miércoles, 29 de mayo de 2013

Firmeza...

Firmes en la fe
I. El Evangelio de la Misa (Marcos 10, 32-42) recoge la petición de los hijos de Zebedeo de ocupar los primeros puestos en el nuevo Reino. El resto de los discípulos se indignaron, no por lo insólito de la demanda, sino porque todos se sentían con iguales o mejores derechos que Santiago y Juan para ocuparlos. Jesús conoce la ambición de quienes habrán de ser los cimientos de Su Iglesia, y les dice: "quien quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero sea esclavo de todos".
Es un nuevo señorío, y el Señor les demuestra el fundamento de esta nobleza y su razón de ser: "porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar Su vida en redención de muchos" A la luz de esta actitud de Cristo se puede reinar sólo sirviendo, a la vez, el servir exige tal madurez espiritual que es necesario definirla como reinar. Necesitamos de la humildad de corazón, la generosidad, la fortaleza, la alegría para poner la vida al servicio de Dios y de los hombres.
II. La vida de Jesús es un incansable servicio a los hombres: los enseña, los conforta, los atiende…, hasta dar la vida. Y nosotros, si queremos ser discípulos de Cristo, debemos fomentar esa disposición del corazón que nos impulsa a darnos constantemente a quienes están a nuestro lado. La última noche, antes de la Pasión, Cristo, ante los discípulos, que discutían por motivos de soberbia y de vanagloria, realizó la tarea propia de los siervos, se inclina y lava sus pies: fustiga amorosamente la falta de generosidad de aquellos hombres. La vida familiar es un excelente lugar para manifestar este espíritu de servicio en multitud de detalles que pasarán frecuentemente inadvertidos, pero que ayudan a fomentar una convivencia grata y amable, en la que está presente Cristo. El Señor nos llama particularmente en los enfermos y en los ancianos, para ayudarlos con humildad y finura humana que apenas se advierten.
III. El Señor sirve con alegría, amablemente, con gesto y tono cordiales. Y así debemos ser nosotros cuando realizamos esos quehaceres que son un servicio a Dios, a la sociedad o a quienes están próximos: Servid al Señor con alegría (Salmo 99, 2), nos dice el Espíritu Santo por boca del Salmista. El Señor promete la felicidad a quienes sirven a los demás. Aquello que entregamos con una sonrisa, con una actitud amable, parece como si adquiriera un valor nuevo y se apreciara también más. Además, para servir, hemos de ser competentes en nuestro trabajo: para servir, servir. Acudamos a San José, servidor fiel y prudente, y con su ayuda veremos en los demás a Jesús y María. Así nos será fácil servirles.

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