confianza
segura en Dios, sabiendo que para Él no hay nada imposible, y que Él
todo lo que quiere lo hace.
Dios pide fe para actuar, por eso nosotros, con nuestra falta de fe y
confianza en Él, impedimos su actuación en nuestra vida, en nuestros
seres queridos y en el mundo.
Es que estamos en una época en que la fe y la confianza en Dios están
siendo puestas a prueba duramente. Mayor motivo para esperar contra toda
esperanza y tener la misma confianza que tuvo la Virgen al pie de la
Cruz y en la sepultura del Señor, que a pesar de todas las apariencias,
supo creer firmemente, y obtuvo el milagro de la Resurrección, pues
gracias a María y su confianza y fe, se adelantó dicho momento.
jueves, 15 de febrero de 2018
Mensajes...
Mensaje eucarístico
Cuando recibimos la Eucaristía.
Cada vez que recibimos a Jesús en la Eucaristía se reproduce en nosotros el momento de la Anunciación, cuando el Arcángel Gabriel le anunció a María que sería la Madre de Dios y, cuando María dijo sí, en ese mismo momento el Verbo de Dios descendió a su seno y a su corazón. También nosotros, cuando el Sacerdote nos dice: “El Cuerpo de Cristo”, nosotros respondemos amén, y entonces el Señor Jesús baja a nuestro corazón realmente vivo y resucitado como está sentado a la derecha del Padre en la Gloria del Cielo. Recibámoslo con el alma de rodillas y con las mismas disposiciones de la Santísima Virgen.
¡Viva Jesús Sacramentado!
¡Viva María, su Madre Inmaculada!
¡Viva María, su Madre Inmaculada!
miércoles, 14 de febrero de 2018
Miradas...
Mira que Dios te mira…
“Mira que Dios te mira,
mira que te está mirando,
mira que vas a morir,
mira que no sabes cuándo.”
mira que te está mirando,
mira que vas a morir,
mira que no sabes cuándo.”
Dios nos está mirando día y noche y llevará a juicio todas nuestras
acciones, palabras, pensamientos y omisiones. Por eso ¡qué santa debe
ser toda nuestra conducta, sabiendo que todo lo que hacemos, decimos y
pensamos, un día será puesto en descubierto; si no en la tierra, sí en
el Juicio final ante toda la creación!
Efectivamente el Señor ha dicho en el Evangelio que no hay nada oculto que no se revele algún día. Y si no es en este mundo, sí se sabrá todo en el Día final, ante la faz del universo todo.
Siendo esto así, tenemos que obrar santamente, sabiendo que Dios nos mira continuamente y premiará todo lo bueno y castigará lo malo.
Ojalá no debamos un día tener vergüenza por lo que hemos obrado. Y ojalá que esa vergüenza no sea eterna, es decir, el infierno, donde estaremos confundidos para siempre.
La gente no piensa en esta verdad, y lo que hace en lo oculto cree que nadie lo ve y que siempre permanecerá oculto. Éste es un hábil engaño del demonio que oculta las verdades de la fe para tener el campo libre a su actuación. Pero será él, el diablo, el primero y principal acusador ante Dios en el día de nuestro juicio particular al momento de nuestra muerte. Porque el demonio es el Acusador de nuestros hermanos, el que los acusa ante Dios día y noche, como lo dice el Apocalipsis.
Estamos a tiempo todavía. Si en el pasado hemos obrado mal, o no tan bien, es tiempo de hacer una buena confesión y reparar con una vida de penitencia y haciendo el bien para contrabalancear y borrar ante Dios el mal que hemos hecho. Es tiempo de comenzar a obrar bien, teniendo intenciones rectas, porque Dios nos está mirando y es Él quien nos juzgará hasta las últimas consecuencias. Y a Dios no se lo puede sobornar, y cuando pronuncia su sentencia, no hay modo de apelar a una instancia superior, sino que su sentencia es irrevocable y certera, porque Dios no falla, y dicha sentencia quedará para siempre.
Ya lo ha dicho Jesús que lo que se haya dicho en las habitaciones más ocultas, será gritado desde los techos de las casas.
Pensando en esto, vivamos bien, conscientes de que estamos en la presencia de Dios, y que en Dios vivimos, nos movemos, y existimos, y que Él nos juzgará con justicia el día de nuestra muerte, porque habrá ya terminado el tiempo de la misericordia, que es el tiempo que tenemos de vida, y comenzará el tiempo de la justicia.
Efectivamente el Señor ha dicho en el Evangelio que no hay nada oculto que no se revele algún día. Y si no es en este mundo, sí se sabrá todo en el Día final, ante la faz del universo todo.
Siendo esto así, tenemos que obrar santamente, sabiendo que Dios nos mira continuamente y premiará todo lo bueno y castigará lo malo.
Ojalá no debamos un día tener vergüenza por lo que hemos obrado. Y ojalá que esa vergüenza no sea eterna, es decir, el infierno, donde estaremos confundidos para siempre.
La gente no piensa en esta verdad, y lo que hace en lo oculto cree que nadie lo ve y que siempre permanecerá oculto. Éste es un hábil engaño del demonio que oculta las verdades de la fe para tener el campo libre a su actuación. Pero será él, el diablo, el primero y principal acusador ante Dios en el día de nuestro juicio particular al momento de nuestra muerte. Porque el demonio es el Acusador de nuestros hermanos, el que los acusa ante Dios día y noche, como lo dice el Apocalipsis.
Estamos a tiempo todavía. Si en el pasado hemos obrado mal, o no tan bien, es tiempo de hacer una buena confesión y reparar con una vida de penitencia y haciendo el bien para contrabalancear y borrar ante Dios el mal que hemos hecho. Es tiempo de comenzar a obrar bien, teniendo intenciones rectas, porque Dios nos está mirando y es Él quien nos juzgará hasta las últimas consecuencias. Y a Dios no se lo puede sobornar, y cuando pronuncia su sentencia, no hay modo de apelar a una instancia superior, sino que su sentencia es irrevocable y certera, porque Dios no falla, y dicha sentencia quedará para siempre.
Ya lo ha dicho Jesús que lo que se haya dicho en las habitaciones más ocultas, será gritado desde los techos de las casas.
Pensando en esto, vivamos bien, conscientes de que estamos en la presencia de Dios, y que en Dios vivimos, nos movemos, y existimos, y que Él nos juzgará con justicia el día de nuestra muerte, porque habrá ya terminado el tiempo de la misericordia, que es el tiempo que tenemos de vida, y comenzará el tiempo de la justicia.
martes, 13 de febrero de 2018
Infierno...
Cómo es el Infierno
"Hoy he estado en los abismos del infierno, conducida por un ángel. Es
un lugar de grandes tormentos, ¡qué espantosamente grande es su
extensión! Los tipos de tormentos que he visto: el primer tormento que
constituye el infierno, es la pérdida de Dios; el segundo, el continuo
remordimiento de conciencia; el tercero, aquel destino no cambiará
jamás; el cuarto tormento, es el fuego que penetrará al alma, pero no la
aniquilará, es un tormento terrible, es un fuego puramente espiritual,
incendiado por la ira divina; el quinto tormento, es la oscuridad
permanente, un horrible, sofocante olor; y a pesar de la oscuridad los
demonios y las almas condenadas se ven mutuamente y ven todos el mal de
los demás y el suyo; el sexto tormento, es la compañía continua de
Satanás; el séptimo tormento, es una desesperación tremenda, el odio a
Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias. Estos son los
tormentos que todos los condenados padecen juntos, pero no es el fin de
los tormentos. Hay tormentos particulares para distintas almas, que son
los tormentos de los sentidos: cada alma es atormentada de modo tremendo
e indescriptible con lo que ha pecado. Hay horribles calabozos, abismos
de tormentos donde un tormento se diferencia del otro. Habría muerto a
la vista de aquellas terribles torturas, si no me hubiera sostenido la
omnipotencia de Dios. Que el pecador sepa: con el sentido que peca, con
ése será atormentado por toda la eternidad. Lo escribo por orden de Dios
para que ningún alma se excuse diciendo que el infierno no existe o que
nadie estuvo allí ni sabe cómo es.
Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, estuve en los abismos del infierno para hablar a las almas y dar testimonio de que el infierno existe. Ahora no puedo hablar de ello, tengo la orden de dejarlo por escrito. Los demonios me tenían un gran odio, pero por orden de Dios tuvieron que obedecerme. Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto. He observado una cosa: la mayor parte de las almas que allí están son las que no creían que el infierno existe. Cuando volví en mí no pude reponerme del espanto, qué terriblemente sufren allí las almas. Por eso ruego con más ardor todavía por la conversión de los pecadores, invoco intensamente la misericordia de Dios para ellos. Oh Jesús mío, prefiero agonizar en los más grandes tormentos hasta el fin del mundo, que ofenderte con el menor pecado".
Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, estuve en los abismos del infierno para hablar a las almas y dar testimonio de que el infierno existe. Ahora no puedo hablar de ello, tengo la orden de dejarlo por escrito. Los demonios me tenían un gran odio, pero por orden de Dios tuvieron que obedecerme. Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto. He observado una cosa: la mayor parte de las almas que allí están son las que no creían que el infierno existe. Cuando volví en mí no pude reponerme del espanto, qué terriblemente sufren allí las almas. Por eso ruego con más ardor todavía por la conversión de los pecadores, invoco intensamente la misericordia de Dios para ellos. Oh Jesús mío, prefiero agonizar en los más grandes tormentos hasta el fin del mundo, que ofenderte con el menor pecado".
(Nº 741 - Diario "La Divina Misericordia en mi alma". Santa Faustina Kowalska.)
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