lunes, 28 de noviembre de 2016
Recuerdos...
El recuerdo de la muerte. |
¡Qué bien nos hace, de vez en cuando, visitar un cementerio! Nos viene bien, de vez en cuando, ser sacudidos por la muerte de alguien, porque así podemos pensar en la muerte, no tanto de ese ser, sino en nuestra propia muerte, que un día también llegará, y para la cual debemos encontrarnos preparados.
¡Cuántos hombres y mujeres se retiraron del mundo, se hicieron religiosos, por el sólo hecho de haber contemplado a un ser querido difunto! ¡Cuántas cosas de nuestra vida ilumina la muerte de un ser cercano! Y son llamados de Dios, que no hizo la muerte, pues la muerte entró en el mundo por envidia del demonio, por el pecado, ya que no estamos preparados para morir, Dios no nos creó para que muriésemos. A veces estamos tan acelerados y preocupados por las cosas del mundo y el trajinar del trabajo, el estudio, la familia, etc., que nos olvidamos de lo que realmente es importante: salvar nuestra alma. Ya lo dijo el Señor a Marta: “Marta, Marta, te agitas y te preocupas por muchas cosas, pero sólo una cosa es necesaria”. Salvar el alma por medio de una vida vivida en gracia de Dios, cumpliendo los Diez Mandamientos y siendo misericordiosos con todos, como misericordioso es Dios. Todos vamos a morir. Y es necesario que vivamos de tal forma que no tengamos miedo a la muerte, ni estemos tan atados a este mundo, que nos dé pena el tener que dejarlo de un momento a otro. La muerte no es el fin, sino el paso, el comienzo de lo que será la vida para siempre, la eternidad. Por eso toda nuestra vida en la tierra debe ser una preparación para la muerte, aprovechando todo lo que nos vaya sucediendo para hacernos más sabios, hasta llegar a la edad perfecta de Cristo, a la plenitud de la sabiduría, en definitiva: a ser santos. Sigamos los consejos de los Santos que nos dicen que la vida conviene mirarla desde la muerte, como si ya nos encontráramos en el momento supremo de nuestra muerte, y así aprovechar la vida para hacer lo que tenemos que hacer y no dejar pasar el tiempo tan inútilmente como a veces lo hacemos. Dios es infinitamente misericordioso, pero su misericordia se ejercita mientras vivimos en este cuerpo mortal. Pasado el tiempo de vida que Dios nos ha concedido, se termina el tiempo de la misericordia y ya sólo queda la Justicia divina. No es que debamos dejarlo todo y encerrarnos en un convento a esperar la muerte, sino que debemos vivir siempre en gracia de Dios, y así estaremos siempre preparados para la partida de este mundo, pudiendo seguir el consejo de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Es decir: cumple los mandamientos, vive en gracia de Dios, y dedícate a lo que quieras y te guste tranquilamente, viviendo en paz. |
viernes, 25 de noviembre de 2016
Cercanía...
Fijemos nuestra mirada sobre el Padre y Creador del mundo entero; acojamos sus dones de paz y sus beneficios, magníficos, incomparables. Contemplemos con el pensamiento y consideremos con los ojos del alma la gran paciencia con sus designios; reflexionemos cómo actúa pacíficamente con su creación... Porque derrama sus beneficios sobre toda la creación, pero a nosotros nos los prodiga sobreabundantemente cuando recurrimos a su misericordia...
Pero, amados mío, vigilad que sus numerosos beneficios no se transformen en condena para nosotros si no vivimos de manera digna de él... Consideremos cuán próximo está de nosotros, y que no se le escapa ninguno de nuestros pensamientos ni de nuestras deliberaciones interiores. Es, pues, justo que no abandonemos nuestro puesto contra su voluntad... Que no se nos dirija a nosotros la palabra que dice: «Malditos los que tienen el alma dividida, los que dudan en su corazón, los que dicen: ‘Eso, ya lo escuchábamos en tiempo de nuestros padres; y he aquí que hemos envejecido y nada de esto nos ha ocurrido’. ¡Oh insensatos! Comparaos a un árbol, mirad la planta de una vid. Primero pierde sus hojas, después nace una yema, después una hoja, después una flor, y después de todo ello, el racimo verde, y después llega el racimo maduro.». Fijaos como en poco tiempo ha madurado el fruto del árbol. En verdad ¡así será de rápido y súbito el cumplimiento de su designio! La Escritura da testimonio de ello cuando dice:«Vendrá rápidamente; no tardará» (Is 13,22) y :«El Señor vendrá a su Templo repentinamente, el Santo que esperáis» (Ml 3,1).
Pero, amados mío, vigilad que sus numerosos beneficios no se transformen en condena para nosotros si no vivimos de manera digna de él... Consideremos cuán próximo está de nosotros, y que no se le escapa ninguno de nuestros pensamientos ni de nuestras deliberaciones interiores. Es, pues, justo que no abandonemos nuestro puesto contra su voluntad... Que no se nos dirija a nosotros la palabra que dice: «Malditos los que tienen el alma dividida, los que dudan en su corazón, los que dicen: ‘Eso, ya lo escuchábamos en tiempo de nuestros padres; y he aquí que hemos envejecido y nada de esto nos ha ocurrido’. ¡Oh insensatos! Comparaos a un árbol, mirad la planta de una vid. Primero pierde sus hojas, después nace una yema, después una hoja, después una flor, y después de todo ello, el racimo verde, y después llega el racimo maduro.». Fijaos como en poco tiempo ha madurado el fruto del árbol. En verdad ¡así será de rápido y súbito el cumplimiento de su designio! La Escritura da testimonio de ello cuando dice:«Vendrá rápidamente; no tardará» (Is 13,22) y :«El Señor vendrá a su Templo repentinamente, el Santo que esperáis» (Ml 3,1).
jueves, 24 de noviembre de 2016
Paciencia...
La paciencia
La paciencia es la virtud por la cual se sabe sufrir y tolerar los infortunios y adversidades con fortaleza, sin lamentarse. También significa ser capaz de esperar con serenidad lo que tarda en llegar.
Vivimos en un mundo frenético. La marabunta de la tecnología y el progreso de las comunicaciones nos han traído enormes beneficios y comodidades. Sin embargo, nos han hecho olvidar la paciencia y la serenidad. Hoy todo es urgente. Te mandé un email y no lo viste. Te llamé tres veces y no me contestaste. Te envié un whatsapp y no me respondiste. Te estuve esperando quince minutos y no llegaste. ¿Dónde te has metido? ¿Por qué no me avisaste inmediatamente? ¡Date prisa! ¡Al grano! ¿Qué estás esperando?
Por estas circunstancias, es importante que se aprenda a formar la virtud de la paciencia desde el seno familiar. Las dificultades cotidianas vividas con amor y paciencia nos ayudan a prepararnos para la venida del Reino de Dios. Cuando el niño pequeño llora, cuando el adolescente es rebelde, cuando la hija es respondona, cuando la esposa grita, cuando el marido se enoja, cuando el abuelo chochea, cuando otra vez han dejado entrar al perro en la casa y ha llenado todo de pelos nos llevamos las manos a la cara y exclamamos: ¡Señor, dame paciencia" pero ahora!
Es cierto, la paciencia es un fruto del Espíritu Santo y debemos pedirlo constantemente. Esta virtud es la primera perfección de la caridad, como dice san Pablo: "La caridad es paciente, es servicial; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra en la injusticia; se alegra en la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" (1 Co 13,4-7)
La vida familiar aquí en la Tierra es un gimnasio para entrenarnos en esta virtud. Las adversidades diarias nos invitan a sufrir con paciencia la ignorancia, el error, los defectos e imperfecciones de los miembros de la familia. Sufrir con paciencia, se convierte en una hermosa obra de misericordia espiritual. ¡Cuánto más paciente ha sido Cristo con nosotros!
Paciencia es espera y sosiego en las cosas que se desean.
Paciencia es aprender a esperar cuando realmente no quieres.
Es descubrir algo que te gusta hacer mientras estás esperando, y disfrutar tanto de lo que estás haciendo que te olvidas que estás haciendo tiempo.
Paciencia es dedicar tiempo a diario a soñar tus propios sueños y desarrollar la confianza en ti mismo para convertir tus deseos en realidad.
Paciencia es ser complaciente contigo mismo y tener la fe necesaria para aferrarte a tus anhelos, aún cuando pasan los días sin poder ver de qué manera se harán realidad.
Paciencia es amar a los demás aún cuando te decepcionen y no los comprendas.
Es renunciar y aceptarlos tal y como son y perdonarlos por lo que hayan hecho.
Paciencia es amarte a ti mismo y darte tiempo para crecer; es hacer cosas que te mantengan sano y feliz y es saber que mereces lo mejor de la vida y que estás dispuesto a conseguirlo, sin importar cuánto tiempo sea necesario.
Paciencia es estar dispuesto a enfrentarte a los desafíos que te ofrezca la vida, sabiendo que la vida también te ha dado la fuerza y el valor para resistir y encarar cada reto.
Paciencia es la capacidad de continuar amando y riendo sin importar las circunstancias, porque reconoces que, con el tiempo, esas situaciones cambiarán y que el amor y la risa dan un profundo significado a la vida y te brindan la determinación de continuar teniendo paciencia.
Paciencia, tú la tienes, úsala.
Señor, enséñanos a orar en familia como Santa Teresa de Jesús para tener paciencia: "Nada te turbe. Nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia, todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta: solo Dios basta".
La paciencia es la virtud por la cual se sabe sufrir y tolerar los infortunios y adversidades con fortaleza, sin lamentarse. También significa ser capaz de esperar con serenidad lo que tarda en llegar.
Vivimos en un mundo frenético. La marabunta de la tecnología y el progreso de las comunicaciones nos han traído enormes beneficios y comodidades. Sin embargo, nos han hecho olvidar la paciencia y la serenidad. Hoy todo es urgente. Te mandé un email y no lo viste. Te llamé tres veces y no me contestaste. Te envié un whatsapp y no me respondiste. Te estuve esperando quince minutos y no llegaste. ¿Dónde te has metido? ¿Por qué no me avisaste inmediatamente? ¡Date prisa! ¡Al grano! ¿Qué estás esperando?
Por estas circunstancias, es importante que se aprenda a formar la virtud de la paciencia desde el seno familiar. Las dificultades cotidianas vividas con amor y paciencia nos ayudan a prepararnos para la venida del Reino de Dios. Cuando el niño pequeño llora, cuando el adolescente es rebelde, cuando la hija es respondona, cuando la esposa grita, cuando el marido se enoja, cuando el abuelo chochea, cuando otra vez han dejado entrar al perro en la casa y ha llenado todo de pelos nos llevamos las manos a la cara y exclamamos: ¡Señor, dame paciencia" pero ahora!
Es cierto, la paciencia es un fruto del Espíritu Santo y debemos pedirlo constantemente. Esta virtud es la primera perfección de la caridad, como dice san Pablo: "La caridad es paciente, es servicial; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra en la injusticia; se alegra en la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" (1 Co 13,4-7)
La vida familiar aquí en la Tierra es un gimnasio para entrenarnos en esta virtud. Las adversidades diarias nos invitan a sufrir con paciencia la ignorancia, el error, los defectos e imperfecciones de los miembros de la familia. Sufrir con paciencia, se convierte en una hermosa obra de misericordia espiritual. ¡Cuánto más paciente ha sido Cristo con nosotros!
Paciencia es espera y sosiego en las cosas que se desean.
Paciencia es aprender a esperar cuando realmente no quieres.
Es descubrir algo que te gusta hacer mientras estás esperando, y disfrutar tanto de lo que estás haciendo que te olvidas que estás haciendo tiempo.
Paciencia es dedicar tiempo a diario a soñar tus propios sueños y desarrollar la confianza en ti mismo para convertir tus deseos en realidad.
Paciencia es ser complaciente contigo mismo y tener la fe necesaria para aferrarte a tus anhelos, aún cuando pasan los días sin poder ver de qué manera se harán realidad.
Paciencia es amar a los demás aún cuando te decepcionen y no los comprendas.
Es renunciar y aceptarlos tal y como son y perdonarlos por lo que hayan hecho.
Paciencia es amarte a ti mismo y darte tiempo para crecer; es hacer cosas que te mantengan sano y feliz y es saber que mereces lo mejor de la vida y que estás dispuesto a conseguirlo, sin importar cuánto tiempo sea necesario.
Paciencia es estar dispuesto a enfrentarte a los desafíos que te ofrezca la vida, sabiendo que la vida también te ha dado la fuerza y el valor para resistir y encarar cada reto.
Paciencia es la capacidad de continuar amando y riendo sin importar las circunstancias, porque reconoces que, con el tiempo, esas situaciones cambiarán y que el amor y la risa dan un profundo significado a la vida y te brindan la determinación de continuar teniendo paciencia.
Paciencia, tú la tienes, úsala.
Señor, enséñanos a orar en familia como Santa Teresa de Jesús para tener paciencia: "Nada te turbe. Nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia, todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta: solo Dios basta".
miércoles, 23 de noviembre de 2016
Mensaje...
Mensaje sobre la oración
Salir del pecado.
“Tiene que orar el alma pecadora, sumergida en los pecados, para poder levantarse.”
(Diario #146 – Santa Faustina Kowalska)
Comentario:
¡Qué gran error es no rezar cuando uno se encuentra en pecado, creyendo que Dios no lo escucha! Pero ¿no ha venido Cristo al mundo por los pecadores? Entonces son ellos los que más necesidad tienen del Médico divino, y la oración es el mejor medicamento que prepara al paciente para recibir la gracia de Dios, su perdón.
Cuando una persona que se encuentra en pecado, reza por otros, su oración no vale, sino que vale para sí mismo, para su propia conversión. Esta es la doctrina católica. Por ello la gran importancia de que recemos estando en gracia de Dios y nunca en pecado mortal, puesto que así nuestra oración será escuchada cuando imploremos por nuestros hermanos.
Pero la oración no se pierde, y Dios, que es infinitamente misericordioso, toma en cuenta nuestra oración para que nosotros mismos nos convirtamos. Por eso es tan importante que los pecadores recen mucho, ya sea por sí mismos o por otros, aunque todas sus oraciones tendrán valor sólo para su propia conversión.
martes, 22 de noviembre de 2016
Oraciones...
Quince minutos con Jesús Misericordioso
Consuelo de Dios.
Señor Jesús necesito de tu consuelo, porque tú mismo has dicho que el que esté abatido y agobiado que vaya a ti y tú le darás alivio y consuelo. Entonces yo vengo a tus pies, abatido por los problemas de la vida y perseguido por los enemigos, vengo a buscar alivio a mis pesares y sé que lo encontraré en tu Corazón misericordioso. ¡Cuánto te amo, Señor, pero quisiera amarte mucho más! El trajín de la vida moderna a veces me hace olvidar de ti y de que lo más importante es vivir para agradarte y servirte, amándote con todas las fuerzas. No permitas, Señor, que me condene, porque tengo muchos enemigos, los demonios y los hombres malvados, que buscan mi perdición. Ten misericordia de mí, tú que eres la Compasión hecha Dios. Yo quiero poder de mi parte mi buena voluntad y por ello espero gozar de paz en el alma, pues los ángeles en Belén cantaron: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. ¡Ten misericordia de mí, Jesús mío!
lunes, 21 de noviembre de 2016
Deatalles...
Los pequeños detalles
El alumno, según él, había terminado el cuadro. Llamó a su maestro para que lo evaluara. Se acercó el maestro y observó la obra con detenimiento y concentración durante un rato. Entonces, le pidió al alumno la paleta y los pinceles. Con gran destreza dio unos cuantos trazos aquí y allá. Cuando el maestro le devolvió las pinturas al alumno el cuadro había cambiado notablemente. El alumno quedó asombrado; ante sus propios ojos la obra había pasado de mediocre a sublime. Casi con reverencia le dijo al maestro:
- ¿Cómo es posible que con unos cuantos toques, simples detalles, haya cambiado tanto el cuadro?
- Es que en esos pequeños detalles está el arte. Contestó el maestro.
Si lo vemos despacio, nos daremos cuenta que todo en la vida son detalles. Los grandes acontecimientos nos deslumbran tanto que a veces nos impiden ver esos pequeños milagros que nos rodean cada día. Un ave que canta, una flor que se abre, el beso de un hijo en nuestra mejilla, son ejemplos de pequeños detalles que al sumarse pueden hacer diferente nuestra existencia.
Todas las relaciones -familia, matrimonio, noviazgo o amistad- se basan en detalles. Nadie espera que remontes el Océano Atlántico por él, aunque probablemente sí que le hables el día de su cumpleaños. Nadie te pedirá que escales el Monte Everest para probar tu amistad, pero sí que lo visites durante unos minutos cuando sabes que está enfermo.
Hay quienes se pasan el tiempo esperando una oportunidad para demostrar de forma heroica su amor por alguien. Lo triste es que mientras esperan esa gran ocasión dejan pasar muchas otras, modestas pero significativas. Se puede pasar la vida sin que la otra persona necesitara jamás que le donaras un riñón, aunque se quedó esperando que le devolvieras la llamada.
Se piensa a veces que la felicidad es como ganar el premio de la lotería, un suceso majestuoso que de la noche a la mañana cambiará una vida miserable por una llena de dicha. Esto es falso, en verdad la felicidad se basa en pequeñeces, en detalles que sazonan día a día nuestra existencia.
Nos dejamos engañar con demasiada facilidad por la aparente simpleza. NO desestimes jamás el poder de las cosas pequeñas: una flor, una carta, una palmada en el hombro, una palabra de aliento o unas cuantas líneas en una tarjeta. Todas estas pueden parecer poca cosa, pero no pienses que son insignificantes.
En los momentos de mayor dicha o de mayor dolor se convierten en el cemento que une los ladrillos de esa construcción que llamamos relación. La flor se marchitará, las palabras quizá se las llevará el viento, pero el recuerdo de ambas permanecerá durante mucho tiempo en la mente y el corazón de quien las recibió.
¿Qué esperas entonces? Escribe ese email, haz esa visita, haz esa llamada con tu teléfono, envía ese whatsapp. Hazlo ahora, mientras la oportunidad aún es tuya. NO lo dejes para después por parecerte poca cosa. En las relaciones no hay cosas pequeñas, únicamente existen las que se hicieron y las que se quedaron en buenas intenciones...
El alumno, según él, había terminado el cuadro. Llamó a su maestro para que lo evaluara. Se acercó el maestro y observó la obra con detenimiento y concentración durante un rato. Entonces, le pidió al alumno la paleta y los pinceles. Con gran destreza dio unos cuantos trazos aquí y allá. Cuando el maestro le devolvió las pinturas al alumno el cuadro había cambiado notablemente. El alumno quedó asombrado; ante sus propios ojos la obra había pasado de mediocre a sublime. Casi con reverencia le dijo al maestro:
- ¿Cómo es posible que con unos cuantos toques, simples detalles, haya cambiado tanto el cuadro?
- Es que en esos pequeños detalles está el arte. Contestó el maestro.
Si lo vemos despacio, nos daremos cuenta que todo en la vida son detalles. Los grandes acontecimientos nos deslumbran tanto que a veces nos impiden ver esos pequeños milagros que nos rodean cada día. Un ave que canta, una flor que se abre, el beso de un hijo en nuestra mejilla, son ejemplos de pequeños detalles que al sumarse pueden hacer diferente nuestra existencia.
Todas las relaciones -familia, matrimonio, noviazgo o amistad- se basan en detalles. Nadie espera que remontes el Océano Atlántico por él, aunque probablemente sí que le hables el día de su cumpleaños. Nadie te pedirá que escales el Monte Everest para probar tu amistad, pero sí que lo visites durante unos minutos cuando sabes que está enfermo.
Hay quienes se pasan el tiempo esperando una oportunidad para demostrar de forma heroica su amor por alguien. Lo triste es que mientras esperan esa gran ocasión dejan pasar muchas otras, modestas pero significativas. Se puede pasar la vida sin que la otra persona necesitara jamás que le donaras un riñón, aunque se quedó esperando que le devolvieras la llamada.
Se piensa a veces que la felicidad es como ganar el premio de la lotería, un suceso majestuoso que de la noche a la mañana cambiará una vida miserable por una llena de dicha. Esto es falso, en verdad la felicidad se basa en pequeñeces, en detalles que sazonan día a día nuestra existencia.
Nos dejamos engañar con demasiada facilidad por la aparente simpleza. NO desestimes jamás el poder de las cosas pequeñas: una flor, una carta, una palmada en el hombro, una palabra de aliento o unas cuantas líneas en una tarjeta. Todas estas pueden parecer poca cosa, pero no pienses que son insignificantes.
En los momentos de mayor dicha o de mayor dolor se convierten en el cemento que une los ladrillos de esa construcción que llamamos relación. La flor se marchitará, las palabras quizá se las llevará el viento, pero el recuerdo de ambas permanecerá durante mucho tiempo en la mente y el corazón de quien las recibió.
¿Qué esperas entonces? Escribe ese email, haz esa visita, haz esa llamada con tu teléfono, envía ese whatsapp. Hazlo ahora, mientras la oportunidad aún es tuya. NO lo dejes para después por parecerte poca cosa. En las relaciones no hay cosas pequeñas, únicamente existen las que se hicieron y las que se quedaron en buenas intenciones...
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