sábado, 21 de julio de 2018

Pecado...

Signos de los tiempos
El pecado, causa de todo mal.

El pecado es la causa de todo el mal que hay en el mundo, es por eso que María, en sus numerosas apariciones, nos hace un urgente llamado a la conversión, porque si los pecados siguen en aumento, nos vendrán graves castigos. Así que lo mejor que podemos hacer por este mundo es rezar mucho, especialmente el Santo Rosario, y pedir por la conversión del mundo. Hacer pequeños sacrificios y aceptar con amor los dolores y sufrimientos que el Señor nos envíe, ya que con todo esto frenaremos, por lo menos en parte, los grandes castigos que aguardan a la humanidad si no se convierte. Hoy en los medios de comunicación se habla de los problemas de la paz mundial y del problema económico, etc., sin tener en cuenta que la solución no vendrá al mundo por las reuniones de los “grandes” de la tierra, sino que la solución pasa por la vuelta de la humanidad a Dios; de lo contrario, la paz no llegará nunca, habrá cada vez más guerras crueles y sangrientas, y la maldad se extenderá mucho más. La Virgen nos llama al combate. Empuñemos, entonces las armas espirituales de la oración y el sacrificio, y así no habremos pasado esta vida en vano sobre la tierra, sino que seremos colaboradores y grandes bienhechores de la humanidad, aunque no salgamos publicados en los periódicos ni en los medios de comunicación.

¡Ven Señor Jesús!

jueves, 19 de julio de 2018

Amigo...

Jesús, nuestro gran Amigo.

Jesus
Jesús está realmente presente en la Eucaristía porque quiere entrar en una continua comunión de vida con vosotros.
Cuando vais delante de Él, os ve; cuando le habláis, os escucha; cuando le confiáis algo, acoge en su Corazón cada una de vuestras palabras; cuando le pedís algo, siempre os atiende.
Id ante el Tabernáculo para establecer con Jesús una relación de vida simple y cotidiana.
Con la misma naturalidad con que buscáis a un amigo, os fiáis de las personas que os son queridas, y sentís la necesidad de los amigos 

miércoles, 18 de julio de 2018

Miradas simpáticas...


Pensamientos profundos...


Simpleza...

Amor y sencillez.

Jesus y los ninos
Los seres humanos somos propensos a complicar las cosas. Y Dios, que es simple, quiere que también nosotros seamos simples como es Él. Así, siendo simples y sencillos, entenderemos mejor a Dios y las cosas de Dios.
No es difícil ser santos, porque para serlo hay que saber amar, así de simple.
Dios no quiere atosigarnos con doctrina y teorías o conocimientos, sino que pide de nosotros amor: amor a Dios y amor al prójimo.
No es difícil amar, porque los hombres hemos sido creados para amar, y si no amamos al Dios verdadero, terminaremos amando a falsos dioses como el dinero, el poder, la sensualidad, etc.
Dios quiere que amemos. Y amando, se nos hará todo fácil, porque el amor es el motor para todas las acciones de la vida. Cuando vemos a los padres que se fatigan y desviven por sus hijos, por darle todo lo que necesitan, es que los mueve el amor.
Y también para hacer grandes cosas necesitamos amar lo que hacemos, amar para tener perseverancia en conseguir el objetivo.
En las obras de Dios, las obras de apostolado, con mucha mayor razón debemos amar, porque el amor será el que nos impulsará a hacer grandes cosas por Dios y por los hermanos.
A veces creemos que para ser santos tenemos que estudiar mucha teología o ser eruditos en Sagrada Escritura. ¡No! Si sabemos esas cosas, está bien, siempre y cuando no nos olvidemos del amor y la sencillez. Porque podemos saber muchas cosas pero, si eso que sabemos no está dosificado con amor, se puede convertir en algo inútil.
Recordemos que Dios gusta revelarse a los pobres, sencillos y pequeños; y no a los grandes y doctos. ¿Esto por qué? Porque los pequeños son sencillos, como sencillo es Dios, y a Él le gusta comunicarse con sus semejantes.
Empecemos por el amor, porque Dios nos ha creado para amarnos por toda la eternidad y ya desde la tierra debemos empezar a amar a Dios con todas nuestras fuerzas, para luego ir a amarlo por los siglos de los siglos en el Cielo.
El amor da fuerzas para todo y, amando, es como seremos santos.

martes, 17 de julio de 2018

Confiar...

Confiemos en la Virgen.

Aunque estemos ya con un pie en el Infierno, no perdamos la confianza en María, pues Ella es la Madre de Dios, y todo lo que María le pide al Señor, lo obtiene infaliblemente.
Si cayéramos en la cuenta de quién es María, de qué poder está dotada, y de cuánto amor nos tiene, seríamos las personas más felices de la tierra, porque saber que la Virgen es la Omnipotencia Suplicante y que nos puede obtener TODO de Dios, nos asegura la paz y felicidad a nuestra alma, y nos lleva a vivir tranquilos y confiados, sabiendo que hay una Buena que vela por nosotros.
Si las cosas se ponen difíciles, o no vemos claro qué camino hay que seguir, o estamos enfermos y tristes, invoquemos a María, confiemos en Ella y en su ayuda, y no quedaremos defraudados, porque la Virgen no rechaza a ninguno por pecador o malo que fuera, sino que lo acoge bajo su manto y lo salva del infierno y de la Justicia de Dios.
Recostemos nuestra cabeza cansada y abatida sobre el pecho de María, que hasta allí no llega Satanás ni el mundo ni ningún mal. Vayamos a nuestra Madre del Cielo y desahoguemos nuestro corazón conversando con Ella, que una madre siempre tiene palabras de cariño para sus hijos, y María es nuestra Madre que sólo quiere nuestro bien.
Aunque estemos en el pozo más oscuro, en al abismo más grande y pavoroso, invoquemos a María que Ella no nos dejará librados a la suerte, sino que pondrá en movimiento todo su poder e influencia ante el trono de Dios, y nos obtendrá todo lo que pedimos y necesitamos.
Confiemos en María Santísima porque antes fallarán el cielo y la tierra, pero jamás se podrá decir que uno que invocó en su auxilio a la Virgen, se viera desoído por Ella.

lunes, 16 de julio de 2018

Minutos...

Los cinco primeros minutos

despertador No es fácil tomar el tren en marcha ni coger el hilo de una conversación ya iniciada, ni situarse en el proceso de un discurso del que no se ha oído el comienzo.
Si soy invitado a casa de unos amigos, me las arreglo para no llegar después del aperitivo.
Si asisto al teatro, me gusta estar acomodado antes de que suba el telón, ambientarme en mi butaca, en la sala, con el resto del público que está a mi alrededor.
Si voy al cine, echo pestes contra los que pasan por delante de la pantalla y me impiden ver la primeras imágenes de la película.
Si voy a un concierto, me gusta oír cómo el primer violín da el "la", cómo todo se organiza y cómo se pasa de la cacofonía al silencio y del silencio a la música.
Si conecto la televisión para escuchar el telediario, me molesta perderme el resumen inicial de las noticias más importantes del día (los titulares). O que, mientras las intento escuchar, otros hablen y me impidan enterarme.
En todas partes, siempre, cuando hay diversas personas que se reúnen para formar asamblea y para llevar a cabo algo que aprecian, es muy importante el primer momento, los primeros cinco minutos.
A todos los aficionados les gusta llegar al estadio de fútbol con antelación al inicio del partido y vivir el ambiente.
¿Y en nuestras iglesias? En nuestras iglesias suele suceder todo lo contrario. La gente llega tarde, se empieza sin silencio, como si no importara lo que se hace y se dice.
¡Bienaventurada la iglesia en la que todos los bancos están ocupados unos minutos antes del inicio de la Misa!