domingo, 14 de enero de 2018
Eternidad...
Pensar en la eternidad.
Pensar en la eternidad es lo que ha hecho que muchos hombres y mujeres
se retiraran a los desiertos a orar y hacer penitencia. Y si bien
nosotros quizás no estemos llamados a esta vocación, nos vendrá muy bien
pensar y meditar en la eternidad.
Porque esta vida terrena no lo es todo, sino que después de nuestra muerte comienza realmente lo que permanecerá para siempre, por los siglos de los siglos, mientras Dios sea Dios.
¡Y qué felicidad si alcanzamos el Paraíso! ¿Cuándo acabará? Nunca. ¿Cuánto durará? Siempre. Estas dos palabras: “nunca” y “siempre” tienen un significado que da vértigo al pensar que en el más allá, en la eternidad adquieren su valor.
Por eso es que Dios permite males en este mundo, y vemos desgracias y personas que sufren y que tienen hambre. Pues ¿qué importa una vida de padecimientos si al final, después de esta corta o larga vida, vendrá la dicha sin fin?
Y en cambio ¿para qué sirve una vida felizmente vivida, pero sin salud de alma, sin la gracia santificante, de modo que luego de nuestra muerte nos esperara una eternidad de horror en el infierno?
Ya lo ha dicho el Señor en el Evangelio que de nada le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final termina condenado para toda la eternidad.
Pero también debemos saber que si Dios permite el mal y que haya miseria y hambre, es para darnos una oportunidad a nosotros de ser misericordiosos y socorrer a los hermanos. Porque Dios nos pedirá cuenta del bien no realizado, ya que Dios permite que haya dolor para que nosotros ejerzamos la misericordia y hagamos el bien y nos santifiquemos. ¡Ay de nosotros si somos duros e indiferentes ante el dolor de los demás!
Pensemos frecuentemente en esta palabra: “eternidad”, y a la luz de ella veamos todas las cosas de este mundo, que es pasajero y que debemos vivirlo de tal modo que nuestra eternidad sea de luz y felicidad sin fin, y no de horror y sufrimiento sin límites.
Porque esta vida terrena no lo es todo, sino que después de nuestra muerte comienza realmente lo que permanecerá para siempre, por los siglos de los siglos, mientras Dios sea Dios.
¡Y qué felicidad si alcanzamos el Paraíso! ¿Cuándo acabará? Nunca. ¿Cuánto durará? Siempre. Estas dos palabras: “nunca” y “siempre” tienen un significado que da vértigo al pensar que en el más allá, en la eternidad adquieren su valor.
Por eso es que Dios permite males en este mundo, y vemos desgracias y personas que sufren y que tienen hambre. Pues ¿qué importa una vida de padecimientos si al final, después de esta corta o larga vida, vendrá la dicha sin fin?
Y en cambio ¿para qué sirve una vida felizmente vivida, pero sin salud de alma, sin la gracia santificante, de modo que luego de nuestra muerte nos esperara una eternidad de horror en el infierno?
Ya lo ha dicho el Señor en el Evangelio que de nada le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final termina condenado para toda la eternidad.
Pero también debemos saber que si Dios permite el mal y que haya miseria y hambre, es para darnos una oportunidad a nosotros de ser misericordiosos y socorrer a los hermanos. Porque Dios nos pedirá cuenta del bien no realizado, ya que Dios permite que haya dolor para que nosotros ejerzamos la misericordia y hagamos el bien y nos santifiquemos. ¡Ay de nosotros si somos duros e indiferentes ante el dolor de los demás!
Pensemos frecuentemente en esta palabra: “eternidad”, y a la luz de ella veamos todas las cosas de este mundo, que es pasajero y que debemos vivirlo de tal modo que nuestra eternidad sea de luz y felicidad sin fin, y no de horror y sufrimiento sin límites.
sábado, 13 de enero de 2018
Reflexiones...
Las mismas cosas. |
A veces escuchamos los mensajes de nuestra Madre del Cielo, que en muchas partes de la tierra nos invita a aumentar la oración, y creemos que sólo se trata de aumentar materialmente el tiempo de oración. Pero lo que debemos hacer es ser más conscientes de los actos de piedad que hacemos todos los días.
Efectivamente a veces desperdiciamos las mejores obras y oraciones porque las hacemos rutinariamente y con la mente y el corazón en otra parte. Entonces no se trata tanto de aumentar el tiempo material de oración y de piedad, sino más bien de poner todo el corazón en lo que hacemos habitualmente, cada día. Y esto vaya no sólo para el tiempo de oración, sino para cada acción que realizamos durante el día, porque nos olvidamos de vivir bien cada momento, de aprovechar el momento presente para santificarnos. Quizás esperando las grandes ocasiones de servir a Dios, nos olvidamos y desperdiciamos las pequeñas ocasiones de servir a Dios que nos trae el vivir cotidiano. Tenemos una sola vida para aprovecharla y ser santos, y el tiempo es un tesoro que va pasando por nuestras manos, y que no hay que malgastarlo ni por un instante, sino que ya sea rezando, trabajando, descansando o recreándonos, tenemos que aprovecharlo para alcanzar la santidad. Las mismas misas, los mismos sacramentos, las mismas obras de misericordia y las mismas oraciones de siempre, pero haciéndolas por amor y con más ardor, nos santificarán, ya que no se trata de aumentar la cantidad sino más bien de mejorar la calidad de nuestras obras. Y todo se hace fácil si amamos, porque quien ama encuentra todo fácil de realizar. El amor es el motor para todo, y quien ama se hace semejante a Dios, que todo lo puede, y para quien no hay nada imposible. |
viernes, 12 de enero de 2018
Tácticas...
Perseverar es la contraseña
Táctica del Adversario.
Jesús ha dicho en su Evangelio que quien persevere hasta el fin, se
salvará. Pero para perseverar debemos tener un motor, un motivo, un
objetivo a alcanzar, que nos encienda el deseo de alcanzarlo, para poder
poner los medios necesarios para la perseverancia en el bien, en medio
de todos los males externos e internos.
Y es aquí donde viene el Maligno, el Adversario, y de un zarpazo nos
borra el objetivo, nos quiere hacer creer que no ganaremos el Cielo, que
el Paraíso no es para nosotros, que el mal está triunfando en todas
partes, que ya no hay nada que hacer, que está todo perdido...
¡Ay de nosotros si nos dejamos embaucar por esta astucia realmente
diabólica! Porque entonces, al no tener la esperanza de alcanzar la
felicidad, de que el amor venza el odio, de que el Bien venza al mal,
entonces nos desanimamos, ¿y quién puede perseverar en estas
condiciones?
Sepamos que la victoria no será del demonio, sino de Dios y de su Madre,
porque el demonio ya está vencido, ya fue vencido por Cristo en la
Cruz. No nos desanimemos al ver los coletazos del mal en el mundo, ni
nos quedemos hipnotizados por sus aparentes prodigios y triunfos, porque
es un vencido, es el gran Vencido, y Dios es el Vencedor eterno.
Así que renovemos nuestro ánimo maltrecho, y aumentemos nuestra
esperanza y confianza en Dios y en su Madre, porque Ellos son y serán
quienes venzan, y nosotros venceremos con Ellos.
Si no hacemos así, es lógico que nos desanimemos, y un ejército
desanimado va a la derrota. Es necesario arengar a la tropa de los
cristianos, y convencernos nosotros mismos de que el Corazón Inmaculado
de María triunfará, como lo ha prometido la Virgen, y el Reino de Dios
vendrá a la tierra, y nosotros, con nuestro buen obrar y nuestra
oración, seremos quienes lo traeremos a este mundo.
Con este objetivo, que sabemos se cumplirá a su tiempo, avancemos
confiados y con la luz de la esperanza en el corazón, perseverando cada
día en el bien y la verdad, en la gracia de Dios.
jueves, 11 de enero de 2018
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