Renovemos la intención.
En la travesía de la vida tendremos muchas desviaciones en el camino, pero es necesario que, al igual que una nave en el mar, cuyo rumbo debe ser corregido constantemente por su piloto, de modo que vaya dando golpes de timón más o menos grandes para poder llegar a su destino; así también nosotros en nuestra vida tenemos que ir corrigiendo y purificando la intención, de modo que siempre actuemos por amor a Dios y para agradarle en todo.
Es lógico que con las eventualidades de la vida, nos vayamos medio como enfriando o, al menos, entibiando en el servicio de Dios y del prójimo. Así que debemos echar mano de la oración y aprovechar incluso las caídas, los pecados, para levantarnos y renovar la resolución de ser santos, de servir a Dios y a los hermanos, haciendo todo con amor y por amor a Dios.
Habrá veces en que será algún dolor o contrariedad lo que nos haga despertar un poco del letargo en que hemos caído, y es entonces el momento justo para espabilarse y hacer el serio propósito de aprovechar bien el tiempo presente, cada minuto vivido en este mundo, para hacer el bien y obrar en presencia de Dios.
Cuando todo nos sale bien quizás nos olvidamos de Dios, y de que es gracias a Él que gozamos de ese bienestar. En cambio, cuando surge algún problema o sufrimiento, instintivamente acudimos a Dios y palpamos en nuestra propia carne la precariedad de la vida presente. De ese modo nos solidarizamos con quienes sufren en este mundo, y nuestro padecer nos hace recordar que no estamos en el Paraíso, sino en la tierra, lugar donde hay que sufrir para alcanzar, al fin, la Felicidad con mayúscula.
¡Y cómo adelantamos en la virtud y en la santidad cuando experimentamos el dolor! Porque no otro medio empleó nuestro Salvador para unirse a la humanidad doliente. Él quiso sufrirlo todo para poder solidarizarse con la humanidad entera que, por las consecuencias del pecado, sufre en sus miembros.
Entonces es que brota de nosotros la misericordia y compasión, y así se nos enternecen las entrañas viendo a quienes sufren en esta vida, y comprobamos qué locura es buscar placeres y diversiones en este mundo, y preferimos, como los santos y los mártires, perder la vida en esta tierra, despreciarla, para ganar la Vida eterna.
Lo dijo Cristo en su Evangelio: Quien quiera salvar su vida en este mundo, perderá la Vida eterna. Y así son legión los que marchan por el camino ancho del placer y del pecado, y terminan condenándose para siempre en el Infierno.
Estamos a tiempo todavía. Esta vida en este mundo no es todo, sino que hay un más allá con premios y castigos eternos, y lo que hemos hecho en este mundo lo encontraremos en la otra vida. Pensemos en ello y aprovechemos el tiempo para tomar la seria resolución de actuar por la pura gloria de Dios y el bien de las almas.
Es lógico que con las eventualidades de la vida, nos vayamos medio como enfriando o, al menos, entibiando en el servicio de Dios y del prójimo. Así que debemos echar mano de la oración y aprovechar incluso las caídas, los pecados, para levantarnos y renovar la resolución de ser santos, de servir a Dios y a los hermanos, haciendo todo con amor y por amor a Dios.
Habrá veces en que será algún dolor o contrariedad lo que nos haga despertar un poco del letargo en que hemos caído, y es entonces el momento justo para espabilarse y hacer el serio propósito de aprovechar bien el tiempo presente, cada minuto vivido en este mundo, para hacer el bien y obrar en presencia de Dios.
Cuando todo nos sale bien quizás nos olvidamos de Dios, y de que es gracias a Él que gozamos de ese bienestar. En cambio, cuando surge algún problema o sufrimiento, instintivamente acudimos a Dios y palpamos en nuestra propia carne la precariedad de la vida presente. De ese modo nos solidarizamos con quienes sufren en este mundo, y nuestro padecer nos hace recordar que no estamos en el Paraíso, sino en la tierra, lugar donde hay que sufrir para alcanzar, al fin, la Felicidad con mayúscula.
¡Y cómo adelantamos en la virtud y en la santidad cuando experimentamos el dolor! Porque no otro medio empleó nuestro Salvador para unirse a la humanidad doliente. Él quiso sufrirlo todo para poder solidarizarse con la humanidad entera que, por las consecuencias del pecado, sufre en sus miembros.
Entonces es que brota de nosotros la misericordia y compasión, y así se nos enternecen las entrañas viendo a quienes sufren en esta vida, y comprobamos qué locura es buscar placeres y diversiones en este mundo, y preferimos, como los santos y los mártires, perder la vida en esta tierra, despreciarla, para ganar la Vida eterna.
Lo dijo Cristo en su Evangelio: Quien quiera salvar su vida en este mundo, perderá la Vida eterna. Y así son legión los que marchan por el camino ancho del placer y del pecado, y terminan condenándose para siempre en el Infierno.
Estamos a tiempo todavía. Esta vida en este mundo no es todo, sino que hay un más allá con premios y castigos eternos, y lo que hemos hecho en este mundo lo encontraremos en la otra vida. Pensemos en ello y aprovechemos el tiempo para tomar la seria resolución de actuar por la pura gloria de Dios y el bien de las almas.
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