No demos el primer paso.
No demos el primer paso en el mal, porque si hacemos el mal, si pecamos, aunque sea un “pecadito”, le estamos abriendo la puerta de nuestra vida al Maligno, que así puede comenzar a influir en todo lo nuestro y en quienes amamos.
No demos ese primer paso en el mal, porque quien desprecia lo pequeño, poco a poco caerá en las cosas grandes y graves.
¡Cuántos, por no dejar de lado un gusto, o por querer saborear un placer, luego se han precipitado cada vez más en el pecado, y ahora arden para siempre en el Infierno!
No escuchemos a Satanás que, ante la tentación nos sugiere que condescendamos, que cometamos el pecado, pues luego tenemos tiempo para confesarnos y listo. No escuchemos esta tamaña mentira, pues aunque tuviéramos tiempo y forma de confesarnos luego del pecado, no deja de ser una verdadera locura quien se quitara la vida, para luego ir a curarse si ello fuera posible. Y eso es lo que sucede cuando cometemos un pecado grave o mortal, nos suicidamos en el alma, y luego necesitamos que Dios mismo nos resucite.
Pero aunque no se trate de un pecado muy grave, tampoco tenemos que cometer ningún pecado por leve que sea, de forma premeditada, porque el pecado venial no mata el alma, pero enfría mucho la devoción y causa enfermedad en el espíritu, de modo que predispone a la gran caída.
En el fondo uno o dos pecados no son irreparables. Pero si uno se va dejando llevar, el demonio es una bestia insaciable y cada vez quiere más, cada vez exige más, y de pecado en pecado nos iremos precipitando a lo más hondo.
No hay cosa más peligrosa que el sentirnos seguros de nosotros mismos, porque eso puede ser el indicio de que no estamos apoyándonos en Dios, que es el único que puede vencer a Satanás. Y nosotros venceremos al demonio y las tentaciones, sólo si estamos unidos a Dios, si invocamos su auxilio.
Por algo es que el Señor nos manda vigilar, puesto que el diablo no duerme y nos conoce muy bien, y sabe de nuestros puntos débiles y flaquezas. No presumamos de nuestras fuerzas porque han caído estrellas del firmamento, y personas tan santas y piadosas que es de no creer el que hayan caído tan miserablemente.
Y cuanto más avancemos por el camino del bien y de la santidad, tanto más debemos temer al Maligno, que pondrá en juego toda su astucia porque seremos una presa apetitosa para su malvada hambre.
Si el diablo no perdonó a Jesús ni a María, sino que los tentó con refinadísima astucia, ¿qué pretendemos nosotros, que somos muchísimo menos que Jesús y María, y además de menos dotados espiritualmente que Ellos, somos menos humildes también que Ellos, y por ende más proclives a caer en las trampas del Mal?
Recordemos que en la vida espiritual no hay nada pequeño, sino que en los detalles y cosas simples debemos ser fieles tanto como en lo grande.
Y recordemos también que el pecado más fácil de evitar es el primero, porque ante él estamos bien apertrechados y nos podemos defender mejor, ya que los pecados siguientes nos encontrarán debilitados y cada vez más enfermos espiritualmente.
No juguemos con nuestra salvación y digamos como los santos: “¡Morir antes que pecar!”.
No demos ese primer paso en el mal, porque quien desprecia lo pequeño, poco a poco caerá en las cosas grandes y graves.
¡Cuántos, por no dejar de lado un gusto, o por querer saborear un placer, luego se han precipitado cada vez más en el pecado, y ahora arden para siempre en el Infierno!
No escuchemos a Satanás que, ante la tentación nos sugiere que condescendamos, que cometamos el pecado, pues luego tenemos tiempo para confesarnos y listo. No escuchemos esta tamaña mentira, pues aunque tuviéramos tiempo y forma de confesarnos luego del pecado, no deja de ser una verdadera locura quien se quitara la vida, para luego ir a curarse si ello fuera posible. Y eso es lo que sucede cuando cometemos un pecado grave o mortal, nos suicidamos en el alma, y luego necesitamos que Dios mismo nos resucite.
Pero aunque no se trate de un pecado muy grave, tampoco tenemos que cometer ningún pecado por leve que sea, de forma premeditada, porque el pecado venial no mata el alma, pero enfría mucho la devoción y causa enfermedad en el espíritu, de modo que predispone a la gran caída.
En el fondo uno o dos pecados no son irreparables. Pero si uno se va dejando llevar, el demonio es una bestia insaciable y cada vez quiere más, cada vez exige más, y de pecado en pecado nos iremos precipitando a lo más hondo.
No hay cosa más peligrosa que el sentirnos seguros de nosotros mismos, porque eso puede ser el indicio de que no estamos apoyándonos en Dios, que es el único que puede vencer a Satanás. Y nosotros venceremos al demonio y las tentaciones, sólo si estamos unidos a Dios, si invocamos su auxilio.
Por algo es que el Señor nos manda vigilar, puesto que el diablo no duerme y nos conoce muy bien, y sabe de nuestros puntos débiles y flaquezas. No presumamos de nuestras fuerzas porque han caído estrellas del firmamento, y personas tan santas y piadosas que es de no creer el que hayan caído tan miserablemente.
Y cuanto más avancemos por el camino del bien y de la santidad, tanto más debemos temer al Maligno, que pondrá en juego toda su astucia porque seremos una presa apetitosa para su malvada hambre.
Si el diablo no perdonó a Jesús ni a María, sino que los tentó con refinadísima astucia, ¿qué pretendemos nosotros, que somos muchísimo menos que Jesús y María, y además de menos dotados espiritualmente que Ellos, somos menos humildes también que Ellos, y por ende más proclives a caer en las trampas del Mal?
Recordemos que en la vida espiritual no hay nada pequeño, sino que en los detalles y cosas simples debemos ser fieles tanto como en lo grande.
Y recordemos también que el pecado más fácil de evitar es el primero, porque ante él estamos bien apertrechados y nos podemos defender mejor, ya que los pecados siguientes nos encontrarán debilitados y cada vez más enfermos espiritualmente.
No juguemos con nuestra salvación y digamos como los santos: “¡Morir antes que pecar!”.
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