La oración aclara el camino.
Muchas veces en nuestra vida nos encontramos en un cruce de caminos, donde tenemos que elegir qué rumbo tomar. O también hay veces que se nos nubla un poco el entendimiento, y se suma a esto las tentaciones y proyectos personales que pueden estar de acuerdo con el plan de Dios, o quizás no. Entonces es el momento de rezar, y rezar mucho, para aclarar nuestra mente y corazón, y así ver claro lo que tenemos que hacer.
La oración aclara los más oscuros caminos, y lo que el demonio quiere es mantenernos alejados de la oración, porque sabe que un alma que ora está perdida para él.
Así que en toda disyuntiva, en la duda, en la perplejidad y el sufrimiento, dejemos de lado nuestras actividades comunes y dediquemos más tiempo a la oración, en especial el rezo del Rosario, y veremos cómo Dios no nos dejará a la deriva, sino que volcará sobre nuestro corazón un mar de consuelo, y el Espíritu Santo nos iluminará y regalará sus dones para que hagamos una correcta elección y sigamos por el camino del bien y del servicio de Dios y del prójimo.
Cristo venció con la oración. En los momentos más críticos de la vida, el Señor acudió a la oración y salió vencedor.
Nosotros, en cambio, cuando más se complican las cosas, tanto más queremos arreglarlas por nosotros mismos, sin acudir a Dios por medio de la oración. Y así el diablo nos mantiene atrapados y no nos sabemos defender del Maligno.
Recurramos de forma urgente a la oración, porque es por medio de la oración que el Señor nos da sus luces y gracias, para que escapemos de la trampa que, disimuladamente, nos ha tendido el Maligno en el camino.
Si no rezamos no nos salvaremos, pues como bien ha dicho San Alfonso María de Ligorio: “El que reza se salva, y el que no reza se condena”. Ésta es una gran verdad que no acabamos de aceptar y asimilar.
Si Jesús y María rezaron tanto, y si los santos pasaban horas y horas en oración, ¿cómo queremos nosotros salir airosos de la prueba de la vida, sin rezar, o rezando tan poco y mal?
Echemos mano a la oración, en todo tiempo, tanto en la bonanza como en la adversidad, tanto en la luz como en las tinieblas.
Echemos mano a la oración y estaremos salvados, porque Dios no deja librado a las fuerzas del mal al hijo que ora con perseverancia y en todo tiempo.
La oración aclara los más oscuros caminos, y lo que el demonio quiere es mantenernos alejados de la oración, porque sabe que un alma que ora está perdida para él.
Así que en toda disyuntiva, en la duda, en la perplejidad y el sufrimiento, dejemos de lado nuestras actividades comunes y dediquemos más tiempo a la oración, en especial el rezo del Rosario, y veremos cómo Dios no nos dejará a la deriva, sino que volcará sobre nuestro corazón un mar de consuelo, y el Espíritu Santo nos iluminará y regalará sus dones para que hagamos una correcta elección y sigamos por el camino del bien y del servicio de Dios y del prójimo.
Cristo venció con la oración. En los momentos más críticos de la vida, el Señor acudió a la oración y salió vencedor.
Nosotros, en cambio, cuando más se complican las cosas, tanto más queremos arreglarlas por nosotros mismos, sin acudir a Dios por medio de la oración. Y así el diablo nos mantiene atrapados y no nos sabemos defender del Maligno.
Recurramos de forma urgente a la oración, porque es por medio de la oración que el Señor nos da sus luces y gracias, para que escapemos de la trampa que, disimuladamente, nos ha tendido el Maligno en el camino.
Si no rezamos no nos salvaremos, pues como bien ha dicho San Alfonso María de Ligorio: “El que reza se salva, y el que no reza se condena”. Ésta es una gran verdad que no acabamos de aceptar y asimilar.
Si Jesús y María rezaron tanto, y si los santos pasaban horas y horas en oración, ¿cómo queremos nosotros salir airosos de la prueba de la vida, sin rezar, o rezando tan poco y mal?
Echemos mano a la oración, en todo tiempo, tanto en la bonanza como en la adversidad, tanto en la luz como en las tinieblas.
Echemos mano a la oración y estaremos salvados, porque Dios no deja librado a las fuerzas del mal al hijo que ora con perseverancia y en todo tiempo.
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